El costo de la corrupción
Opinión

El costo de la corrupción

Los precandidatos han sido cómplices y beneficiarios de un sistema perverso enfocado a explotar a todo el que no hace parte de la operación de ordeño de los recursos de la Nación

Por:
junio 20, 2017
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Muchos galones de tinta se han consumido en este tema. Demasiados litros de saliva y metros cúbicos de oxígeno se han malgastado en discursos más o menos airados, optimistas, cínicos y/o desesperados; condenando este mal que corroe no solo las instituciones sino la confianza en ellas.

Cada cuatro años, con regularidad de metrónomo, el respectivo ramillete de candidatos explota las esperanzas de los votantes, desgranándose en versos compuestos para convencerlos que ahora sí, que con ellos va a ser distinto; que no voten por los otros, ya que ellos representan la continuidad de las prácticas corruptas, etc., etc., etc.

Y parece que lo dicen de corazón. Que son sinceros cuando prometen escribir sobre piedra que no van a subir ni a crear un solo impuesto nuevo; y la gente les cree. Y a quienes no creen, los acusan de estar aliados con la corrupción, con el pasado, con las viejas formas de hacer política; o con todas las anteriores. Y a los más escépticos se les convence con un billete de cincuenta mil pesos, una teja de zinc, la promesa de un cupo educativo, o la renovación del contrato de trabajo de un familiar en alguna entidad del Estado. Que para eso son. Para pagar favores y no para servir a la sociedad.

 

Ese 12 % de encuestados que dicen apoyar al actual presidente,
seguramente lo hacen a la sombra de su teja de zinc,
o de su promesa de renovación de contratos

 

Y salen elegidos. Unas veces para cargos importantes. Otras veces para trabajar en la oposición. Mientras tanto, las instituciones siguen en caída, las necesidades básicas insatisfechas y la distancia entre la clase política y el resto de los colombianos sigue creciendo. Ese 12 % de encuestados que dicen apoyar al actual presidente, seguramente lo hacen a la sombra de su teja de zinc, o de su promesa de renovación de contratos.

En febrero de 1905 nació en San Petersburgo, Rusia, la filósofa y escritora Alissa Zinivievna, emigrada y nacionalizada estadounidense, país en donde se dedicó a escribir acerca de temas relacionados con nuestro diario vivir. Una aparte de sus notas parece haber sido escrito con el pleno conocimiento de nuestra realidad; que no es solo nuestra sino que explica también el por qué debió abandonar Rusia para salvar su vida. Escribe Alissa en 1950:

“Cuando adviertas que para producir necesitas autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias, más que por su trabajo; y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio; entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.

Resulta más que evidente que no hay un solo precandidato que se pueda presentar con las manos limpias y la conciencia tranquila a proponer fórmulas de cambio. Todos, sin excepción, han sido cómplices y beneficiarios de un sistema perverso, enfocado a explotar, no a los pobres como nuestros nuevos salvadores de las Farc quieren pregonar; sino a todo el que no hace parte de la masiva operación de ordeño de los recursos de la Nación, dejando solo algunas migajas que alcancen apenas para que no haya un alzamiento popular en serio. Ni las Farc con todos sus testaferros de izquierda representan al “pueblo”; ni los gobernantes que ahora los acogen han podido salvar al país del estado de postración económica y moral en que se encuentra. Al contrario, unos y otros han sido los beneficiarios directos del estado de cosas que vivimos. Si alguna responsabilidad le cabe a los demás colombianos, es el haberse dejado vender la idea de que con ellos en el poder todo sería mejor. Tanto o más responsables son quienes eligen no votar, dejando en manos de las maquinarias el destino del país y abaratando el precio de venta de los que votan al contrato.

Por eso la salida es lógica. Ejercer el derecho al voto, no como una obligación sino con el convencimiento de usarlo para castigar en las urnas a quienes tanto daño han hecho en todo este tiempo. El voto será la condena más dura que se les puede aplicar a las Farc y a sus socios en el actual gobierno; ya que ellos de antemano se blindaron contra otro tipo de castigos

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