Koko, una gorila que hablaba

Koko, una gorila que hablaba

A los 45 años murió cuando se acercaba el verano, la época que mas le gustaba

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febrero 02, 2016
Koko, una gorila que hablaba
Foto: Folsom Natural - CC BY 2.0

Desde que tengo memoria he querido ver un fantasma o un extraterrestre, una inteligencia no humana que me hable desde otra dimensión, desde otra óptica.

Soy un escéptico en general, de esos mamones, que escuchan, pero dudan y comprueban. De esos que saben que los propios sentidos le pueden mentir. Y tal vez esa sea la razón por la que lo más parecido a una experiencia del tercer tipo que he tenido ha sido la vista fugaz de un meteoro en el cielo y las inexplicables coincidencias mentales que tengo con mi hija y con algunos aparatos electrónicos.

Ser escéptico lo libra a uno de interpretar las formas de un hongo de humedad en la pared con la figura de una deidad, de creer que el silbido del viento es una voz de ultratumba o que el discurso de cualquier prócer equivale a sus verdaderas intenciones.

No había visto ni oído un mensaje de una inteligencia distinta a la humana hasta hace unas semanas cuando una gorila llamada Koko me habló en la internet. A mí y a la gente de la COP21 que se reunió en París el año pasado.

En su lenguaje de señas, aprendido en el laboratorio, que le dio un vocabulario de cerca de 2.000 palabras en inglés —que es, con mucho, más de lo que algunos de los ungidos por la democracia poseen— habló para decir que era una gorila, que era flores, que amaba a los humanos, pero que éramos estúpidos, que la naturaleza ve y que debemos sanar la Tierra rápido, pues el tiempo se agota.

En nuestro mundo tan acostumbrado a ver y pasar todo como en una revista de variedades, la cosa pasó un poco desapercibida. “Ah, sí, un gorila que habla”, like, compartir y punto. Pero era eso, una gorila que nos habla, que no solo tiene una percepción (profundamente poética) de sí misma, si no que tiene una visión crítica de nosotros los humanos y del mundo que estamos destruyendo con nosotros, humanos, gorilas, plantas, ríos y aire incluidos.

Una mirada desde afuera, que coincide con la de otros muchos que estamos por fuera de la corriente principal de pensamiento, que dice a gritos que esto que hemos construido, este sistema de valores y de desarrollismo, es el camino al precipicio.

Estos días que pasan, de temperaturas tan altas como nunca antes, que quizás se acaben en unos meses, quizás nos den una pequeña muestra de las consecuencias de nuestra torpeza. Unos días sin agua en las grandes capitales, unos reportajes de ríos desaparecidos y unas protestas de campesinos que han perdido sus cosechas con el consecuente incremento de precios de los alimentos, que pasaremos con un “ah, sí, tan terrible” y con algunos madrazos a terceros, pero que olvidaremos tan pronto lleguen las lluvias y los noticieros vuelvan a decirnos confiados que la idea del nuevo alcalde de urbanizar el bosque que él llama potreros es el camino del “progreso y el desarrollo”. Progreso y desarrollo de los que se lucran del cemento y el metal, debiera decir si fuera sincero. “Destrucción suicida” debiera decir si no fuera tan miope por no ver que nadie, ni siquiera los que pueden pagarse escoltas e ir de restaurante fifí cada día puede hacer agua, ni vida, ni aire. Que vivimos en el mismo lugar, la Tierra, que aunque grande, ya está rebosado de nuestro modelo de desarrollo y crecimiento.

Que el dinero y su hiper concentración en unos contados bolsillos, pasado por la estadística mentirosa de PIB que habla del “progreso” de los países, no pueden ser más el medio de aproximación para saber del bienestar de la sociedad en su conjunto, porque ese tan ansiado dinero no comprará ni aire, ni agua, ni vida. Que, como decía mi mamá, la seguridad no es la policía, sino la falta de necesidad para todos.

Dice la gorila, con sus escasos gestos, lo que nos gritan los ríos secos, los mares llenos de plástico, los peces con mercurio que ya llegan a nuestros platos, los montes que se prenden en llamas a la primera chispa, los niños de la Guajira que mueren de hambre:

La naturaleza no lee las tablas de Excel con la que calculan las ganancias los mercaderes que aúpan a muchos gobernantes. La naturaleza nos ve y somos su plaga. Y el mensaje es claro: o paramos o nos vamos. Le guste o no a las tablas de Excel.

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