La plaza del Palacio Municipal, hoy Museo de Antioquia, estaba repleta de gente que intentaban estirarse sobre la punta de sus pies para ver al maestro Pedro Nel Gómez pintando en vivo. Entre la multitud estaba la pequeña Débora Arango con su amiga Luz Hernández. Como pudieron se encaramaron en unos andamios y consiguieron tener la altura suficiente para poder ver al artista en su labor.
Cuando Débora se acomodó en el andamio no solo vio a Pedro Nel Gómez, vio a toda la muchedumbre que desde las alturas parecían una plaga de hormigas que se amontonaban una sobre otra para llegar al escenario donde estaba el artista. En ese momento, Débora supo que ese era el arte que ella quería hacer. No estaba interesada en que sus brochazos retrataran el poder o lo bello, ella quería pintar gente común y corriente en sus vidas diarias, con sus sufrimientos y padecimientos.
Para ese momento, a la pequeña Débora ya la habían sacado del colegio porque la hermana María Rebecca le dijo a doña Elvira Pérez que Débora no era para estar pintando cuadritos de colegio, que la metiera a un instituto. Entonces, mientras la niña veía al artista, se llenó de coraje, bajó del andamio, se metió entre la multitud y le preguntó a Pedro Nel si daba clases de pintura.
Así fue como terminó un año estudiando pintura con Pedro Nel Gómez, con quien hicieron una exposición donde Débora presentó al público su primer cuadro, un canario dentro de una jaula. Después de la exposición, las niñas contentas por la oportunidad que les había dado Pedro Nel de visibilizar su trabajo, lo invitaron a almorzar y él les dijo: “Bueno, para el año entrante no sigan pensando en paisajitos, en naturalezas muertas. Ya vamos a pintar lo humano, unos desnudos, estudien”.
Esa instrucción marcó el destino de la artista paisa. Las alumnas de Pedro Nel se resistieron a hacer desnudos y prefirieron inscribirse al convento, la única que quedó fue Débora, quien aprendió no solo los principios del oficio de pintar desnudo, sino también aprendió italiano gracias a doña Giuliana, la esposa del artista.

Pedro Nel renunció a las clases que le dictaba a Débora sin dar previo aviso. La joven artista siguió sola en su formación, sosteniéndose con las bases que le había dado el maestro. Hasta que presentó su primer desnudo, la Cantarina de la Rosa, una mujer desnuda sentada en una postura relajada. Esta pintura le costó la excomulgación de la Iglesia Católica a Débora Arango.
La crítica demolió la pintura de la Catarina por presentar a una mujer desnuda, aun así, la calidad de las pinturas de Débora era superior al resto de pintores que presentaron sus obras, por lo tanto, no pudieron evitar darle el premio a la artista paisa, pero no por Cantarina, sino por Hermanas de la caridad, otro de sus trabajos.
Débora, una de las cuatro mujeres que tenía licencia de conducción en Medellín, enmarcó orgullosa en su casa el papel que le otorgaba el premio. Pero el cuadro que tanto causó escándalo en los medellinenses terminó siendo devorado por las cucarachas, como si ellas también tuvieran incrustadas en sus entrañas los prejuicios mojigatos que se resistían a valorar los brochazos de la joven artista paisa.
Esos fueron los primeros pasos que dio Débora por las sendas del desprecio. Cuando salía a la calle la gente la miraba con susto, como a un bicho raro. Incluso, su maestro, Pedro Nel Gómez, escondió en una exposición un cuadro de Débora para que no genera algarabía en los asistentes. Pero a Débora no le importaba lo que pensaran los demás, seguía su vida sin preocupación, pintando y colocándose vestidos de novia para ir a comedias con sus amigas. Caminando siempre segura, como si supiera de por sí, que era una mujer muy adelantada a su época.
No es gratuito el dicho que dice que, para conocer la historia de Colombia, bastaría con observar las obras de Débora Arango. El compromiso social de la artista fue algo que siempre atravesó sus trabajos. De ahí uno de sus cuadros titulado ‘Rojas Pinilla’ en el que hizo una crítica mordaz a la dictadura del boyacense Gustavo Rojas Pinilla, que fue, recientemente, causa de revuelo porque el Museo de Arte Moderno de Medellín quería vendérselo a la Biblioteca Luis Ángel Arango.

Esa costumbre de Débora hacer arte con crítica social, hizo que fuera prácticamente vetada en Colombia, donde se le impidió exponer libremente sus críticas sociales y sus desnudos por ser consideradas “indecentes” o “subversivas”. Por esta razón, se vio obligada a marcharse de su país en 1954 hacia Madrid, España, donde perfeccionó su interés por la pintura de murales.
En Madrid también desarrolló su gusto por los adivinos y las pitonisas. Tanto así que en la primera visita que realizó a una adivina está le dijo: “Señora, usted tiene mano de artista, ¿qué vino a hacer acá a España? No había tenido necesidad”. En 1955 se fue para Londres, donde estudió cerámica y pintaba todo el día. Luego volvió a Colombia y se encontró con que muchos de sus once hermanos ya habían muerto, la tristeza la inundó y en quince años no volvió a coger un pincel.
La artista antioqueña falleció el 4 de diciembre de 2005 en la tranquilidad de su hogar en Medellín. En conmemoración de su obra el Museo Santa Clara abrió la exposición La huida del convento, un gesto histórico en el que se van a poner a dialogar las pinturas de mujeres desnudas de Débora, con las obras coloniales de figuras religiosas que han perdurado durante siglos en las paredes del antiguo Convento de Santa Clara.
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