Con 'La Peste', Camus está más vigente que nunca

Con 'La Peste', Camus está más vigente que nunca

Reflexiones sobre el destino de los muertos en tiempos de pandemia, a propósito de la gran obra del escritor francés

Por: Álvaro Morales Sánchez
abril 24, 2020
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Con 'La Peste', Camus está más vigente que nunca
Vehículos militares cargados con ataúdes en Italia

Dentro de las actividades que se pueden desarrollar durante el obligado encierro de estas cuarentenas, una de mis preferidas es la lectura. Para ponerme a tono con los tiempos que corren, totalmente distintos a cualquiera de los momentos difíciles que ha vivido la humanidad, y tratando de encontrar en la literatura más conocida algo que se asemeje a la pandemia actual, me tropecé con La Peste de Albert Camus, obra que había leído hace más de cincuenta años como parte de mis deberes de estudiante de bachillerato.

Sin embargo, ahora, al ver en el espejo del mundo muchas de las imágenes retratadas por el escritor en la trama de su relato, que transcurre en Orán, ciudad de Argel, su país de origen, puedo comprender mejor varios de los mensajes que esta obra contiene y que son hoy más vigentes que nunca. La indiferencia, la indolencia, el egoísmo, la insensatez, como sentimientos nocivos de los individuos, pero especialmente el ánimo de lucro y hasta la condenable decisión de sacarle provecho a la desgracia son descritos con maestría.

Estos vienen hoy a reproducirse en realidades como la nuestra, con un mandadero del capital financiero gobernando a Colombia con medidas para acrecentar la bolsa de los bancos, o con un magnate como Trump desesperado por ver que sus ganancias y las de sus pares van mermando por la obligada ralentización de la economía y llama a reactivarla, sin importar que en sus narices mueren a diario centenares de personas (al fin y al cabo buena parte de las víctimas son negros e hispanos, cuya supervivencia está muy lejos de sus preocupaciones).

Pero también hay en la obra de Camus una presencia importante de actitudes y sentimientos positivos como la solidaridad, el sacrificio por los demás, el trabajo en equipo y muchos otros, que a la hora de la verdad inclinan la balanza hacia la confianza en el lado bueno del hombre. De hecho, una de las frases más contundentes de este libro es "en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio". Uno de los episodios de La Peste que más impacta, por lo menos a mí me lo pareció, se nos viene a la mente al conocer las noticias sobre cadáveres sin recoger en las calles de Guayaquil, o de fosas comunes en Nueva York. Aquí cito algunos apartes:

(…) la noche estaba también en todos los corazones y tanto las verdades como las leyendas que se contaban sobre los entierros no eran como para tranquilizar a nuestros conciudadanos (…) Pues bien, lo que caracterizaba al principio nuestras ceremonias ¡era la rapidez! Todas las formalidades se habían simplificado y en general las pompas fúnebres se habían suprimido. Los enfermos morían separados de sus familias y estaban prohibidos los rituales velatorios; los que morían por la tarde pasaban la noche solos y los que morían por la mañana eran enterrados sin pérdida de momento. Se avisaba a la familia, por supuesto, pero, en la mayoría de los casos, ésta no podía desplazarse porque estaba en cuarentena si había tenido con ella al enfermo. En el caso en que la familia no hubiera estado antes con el muerto, se presentaba a la hora indicada, que era la de la partida para el cementerio, después de haber lavado el cuerpo y haberlo puesto en el féretro.

Camus describe seguidamente cómo se hacían rápidamente los trámites legales y se llevaban los muertos al cementerio para, luego de recibir la bendición del cura y el llanto de los pocos familiares asistentes, ser enterrados, primero, en las fosas individuales abiertas en los espacios disponibles del cementerio y, luego, a medida que los muertos aumentaban, en grandes fosas comunes que fueron abiertas en terrenos aledaños al cementerio, que ya estaba totalmente copado; y más adelante aún, con las fosas comunes llenas y el insoportable hedor mortecino esparcido por toda la vecindad del camposanto, cómo fue necesario construir un enorme horno crematorio en las afueras de la ciudad para incinerar allí los cadáveres de la peste.

Se interroga uno entonces cómo habrán resuelto el problema de los entierros en China, en Italia, en España, en Francia, en Estados Unidos, en fin, en aquellos países donde los muertos del virus ya no se cuentan por decenas, ni por centenas, sino por miles; esto es algo que tiene un cierto tinte macabro y fúnebre, por lo cual no constituye un tema del que se ocupen las noticias relativas al coronavirus, salvo por el par de noticias sobre el tratamiento de los muertos en Guayaquil y Nueva York.

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