De búhos, lechuzas y el apego al miedo

De búhos, lechuzas y el apego al miedo

Estos animales no son brujos ni determinan la desgracia de nadie, por eso es importante fomentar un sólido sustento que permita entenderlos, apreciarlos y protegerlos

Por: Juan Sebastián León Lleras
junio 01, 2020
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De búhos, lechuzas y el apego al miedo
Foto: Pixabay

Existe una variedad de “realidades” fundadas en plantas, animales, insectos, nubes, estrellas, entre otros elementos, hechos y fenómenos de la naturaleza.

Muchas de ellas han forjado bellas y estructuradas bases cosmogónicas en una gran diversidad de civilizaciones alrededor del mundo. El poder representado en un jaguar, la sabiduría en un búho, la astucia en un zorro, la perseverancia en una tortuga, la nobleza en un caballo y la fidelidad en un perro, entre otras cualidades que enaltecen el espíritu humano y le ayudan a explicar y justificar su posición en el universo.

Por supuesto, las aves no son la excepción. En el México prehispánico, el guajolote fue catalogado como el gran alimentador, ya que constituía la fuente primaria de la dieta de los pueblos indígenas, del mismo modo el faisán, las palomas y las perdices. El plumaje de algunas aves exóticas servía para distinguir rangos y jerarquías, por ejemplo, el penacho de Moctezuma explica la importancia que daban a la ornamentación en esta época.

Del mismo modo han surgido bellas costumbres locales asociadas a la actividad de algunas especies de aves. En ciertas regiones de Colombia las personas suelen alistarse para recibir a un visitante cuando un colibrí entra a sus casas, por ende, la arreglan, asean y la disponen acoger a dicho comensal. El vuelo itinerante de las golondrinas anuncia la llegada de las lluvias, el canto incesante de las pavas o guacharacas vaticina el momento de cosechar los frutos de la tierra, y las bandadas de loros anuncian la proximidad de un festejo.

No obstante, este culto y deificación hacia las aves trae consigo ese aspecto antagónico que busca urdir que recaiga sobre algunas de ellas la responsabilidad de hechos trágicos e indeseables de la vida de los seres humanos. Tales cosas se definen como presagios de muerte, mala fortuna, enfermedad, augurios tenebrosos, entre otros aspectos.

Algunas veces los búhos, lechuzas y otros pájaros nocturnos suelen ser vistos como criaturas siniestras y objeto de exterminio, pues dicha deleción a su vez deshace la maldición asociada. Se han reportado varios casos en los cuales estas aves son apedreadas, apaleadas y asesinadas inmisericordemente, en gran medida por la superchería e ignorancia sobre las mismas.

Se ha determinado que búhos y lechuzas son vitales en la regulación de los ecosistemas, ya que junto a otros organismos se encargan de mantener controladas a poblaciones de roedores e insectos las cuales, en función de un desaforo, pueden llegar a ser indeseables. Del mismo modo, son aves fascinantes en términos de sus cualidades morfofisiológicas, pues han sabido adaptarse a su entorno de una manera maravillosa, al estar dotadas de una visión, olfato y oído prodigiosos, poseer ciertas características de vuelo que las hace indetectables, rotar sus cabezas para monitorear los alrededores en busca de alimento, y una variedad de formas y colores en sus plumajes, dignos del más acerado de los artistas surrealistas o del cubismo.

En Colombia existen aproximadamente 28 especies de búhos, distribuidas prácticamente en todo el territorio nacional y desde el nivel del mar hasta cotas que superan los 3500m. Conviven con los seres humanos aprovechando los roedores y otros organismos concomitantes con sus asentamientos. Tan solo en la Sabana de Bogotá se han registrado cerca de 10 especies de las cuales varias de ellas moran el interior de la ciudad siendo cazadores nocturnos cuya presencia es prácticamente (por fortuna) imperceptible.

Los búhos no son brujas ni determinan la desgracia de nadie. Son aves fascinantes cuyo conocimiento es aún precario en aspectos de su distribución y patrones ecológicos y juegan un papel importantísimo en el flujo de energía de los ecosistemas; simbolizan la sabiduría, la academia y la prudencia (de hecho, el campus de la Universidad Nacional de Colombia está basado en la figura de un búho), constituyen ancestros culturales y sociales de gran valor en todo el mundo, y la mera realidad de su existencia las hace merecedoras de respeto, cuidado y reverencia.

Es muy importante fomentar en las nuevas generaciones un sólido sustento pedagógico que les permita entender y apreciar a estas criaturas en términos de su defensa, no solo del organismo per se, sino de su hábitat; que matar es matar y que tal acto es mucho más reprochable cuando se basa en la ignorancia o en la prepotencia basada en “lo hago porque puedo”. Es mejor hacer muy poco bien, que hacer el mal muy bien.

Apedrear, balear o torturar un búho, (o cualquier animal) so pretexto de construcciones irracionales, supercherías y miedos infundados determina un nivel intelectual totalmente precario, también define perfectamente la actitud de los cobardes y los pusilánimes, explicando así que detrás de un ignorante habrá siempre un cobarde.

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