Cuando la champeta no era para los ricos

Cuando la champeta no era para los ricos

La champeta es un ritmo africano que empezó a escucharse en los barrios pobres de Cartagena y poco a poco se popularizó por todo el país

Por: Víctor Sánchez Rincones
marzo 06, 2020
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Cuando la champeta no era para los ricos
Foto: Instagram @control creativo

Cartagena de Indias en Colombia es de esas ciudades clasistas y racistas. A pesar de que su población es mayoritamente negra, los blancos que viven en los barrios pupis (así les llaman a los sectores de estrato alto), no les gusta o no les gustaba mezclarse con el pueblo, con aquellos que otrora escuchaban champeta, terapia o música africana.

En los años 80 y 90 solo se escuchaba música americana gracias a emisoras que tampoco apostaban por la música popular. Les daba vergüenza programar un género de negros y para negros, por el solo hecho de que no iba a tono con lo que les gustaba a los blanquitos de barrios como Bocagrande, Laguito, Castillo o Manga.

Fue también la época donde el narcotráfico estaba en su máxima ebullición, y los ricos de moda alardeaban sobre sus coches, motos de lujo y hermosas mujeres salidas del quirófano, rellenas de silicona.

Mientras todo esto pasaba, Cartagena seguía su ritmo musical gracias el Festival de Música del Caribe, que se celebraba todos los años en la Plaza de Toros, y que gracias al conocido ‘Mono’ Escobar, logró convertir a La Heroica en el epicentro mundial de las músicas del Caribe, y la semilla para que productores y pinchadiscos de picó apostaran por esos sonidos frenéticos que ponían a bailar a la gente desmadrada por el ron y la cocaína.

Fue una época convulsa por los tantos problemas que vivía Colombia, tanto como de guerrilla, paramilitarismo y narcotráfico. Una bomba de tiempo sin precedentes en la historia del país.

Recuerdo que en esa época que trabajaba en el periódico El Universal de Cartagena, recibo una llamada de Yamiro Marín, quejándose por una nota que había sacado en el rotativo en el que lo criticaba por la manera como estaba aprovechándose de Elio Boom, el artífice de La Turbina, el primer tema de champeta que se adueñó de todo el país, por ese sonido único y extraño que ponía a la gente a bailar como si estuvieran poseídos por el demonio.

Marín me citó en Bazurto, un mercado de abastecimiento de alimentos muy conocido en toda la región Caribe, para contar su versión de los hechos y ponerme al corriente de su trabajo como productor musical.

Entrar ahí era terrorífico para mí. Nunca había estado en ese mundo de vendedores ambulantes y almacenes de baratijas; llegar ahí con una cadena o un reloj en ese entonces era ser víctima de los amigos de lo ajeno. En un almacén rodeado de otros almacenes pude vislumbrar al personaje de esta historia, al padre de la champeta, al que todos los champeteros nombraban en sus canciones.

Al verlo lo reconocí porque a su alrededor había mucha gente que bajaba de los pueblos a comprarle música. Yamiro viajaba casi todos los años con Humberto Castillo (otro impulsor de este género) a África o a Europa, más exactamente París, y llegaba con un cargamento de sonidos que luego plasmaba en vinilos. No existía el CD por ese entonces. Picoteros, dueños de estaderos, melómanos y artistas, todos sin excepción se acercaban a Bazurto para comprar el disco de moda, la canción más pegada, esa que sonaba en todas partes, desde los departamentos de La Guajira hasta Córdoba. Fue la época dorada de Yamiro Marín, y en la que amasó una gran fortuna, hasta que llegó la era digital, y todo se acabó.

El vinilo que no era plagiable dio paso al formato digital, ese que todo el mundo copiaba. Antes de que eso ocurriera Yamiro conoció a Elio Boom, un negrito de Turbo (Antioquia), con quien hizo que el mundo mirara hacia un sonido desconocido para los cachacos (nacidos en el interior del país), pero no para los costeños. De tanto ir a África, Yamiro tuvo la brillante idea de apropiarse de esos ritmos y hacer él mismo las propias producciones pero en español. Ahí fue donde se dio origen a lo que todo el mundo hoy conoce como champeta. ¿Pero qué es la champeta?, ¿de dónde viene ese nombre?

La champeta es el mango del cuchillo con el que los pescadores quitan las escamas a los peces. Pero quienes realmente popularizaron ese nombre fueron las pandillas de los barrios pobres de Cartagena que se reunían en las fiestas populares con sus contrincantes para forjar combates a cuchillo limpio.

En muchas ocasiones fui testigo de cómo un ser humano le quitaba la vida a otro, ya sea con un revólver o un arma afilada. Precisamente vi en una verbena popular cómo un joven asesinaba a otro con el fondo de una música de champeta. Fue una escena traumática que recuerdo como si fuera hoy.

Volviendo al primer encuentro con Yamiro Marín, a ese mundo de Bazurto, descubro cómo era el negocio de la música en ese entonces. Sin preámbulos, Marín me cuenta que de cada disco que se vendía Elio recibía un porcentaje, y que sería incapaz de asaltarlo en su buena fe.

«Soy un hombre de palabra, por eso todo el mundo confía en mí y hace negocios conmigo», me dijo, no sin antes mostrarme los discos que había traído de su último viaje a Sudáfrica. A pesar de su juventud, Yamiro en ese entonces -y lo sigue siendo-, era un ser visionario, las ideas que se le ocurrían a nivel musical eran sorprendentes, y pocos creían en él. Solo su fe ciega por un género lo llevó a lo más alto y también probó lo más bajo cuando surgió la feroz piratería.

