'¿Dónde están los terrícolas?'

'¿Dónde están los terrícolas?'

'Una reflexión después de vivir dos años por fuera de Colombia'

Por: Carlos Andrés Aguirre González
diciembre 21, 2015
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'¿Dónde están los terrícolas?'
Foto: tomada de elespectador.com

El católico, el negro, el mexicano, el asiático, el de allí, el de allá, el del pie torcido, el que piensa así, el que no lo hace, el que baila, el que se queda sentado, vos, yo, ellos. Saben, de allí creo que parte el gran caos que vive el mundo, porque aunque no lo creas, así se vive, en un caos de desigualdad extrema, del que ya se nos ha olvidado quién es ese otro que se para al lado nuestro cuando esperamos el autobús, ella que todas las mañanas te vende un café, ellos que hacen malabares en el semáforo, ustedes que ven en la televisión personas con un turbante, con ojos rasgados, con un lenguaje extraño, y casi siempre, con un pensamiento distinto al que usted tiene. Pero, ¿saben en realidad qué terminamos siendo al fin y al cabo?; terrícolas, de esos que ya se han extinguido en la historia y han sido reemplazado por humanos; de esos que se dejan llevar por las emociones más extremas y ponen no sólo el amor, sino también el odio al punto de haber creado este mundo en el que nos toca vivir, y cómo no; sobrevivir.

Cerramos fronteras, señalamos, satanizamos, los hacemos a un lado, decimos que son de una u otra manera porque alguien nos lo dijo, porque lo leímos en un periódico del que ni nos acordamos o porque vemos que los noticieros hablan de ellos; pero sabes, son terrícolas, personas de este planeta que habitan cada rincón del mundo. ¡Qué humanos que somos!, lo digo de una manera algo inconforme, porque sino lo fuéramos quizá el mundo marcharía de otra manera, el ser humanos hace que categoricemos radicalmente las situaciones, las sociedades, y en especial, al otro.

En Siria, Ucrania, Libano, Venezuela, Tailandia, Australia, Francia, China, Uganda, Rusia, Colombia y en el resto del mundo, mueren diariamente miles de personas por una enfermedad, quizá la más mortal en la actualidad y de la que cura no se ha encontrado; la desigualdad. No quiero hablar de ese término en un sentido económico – social, lo quiero tratar a partir de ese circulo vicioso en el que hemos caído, así es, caído, hablo en términos generales porque todos alguna vez lo hemos hecho y hemos sido parte de esa cadena que va en espiral, esa que se repite cientos de veces y ya la tomamos como algo del vivir diario, una enfermedad sin cura.

Por mencionar solo un ejemplo; un día vi a las afueras de un colegio en Sydney, Australia; como un grupo de niños, de no más de doce años se reían y hacían a un lado a uno de ellos, era casi igual al resto; ojos azulados o verdes, rubio y de la misma estatura que los demás;  no le encontraba sentido a las risas que iban acompañadas de “gotothejail Tom” (ve a la cárcel Tom), me acerqué y le pregunté a uno de ellos entre risas, para poder dar algo de confianza, por qué le gritaban eso. El niño me contó que en clase habían hablado de los presos que llegaron a ser los primeros habitantes de Australia, después de las tribus aborígenes claro está, y Tom contó en la clase que el abuelo de su abuelo había sido un preso Escocés, las risas no se dejaron esperar y esto hizo que a Tom lo alejaran con las burlas. Desde ese mínimo detalle nace la indiferencia de la que hablo, aceptando que estoy siendo algo extremo, ¿o quizá no?.

Mi segundo ejemplo es un poco más aterrizado a la realidad, y me da pena tener que mencionar un tema que podría decirse está de “moda”, hablo de los refugiados sirios y el conflicto que se vive hoy en día con ellos. Un grupo de personas apartadas del mundo, mucho de ellos sufriendo una guerra que no es de ellos, pero saben, en un futuro la harán tan propia como la que están viviendo los del campo de batalla. Por la simple razón que la desigualdad lleva al odio, a ese sentimiento tan humano como el amor y la plenitud. Porque los vemos a ellos como sirios, refugiados, los que mueren en el mar tratando de llegar a Europa; pero nunca como los terrícolas que habitan este planeta. Y no creas que esto no te toca a vos, ¿alguna vez pensaste que tu esposa, tu padre, tus hijas o tu amigo también pudieron haber estado sentados en el Teatro Bataclán de París, o en el hotel de Mali, o  en las calles de San Bernandino en Los Ángeles, o en el hospital de Médicos Sin Fronteras que por “error” Estados Unidos bombardeó?.

Dejemos de ser tan humanos, empecemos a pensar en un mundo de terrícolas, del que nos preocupe, así sea una vez por semana para empezar; lo que piensa el otro, lo que necesita el otro, lo que ama el otro, lo que verdaderamente hace feliz al otro. Es hora que intentemos luchar contra todas las fuerzas que rigen este mundo parado en el límite del precipicio, con cosas pequeñas, las que logran los verdaderos cambios; no con acciones grandes que se vuelven paisaje y pasan a ser una más que quedará registrada en un noticiero y no en la mente de los otros. Transformemos ese circulo vicioso en uno de buenas acciones; no digo que va funcionar hoy, en 1000 años o en algún momento, pero, ¿qué perdemos con intentarlo…?

Pd. Esta columna la escribo después de un par de años largos viviendo por fuera de Colombia, donde cada día crecí y quise hacer una reflexión interior de mí y del mundo donde vivo. En este preciso momento me dirijo en un avión que partió desde Los Ángeles a Medellín, después de casi 14 horas de vuelo desde Sydney hasta Estados Unidos, tiempo que aproveché para plasmar esta idea, que espero un 00000,1 % la llegue a reflexionar.

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