El arzobispo olvidadizo
Opinión

El arzobispo olvidadizo

Por:
julio 21, 2014
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Buceando en Internet me encuentro una pieza que no puedo dejar de compartir. Una joyadel más fino razonamiento clerical.

El domingo 13 de julio, el diario El País de Uruguay publica un artículo titulado Sturla apunta a iglesias "recaudadoras".
Se trata de una nota que da cuenta de las airadas críticas del arzobispo de Montevideo, el salesiano Daniel Sturla, a los nuevos centros religiosos que proliferan en esa ciudad.

Sturla: "Hay grupos y sectas que no le están haciendo bien a la gente. Hacen promesas fáciles con un afán de recaudación que llama la atención".

¿A qué se refiere el arzobispo con "promesas fáciles"? ¿Fáciles de cumplir? ¿Fáciles de hacer?
Si se trata de las primeras, pues me alegra por los feligreses de las nuevas iglesias que al menos reciben algo concreto y rápido a cambio de su "aporte" económico.
Si se trata de las segundas, de las promesas que se hacen con facilidad, le recuerdo al arzobispo que el grupo religioso al que pertenece ofrece a cambio de rezos y fe (y en no pocos casos a cambio de aportes de otro tipo), salud, felicidad, inmortalidad, amor incondicional y protección de un amigo con superpoderes.
O tal vez para el clérigo el problema no radica en la promesa misma sino en el hecho de que sea fácil. Es decir, desde la lógica del prelado, prometer está bien, siempre y cuando lo que se prometa sea difícil e inverificable.

Sturla: "La libertad es un bien preciosismo (sic). El tema es cómo salvaguardar la libertad y cómo impedir abusos que puedan (sic)haber. Eso no es algo que le corresponde a la Iglesia (Católica) sino que a la sociedad toda, donde un rol lo tiene el Estado y otro la sociedad civil."

De acuerdo con el arzobispo por partida doble: la libertad es un bien invaluable y no le corresponde a la Iglesia católica erigirse como su salvaguarda. Para eso están la ley, el Estado y la sociedad civil.
Pero al levantar su voz contra las confesiones diferentes, lo que el señor Sturla hace es contradecir su discurso revestido de corrección política: propone una demarcación en el derecho a la libertad, sugiriendo que de su lado están las confesiones correctas y respetables y del otro las que deberían meterse en cintura.

No seré yo quien levante la voz para defender a las iglesias como Pare de Sufrir o Dios es Amor. Tengo muy claro que no son más que cofradías que sacan partido y ganancias de la fe de los más humildes, del temor de los humanos a la muerte y de las absurdas exenciones tributarias que muchos de nuestros países ofrecen a las congregaciones religiosas.

Y tiene alguna razón el arzobispo en sugerir que su comunidad es diferente a las otras, pero olvida Sturla que esa diferencia entre la Iglesia católica y las demás sectas, no radica en que las promesas de la primera sean más verificables o verosímiles, o en que su historia sea más limpia o presentable, o en que sus jerarcas sean más dignos de respeto, o en que su cosmogonía sea más defendible, o en que sus acciones estén libres de intereses económicos, o en que su captación de fieles se fundamente en algo diferente al natural pánico a la muerte. No. La Iglesia católica es diferente simplemente porque es oficial, masiva (esto último cada vez menos) y ostenta un poder de tipo político.

Hace pocos años la Iglesia católica trataba a la comunidad evangélica con el mismo desprecio con el que hoy trata a las iglesias de garaje.
Pero el movimiento evangélico se consolidó y esa Iglesia que lo despreciaba se vio obligada a regañadientes a reconocerlo como "hermano". Bien es conocido el mecanismo de aparición de los avances en la doctrina cristiana: se adoptan años después de que la sociedad los impone y se publicitan como progresismo.

Y de eso finalmente se trata la bravata del arzobispo Sturla, de publicidad y de mercado: hay un nuevo concursante por el nicho de mis clientes y yo, como gerente de ventas, utilizo todas las herramientas para mantener la demanda de mi producto. Y afortunadamente para los intereses de quien mercadea, a la publicidad le importa un rábano que el vendedor tenga rabo de paja.

 

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