En ese momento del diálogo se acercó Álvaro ‘El Bárbaro’, otro joven ávido de triunfo. De su camisa sacó un cassette, y se lo entregó a Yamiro. Este lo puso en su equipo de sonido y le subió el volumen. Lo que sonó a los pocos meses se convertiría en otro batazo en la Costa Atlántica. Era el famoso “Pato”, un tema infantil, con letra fácil, pero con un vacile y un sonido que a la primera de cambio te ponía a temblar las piernas.

Cuando esa canción empezó a sonar ese día en Bazurto y Yamiro Marín la puso a todo timbal, todos los presentes ya lo querían tener en su poder. Fue algo mágico vivir cómo una canción paralizaba a los presentes, y se descomponían por tener esa melodía envolvente en su poder.

Los picós: estruendos del Caribe

Anteriormente, y tampoco hoy día, la música champeta no se pegaba en la radio, sino en los picós, ese equipo de sonido inmenso que años atrás funcionaba con tubos Sylvania (de su interior salían chorros de luz), y para cargarlo se necesitaba un batallón de personas.

Picó que se respetara tenía que ser el más potente del barrio o de la ciudad, y fue ahí donde surgió el Rey de Rocha, el sound system más famoso de Colombia, el cual a fecha de hoy con las nuevas tecnologías, ya dejó de ser ese picó tradicional para convertirse en un elemento tecnológico que cualquier dj en el mundo envidiaría.

La hermanos Iriarte dueños de ese fascinante aparato musical, también primos de Yamiro, empezaron a meterse de lleno en la producción de canciones de champeta. El líder de toda esta estructura musical es el mundialmente conocido como Chawala, quien pasó de animador y dj, a productor de gran prestigio en la Costa Atlántica de Colombia.

No hay músico que no le haga la venia para que suene en el Rey de Rocha. Si un artista de champeta quiere triunfar, tiene que pasar por el visto bueno de Chawala. Si él considera que ese artista no tiene la altura musical para interpretar champeta, puede olvidarse de su carrera musical. Es tanto su poder que las nuevas estrellas de este ritmo como Mr. Black (el del “Serrucho”) o Kevin Flórez a fecha de hoy siguen las reglas de este ‘rey midas’ de la música.

El poder de convocatoria de los hermanos Iriarte en Cartagena es tal que hasta las emisoras de gran prestigio en la ciudad tiene que contar con el talento de ellos, tal es el caso de Leonardo, más conocido como Leo, quien es el mánager de otra estrella del género como es Young F El Prefe. Ambos han forjado una carrera extraordinaria y a la vez llena de satisfacciones económicas. Puedo decir sin despeinarme que de ser chicos pobres hoy se pueden dar el lujo de comer en buenos restaurantes y codearse con esos “blanquitos” que un día los despreciaron por ser símbolos de un género musical que les daba vergüenza.

Todos se quieren subir al carro

En estas últimas semanas la champeta ha cobrado notoriedad gracias a Shakira y a su espectacular coreografía de este frenético ritmo en la Super Bowl. Todos ahora hablan de la champeta y todos quieren saber qué es eso que ella bailó en ese evento que no solo paralizó a los Estados Unidos, sino al mundo, y se olvidan que la colombiana en el Mundial de Sudáfrica en el 2010 con su famoso Waka waka (Esto es África), ya se había metido en el cuento de la champeta. Eso era música que se escuchaba en los 80 en todo el Caribe colombiano, y que ella como buena costeña, se había nutrido de esos ritmos.

“Shakira ama la champeta, lo lleva en sus genes, y en su música se siente que se ha alimentado de este género. Desgraciadamente el ritmo no se ha internacionalizado del todo porque han faltado Shakiras en este terreno. Estoy casi convencido que si un artista de talla mundial graba champeta, con el tiempo podemos llegar a pisarle los talones al mismo reggaeton”, sentencia Yamiro vía telefónica desde Bazurto, epicentro de todo este fenómeno.

«La propia nubecita, la propia nubecita…
La propia nubecita, aaaa
Se montaba en su nube…
En su nube voladora
Cuando estaba bien chapeta
Me la montaba a toda hora
Y por eso le digo
Ya le cogí el maní a la suegra
Le cogí el maní"

¿Quién no bailó la “Nubecita” en Colombia?”, sentencia Yamiro Marín, y la nostalgia se apodera de él al recordar a Sayayín. Otro tema que tiene presente es “Busco alguien que me quiera” del Afinaíto. Ambos artistas fueron asesinados cuando la fama los había sacado de la absoluta pobreza. Gracias a ellos la champeta cobró otra dimensión, anota Marín, quien recalca que de Bogotá llegaron emisarios de importantes discográficas para ficharlos. A partir de ahí la champeta entró al interior de Colombia, y hoy Shakira lo baila en eventos de talla mundial. Nunca pensé que llegaríamos tan lejos, pero todavía falta tomarnos el mundo”.

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Acerca del mensaje de esta música, Marín comenta: “El mensaje se coloca a posteriori. Las letras se hacen después. Primero viene la estructura, el ritmo y, muchas veces, cuando está todo montado, se acoplan las letras”.

Sobre su objetivo, el experto musical dice enseguida: “Sin duda el vacile es su punto álgido. La música comienza con un ritmo y, de pronto, cambia, se vuelve más entusiasta. Es el momento en que llega la lujuria, el brinco. En ese instante supremo es cuando, también, con la música a todo trapo, llega el despeluque y la euforia del público. En ese momento la champeta se mete en los cuerpos y ya nada es igual”.

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