De la paz con el M-19 a la paz con las Farc
Opinión

De la paz con el M-19 a la paz con las Farc

El M-19 no era un movimiento revolucionario sino una guerrilla protestataria. La Farc si han buscado una revolución en el sentido de cambiar los modelos económico y político de Colombia

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junio 29, 2016
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Se cita el caso de lo logrado con el M19 como ejemplo de las bondades y de la viabilidad para lograr resultados deseables en lo pactado con las Farc … pensemos al respecto.

El M-19 no era un movimiento revolucionario sino una guerrilla protestataria. Inicialmente contra el resultado electoral que le robó la presidencia a Rojas Pinilla, y después contra el orden social imperante, pero no contra el sistema político. Nunca fue su propósito o su propuesta cambiar la estructura o la orientación del Estado. Sus campañas mediáticas (repartir leche en los barrios o robarse la espada de Bolívar) no incluían contenido alguno en ese sentido.

Su fundador Carlos Toledo y sus primeros dirigentes eran conservadores; el más conspicuo miembro sobreviviente, Antonio Navarro, ingresó a esas filas porque, como dirigente de las juventudes liberales y habiendo ganado el derecho a estar en las listas del partido en un renglón seguro, fue desplazado a un puesto simbólico de relleno por el ‘dedo’ de Carlos Lleras.

El grueso de la ´tropa´ eran de la clase media de la ciudad y no sufridos miembros del proletariado; sus dirigentes no eran ni campesinos ni sindicalistas o voceros de la clase obrera sino intelectuales inconformes que deseaban expresar ese inconformismo.

No consistía su agenda en una serie de reformas que cambiaran la naturaleza del Estado o la forma del gobierno, siendo solo una manifestación en contra del carácter oligárquico —es decir, del gobierno de unos pocos que eran siempre los mismos— que no permitía el acceso democrático al poder por parte de otros sectores, pero no buscaban un modelo económico o político diferente.

La bandera emblemática de Jaime Bateman —en su momento el líder más importante— fue el ‘Sancocho Nacional’, es decir una Constituyente abierta a nuevos protagonistas y nuevas ideas pero no ofrecía ideologías y menos concepciones de Estado alternativas.

Por eso esa reinserción fue fluida, pues se limitó a intercambiar la dejación de las armas contra el derecho a presentarse en las contiendas políticas para ocupar a título personal los cargos que ofrecía el sistema vigente; por eso hay miembros de ese movimiento que están y han estado indiferentemente en todos los partidos.

Su inserción fue vista y apoyada por el estamento dirigente del país como un retorno del hijo pródigo que nunca debió haberse salido, al punto que la aprobación de una amnistía total les fue acompañada de la igualdad de condiciones para su participación en la ‘Constituyente de la Paz’ de 1991, a la cual, a pesar del gran caudal recibido, no aportaron ningún elemento de cambio profundo —mucho menos ‘revolucionario’—, al igual que esa poco o nada contribuyó a la Paz de Colombia (después del 91 creció más la guerrilla, se organizó el paramilitarismo, aparecieron los enfrentamiento entre grupos de ellos, e incluso —aunque marginalmente— hubo algo de confrontación de estos con el Estado).

Entonces no existían ni grupos antagónicos ni actividades paralelas como hoy los paramilitares —o sus residuos— y el narcotráfico; hasta cierto punto se puede decir que por eso las víctimas de ese ‘proceso de paz’ fueron solo sus dirigentes —Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, José Antequera— porque no tuvieron un enemigo que buscara exterminar a sus excombatientes. Tener en cuenta esto además de la diferencia entre esos grupos guerrilleros nos ayudaría a que esta inserción sí vaya en la dirección correcta, es decir la de la Paz.

La Farc sí han buscado una revolución en el sentido de cambiar los modelos económico y político de Colombia. Su origen y su conformación es esencialmente campesina y su motivación es la lucha de clases. Por eso no solo la dificultad sino lo insatisfactorio de las negociaciones que con ellos antes se habían tenido.

El trino del actual vicepresidente
y posiblemente futuro presidente al enfatizar ‘ojalá cumplan’
señala una paradoja y una preocupante realidad

El trino del actual vicepresidente y posiblemente futuro presidente al enfatizar ‘ojalá cumplan’ señala una paradoja y al mismo tiempo una preocupante realidad.

La paradoja (y una eventual dificultad), que, a través de un pacto en el cual lo que se acuerda es su desaparición, se espera el cumplimiento de una obligación por parte de esa organización.

La realidad, que un gran sector del mismo poder político no está convencido de lo que se está adelantando. Y no se trata del uribismo que por una razón u otra está soterradamente, pero vehementemente, en contra de una solución de paz.

Infortunadamente el escepticismo de otros ciudadanos nace de que se ha vendido la idea —con o sin razón— no solo de que los insurgentes son unos enemigos de Colombia y de sus ciudadanos, sino de que son unos tramposos que todo lo que pactan y adelantan es en función de engañar al país. Son muchos los que no buscan, a diferencia del Centro Democrático, argumentos para respaldar una posición en contra de lo que se acuerde, sino que creen de verdad que los guerrilleros son de una mala naturaleza; no ven un problema que toca resolver, sino un mal que toca extirpar; por eso dan más importancia a lo que entienden como el riesgo de negociar con unos perversos que desean hacer daño, que a las oportunidades que se ofrecen por el hecho de que en una forma u otra se desmantela esa organización.

Porque la verdad también es que, a diferencia del caso del M-19, la ambición de esta guerrilla no se limita a acceder a los puestos de mando; su objetivo va más allá de subir dentro del establecimiento, lo que aspiran es a cambiarlo y sustituirlo por uno en el cual ellos creen. Y en esa medida, con o sin armas, siguen siendo ‘el enemigo’ y representan una amenaza para los beneficiados de un statu quo del cual no tienen motivaciones para desear cambiarlo.

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