De Colombia en los campos
Opinión

De Colombia en los campos

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septiembre 01, 2013
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“Al comienzo de su gobierno Juan Manuel Santos dijo que la forma de derrotar a las FARC era apropiándose de sus banderas. Al parecer la guerrilla está siguiendo su guión. Sus “diez propuestas de las FARC para una política de desarrollo rural y agrario integral” circuladas el lunes por los guerrilleros recogen muchas de las promesas que ha hecho el gobierno y que todavía no ha llevado a la práctica.”: La Silla Vacía

La “cuestión agraria” en Colombia ha sido motivo de conflicto, no solo del armado, sino del social, del económico, del cultural. Las movilizaciones de los últimos días no son sólo por la disputa por la tierra, sino por quienes se benefician de políticas, programas, subsidios, etc. de los gobiernos de turno.

Desde la masacre de las bananeras en 1928, producida por la huelga contra la United Fruit Co. hemos vivido estas confrontaciones. La contienda política ha sido el instrumento del “campesinado” para conseguir avances y conquistas. Pero ese “campesinado” cambió. Como han cambiado tantas cosas en este país. Ahora hay muchos otros actores, y muchos otros intereses en juego. Y a mí (como a todos los colombianos), me gustaría saberlos.

Es un lugar común decir que Colombia es un bello país, con sus paisajes, su diversidad de clima y recursos naturales. Dos océanos. Riqueza cultural, múltiples etnias. Sitios patrimonio cultural de la humanidad. Tres cordilleras con volcanes, nevados, nacimientos de ríos, serranías y zonas de reserva. Que lo mejor de Colombia es su gente, laboriosa y emprendedora. Que somos el país más feliz del mundo. Sin embargo, para miles de colombianos todo esto forma parte del imaginario popular.

Para la mayoría de los jóvenes de las ciudades, “campo” es sinónimo de diversión, desde que el expresidente Uribe lanzó su campaña “Vive Colombia, Viaja por Ella”. Programa de promoción turística de su política de “seguridad democrática”, como medida para recuperar la confianza de propios y extranjeros, ofreciendo destinos de interés cultural o recreativo. Algunos solo caminan los campos de golf. Otros, saben de campos de batalla en los videojuegos. Para ésta generación, montañismo es eso se practica en lugares asépticos para paseantes, o lo que hacen guerrilleros en las selvas. Acampar a la orilla de un río son escenas de cine (ante los contaminados ríos que conocen, se preguntan con asombro ¿baño en río?). La única pesca que conocen es la “milagrosa”, o la que ofrecen algunos restaurantes de carretera con peces en cautiverio.

Se han enterado, si es que lo recuerdan, de la existencia de pueblos y regiones por sus tragedias: Montes de María, masacre en Mapiripán, toma guerrillera en Mondomo, fosas comunes en San Roque, burrobomba en Chita... Han crecido convencidos de que las zanahorias, la lechuga y el tomate crecen en bolsas de supermercados. Los jóvenes citadinos de hoy piensan que los huevitos son conceptos políticos, que las papas, o vienen en paquete, o son un instrumento de agresión en las universidades públicas. Y que los campesinos son solo parte de nuestro hermoso paisaje.

También ese nostálgico “campesino” cambió. La juventud del campo ha llegado a las ciudades desplazada, o en busca de un “sueño colombiano” de formar parte de esa creciente clase media con oportunidad para todo y todos. Ya no quiere más “cultivar la tierrita”, pues es posible que hayan han escuchado lo que se dice en los clubes sociales bogotanos: “La tierra ennegrece, embrutece y empobrece.” La gran mayoría no tiene ninguna intención de regresar. El hecho de que más carros y buses estén andando por las carreteras antes asoladas por la guerrilla no quiere decir que el campo haya mejorado sustancialmente.

Las comunidades de la sociedad agraria o rural ya no son más sociedades preindustriales. Están insertadas en el engranaje productivo. Se han sumado a la globalización en el modo de relacionarse con el mundo, en pautas de comportamiento. Están más informadas por el acceso a las nuevas tecnologías. Sus expectativas de nivel de vida han aumentado. Dejaron de ser comunidades aisladas que producían para subsistir, su orientación comercial va más allá. En nuestros días, la diferencia entre “lo urbano” y “lo rural” es cada vez más difusa, menos obvia. Hay dependencia mutua, como dice el proverbio chino: "El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo"

Si el presidente Santos no tiene resultados para mostrar, ¿por qué creer que las cosas han mejorado tanto como para seguir felices y despreocupados, convencernos de que "El tal paro nacional agrario no existe"? No sé qué es más preocupante, si permanecer ignorantes de lo que hay detrás de estos paros y movilizaciones, o creer que el presidente es un soldado cuyo “varonil aliento” nos va a servir de “escudo para la victoria”, como dice la quinta estrofa del himno nacional.

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