Del paro del magisterio a las conclusiones de la OCDE

Del paro del magisterio a las conclusiones de la OCDE

"No puede confiarse las decisiones trascendentales de nuestro porvenir a una población que fue educada por la Rosa de Guadalupe, condecora a Maluma y compra productos a Epa Colombia"

Por: Alejandro Castillo
junio 08, 2017
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Del paro del magisterio a las conclusiones de la OCDE
Foto Diario ADN

En día pasados, Pedro Cadavid, un prospecto a máster en Economía Financiera, según afirma el mismo, publicó un texto titulado ¿Alguien por favor quiere pensar en los niños? De ese han hecho uso personajes como Daniel Raisbeck para desvirtuar el paro del magisterio. En síntesis, la tesis del autor afirma que es innecesario e improcedente el incremento salarial al magisterio colombiano, puesto que se desconoce la realidad económica del país y su incremento no se ve reflejado en la calidad de la educación.

Después de analizar el texto he querido precisar algunas situaciones que estoy seguro aportarán al debate que cada uno de nosotros establece en defensa propia. Históricamente el sector de educación ha sido uno de los más golpeados en la nación no solo por su baja inversión sino por una andanada de decretos y normatividades que atosigan el nivel cultural y académico de nuestra población. Y como si fuese poco, en contubernio con los medios de comunicación, el país se ha especializado en la creación de un número grande de contenido masivo carente de calidad. Algo fácil de entender si se comprende que lo ha imperado en el país es anular la capacidad de crítica que puede hacerse. La historia reciente nos ha demostrado que no puede confiarse las decisiones trascendentales de nuestro porvenir a una población que fue educada por la Rosa de Guadalupe, condecora a Maluma y compra productos a Epa Colombia.

Eso hay que cambiarlo y la educación es el único camino posible para hacerlo. Una transformación del país no la realizará ni la empresa privada ni las fuerzas militares sino nosotros, los educadores, los pilares fundamentales de esta sociedad.

Aunque en el 2014, el gobierno Santos anunció que esta nación, para el 2025, sería la más educada de la región, su enunciación ha quedado atrapada en el mero deseo y no en hechos concretos. Según los datos presentados por el Ministerio de Hacienda, el Estado invierte el 29,1% en la educación de los colombianos, en todos sus niveles. Algo completamente insuficiente si el interés del Estado es cambiar el aroma de un café colombiano por el un güísqui escocés (adaptación gráfica aceptada por la real Academia en su vigésima tercera edición del DEL), cuando se siente con sus amigos de la OCDE.

Mientras el magisterio está movilizándose en las calle, esta organización presentó el pasado 25 de mayo su último informe económico para Colombia. Algunas conclusiones se deben tener en cuenta, por ejemplo, el hecho de que seamos el segundo país peor inversor en educación por cada estudiante, que el peso colombiano esté atravesando una depreciación frente al poder adquisitivo, la alta inflación (6%), la alta tributación que deben pagar los colombianos y la alta desigualdad de los ingresos percibidos por cada hogar.

Para educación, si bien esta organización hace énfasis en los nefastos resultados que se obtienen en evaluaciones internacionales, también da cuenta de que la infraestructura escolar no es la adecuada. Ahora, en el porvenir de los niveles de vida de los colombianos resulta preocupante que los graduados de bachilleres no estén optando por seguir su formación profesional, y cuando se realiza, prefieran los niveles técnicos de formación, En educación, estamos muy lejos de lo deseado.

Lo preocupante del asunto también está enfocado en los discursos que emergen de la sociedad civil. Aún no se han percatado que una sociedad que irrespeta a sus maestros es una sociedad condenada al fracaso. Y sí, hablo de los padres de familia, quienes no bastándoles con educar a sus hijos con la Rosa de Guadalupe, ponerles a Maluma todo el día y decir que Epa Colombia es un ejemplo de mujer colombiana, desvirtúan el papel de la escuela como un espacio de aprendizaje y consideran a los educadores como niñeros y no como los pilares de la sociedad. Tal vez por eso las redes sociales se han visto inundadas de tantos mensajes peyorativos al magisterio, provenientes de miles de familias que han sido incapaces de pensar un proyecto diferente al de la escolaridad formalmente estructurada.

Es cierto que no solo necesitamos ingenieros y arquitectos sino que también necesitamos obreros que peguen ladrillos, pero con esa mentalidad, los padres lo único que están haciendo es reproduciendo la misma mediocridad con la que han vivido sus vidas: sin ningún proyecto emancipador ni civilizatorio decente.

Es triste percibir que al único ser que le interesa el bienestar de la nación y la capacidad de un desarrollo incluyente sea al educador. Ni el Estado ni al común de la sociedad civil pareciese no importarle construir una nación mejor. Triste también resulta que a ese educador interesado por un porvenir mejor no le sea suficiente el hecho de cursar carreras profesionales, especializaciones, maestrías y doctorados sino que deba sopesar su ridículo salario con actividades alternas, que le permitan sobrevivir. Y sí, ridículo salario porque se justifica muy poco invertir más de veinte millones en una maestría para obtener dos millones mensuales o invertir más de cincuenta millones en un doctorado, por tres millones mensuales.

Sí se mejora solo ese aspecto –el económico- esta nación tendría los suficientes argumentos para exigirles a sus educadores calidad porque permitiría trazar una evaluación diferente, donde la lectura, la escritura y la investigación tenga un espacio en el aula, en la institución y en la nación. Un país que no sabe para qué sirve la lectura y la escritura es un país que se siente con el derecho de andar escribiendo la primera tontería que salga de su boca.

Esa calidad que Pedro Cadavid está exigiéndole a los maestro debe estar permeada por unas mejores condiciones institucionales, docentes y estudiantiles. Se trata del desarrollo de una nación que cada vez más se mira perdida y que al gobierno poco o nada le interesa. Pero, presidente Santos, si tanto quiere tomar güisqui con la gente de la OCDE, al menos hágales caso a ellos y trace el camino para mejorar esos vergonzosos índices que presentaron y de los que ustedes no han querido hablar

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