Desnormalizar las normalidades urbanas
Opinión

Desnormalizar las normalidades urbanas

La reactivación económica tendría que pensarse un poco más allá de la apuesta de las ciudades como centros financieros y turísticos

Por:
enero 13, 2023
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En medio de una recesión mundial y del crecimiento de la inflación que pone cascabeles a las finanzas, se publicitan buenas noticias en relación con el resultado de los emprendimientos festivos de fin e inicio de año (ferias y fiestas por doquier), asuntos que reactivan la economía y echan a andar el país. Las rimbombantes publicidades de las principales ciudades anuncian que “avanzamos en la reactivación” “estamos conquistando una nueva normalidad” y siguen las cifras de consumo y turismo. Son mensajes optimistas que es bueno analizar en detalle y con cabeza fría.

 

Las ideas de reactivar y normalizar tienen antecedentes recientes en la crisis bursátil del 2008 y se aplicaron en lograr una recuperación global de la economía que permitiera a la comunidad de países más afectados, afrontar las consecuencias productivas, sociales y políticas que sobrevinieron a un descalabro generado por la especulación financiera. Este dispositivo tenía especialmente un rasgo de reconversión empresarial, mediado por las tecnologías de nueva generación y por la colocación de remesas de moneda para innovar con nuevos formatos de producción y emprendimiento.

 

Posteriormente en el contexto de la pandemia global del covid-19, se retomaron las ideas de reactivación y nuevas normalidades, para significar dos sentidos no necesariamente convergentes: el primero indica que es necesario recuperar la economía y adaptarse a condiciones difíciles que afectan la sociedad en todos sus aspectos; no volveremos a la vida de antes, pero tenemos que trabajar para salir del mal momento. La segunda buscaría que nos preguntemos por la situación a la que hemos llegado y que, en consonancia con ello, exploremos aprendizajes para retomar la cotidianidad con cambios necesarios para el cuidado de la vida en todas sus manifestaciones. La primera prioriza la urgencia de mantener activo el mercado y la economía, la segunda reconoce la necesidad de sobrevivir y se pregunta por la ruta que rectifique la lógica que nos ha traído hasta aquí, para vivir de otra manera.

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Una prioriza mantener activo el mercado y la economía, la otra reconoce la necesidad de sobrevivir y busca la ruta que rectifique la lógica que nos ha traído hasta aquí, para vivir de otra manera

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¿Qué ha pasado desde el 2020 hasta estos inicios del 2023 con esas ideas por lo menos discordantes? Me valgo a continuación de tres breves historias cotidianas para animar la reflexión al respecto:

En junio del 2020, en el inicio de la pandemia, me di una vuelta por la galería Alameda de Cali; estábamos en pleno auge de las restricciones para el manejo colectivo del virus, la plaza funcionaba con restricciones. Ese día casi todos los negocios estaban atendiendo; pasé por la venta de chontaduro de doña Alicia, no estaba, pregunté por ella y me dijeron que en la última semana no había ido, no se sabía nada. Volví en los días siguientes, hasta que supe que estaba bien, simplemente por prevención había decidido no trabajar. Un día que por fin la encontré en su puesto, Alicia me dijo: “Fíjate ve que en casi cuarenta años nunca dejé de venir de martes a domingo a mi puesto, pero este bicho me sacó de mi esquina; no aguanté sino una semana en el rancho, pero hoy me le volé a los nietos y me dije eh no aguanto más, jódanse ustedes que yo me muero en mi esquina, y me vine con guante y tapaboca a trabajar”. Sin duda, el trabajo para Alicia era más que comprar y vender frutos del Pacífico, era su hábitat de más de media vida y era eso lo que estaba poniendo en cuestión la enfermedad viral.

En agosto del 2021 recorría el Oeste, por los barrios San Fernando, Miraflores, San Antonio entre otros y hacia balance de los negocios que se habían cerrado y de los sitios desocupados que ahora tenían aviso de “se vende” o “se alquila”; especialmente muchos restaurantes, bares, tiendas y fuentes de soda, debieron cerrar con impactos económicos severos producto de la pandemia y del estallido social reciente. En el recorrido encontramos a Amanda, una mujer colombo-chilena que trasteaba su negocio de empanadas y cocteles para una bodega vecina; le pregunté por lo que sentía en ese cierre y nos respondió entonces: “lo aplazamos un año, no sé cómo aguantamos tanto, al comienzo vendíamos a domicilio y hasta trabajábamos al fiado, pero estos últimos meses ya no se pudo hacer nada, es mejor parar y después ver cómo nos reactivamos, ver que hacemos para sobrevivir haciendo lo que sabemos hacer”.

En junio del 2022, haciendo los mismos recorridos por la plaza de mercado y por los barrios del Centro-Oeste, vimos una gran cantidad de nuevos negocios. Los caminantes apostábamos cuántos de los nuevos emprendimientos resistirían seis meses; la mayoría de los negocios eran pequeños cafés, tiendas, barras, licoreras, hostales, artesanías, ventas con fines turísticos, entre otros. La razón de la apuesta consistía en que se sentía mucha repetición en las nuevas empresas, en términos técnicos una sobre oferta y una apuesta a un único renglón: los servicios y especialmente el turismo.

Así llegamos a la segunda semana de enero del 2023;  en el mismo recorrido, se observan nuevos negocios cerrando en un porcentaje importante, se van con el turismo de Feria; Alicia mantiene aún su puesto con la queja de que el chontaduro está muy caro y se le está quedando por el alto costo; en San Antonio reencontramos a Amanda frente a su antiguo café, tenía nuevo aviso, pero no estaba abierto; le pregunte si había vuelto abrir y por qué ahora estaba cerrado; nos respondió: “abrimos por temporada, pero acabamos de llegar de los carnavales del diablo en Río Sucio y ahora estamos viendo si vamos a Cartagena al festival de artes; nos tocó así, como golondrinas”.

Todo indica que la política de reactivación económica tendría que pensarse un poco más allá de la apuesta de las ciudades como centros financieros y turísticos, pues así no avanzaremos mucho. Otro asunto no menor es que las nuevas normalidades sólo pueden surgir si aprendemos de las experiencias recientes y si emprendemos un camino de reeducación ecológica, social, cívica, ciudadana e institucional. Si no hacemos rectificaciones integrales seguiremos viviendo con los trancones, con la siniestralidad vial, con la falta de trabajo, empleo, ingresos y oportunidades, lo cual nos conduce a los repetidos círculos de pobreza y desorden urbano; se necesita profundizar en ideas públicas al respecto; nueva normalidad son cambios profundos en la sociedad, no más de lo mismo.

 

 

 

 

 

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