Colombia y sus sabios

Colombia y sus sabios

Mientras las recomendaciones científicas son ignoradas, nuestros gobernantes pretenden arreglar las cosas por el mismo camino errado de siempre

Por: Jorge Ramírez Aljure
agosto 21, 2020
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Colombia y sus sabios
Foto: MinCiencias

Colombia, que en esto parece distinguirse del resto de sus naciones hermanas, ha convocado dos reuniones de sabios para que le indicaran al país el rumbo que debería tomar ante las circunstancias complejas en que se encontraba.

La primera tuvo lugar en 1993, se conoció como Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, de la cual surgieron ideas como extender el sistema educativo de manera que cubriera desde la infancia hasta la universidad, promover al profesorado y despertar la conciencia crítica del estudiantado.

Como quien dice, abandonar la vocación de cotorras que nos impuso el conservadurismo innato, sustituir el repetir las mismas consejas por el de investigar e integrar conocimientos. Es decir, crear, hacer ciencia para salir del viejo pantano donde croar ha sido la única herramienta y cuya inutilidad se ha hecho cada día más patente ante la irrupción desbordada de los problemas que siempre hemos tenido en frente.

Una directriz acaso cientifista la de esta selecta reunión, muy al tenor de la globalización y el capitalismo neoliberal que promovió el gobierno de César Gaviria. Un equipo pequeño y doméstico de grandes intelectuales y científicos que recomendó el avance y apropiación del conocimiento científico por la sociedad como instrumento para obtener avance económico. Resumen al que llamaron Colombia, al filo de la oportunidad, que finalmente no resultó tan pletórica como se vaticinaba para los pueblos entonces en vía de desarrollo, pues se redujo, luego de 30 años, a un extractivismo despiadado y a una destrucción ecológica monumental apenas para conseguir un escuálido crecimiento económico.

El objetivo lo contemplaba el comisionado Rodolfo Llinás así: “Lo anterior requiere una reestructuración y revolución de la educación, que genere el nuevo ethos cultural. ... Una manera innovadora de entender y actuar —no el simple saber y hacer— debe permitir que se adquieran nuevas habilidades humanas, basadas en el desarrollo de múltiples saberes y talentos, tanto científicos como artísticos y literarios ... Para ello es necesario que Colombia se transforme en un país económica y culturalmente más competitivo y justo, y esto implica incrementar sus niveles de ciencia y tecnología, transformar sus sistemas jurídico, político y económico, pero ante todo reeducar a su gente”.

Que el presidente César Gaviria al recibir el informe cerró con estas palabras: “Quisiera, para finalizar, unir mi voz a la de la misión cuando confía en que con una inversión alta y sostenida, con una visión de futuro y con estrategias coherentes y de largo plazo en ciencia y tecnología, en educación y en desarrollo organizacional, y con una amplia y acelerada conformación de un nuevo proyecto cultural, Colombia tendrá la participación que se merece en el futuro de la humanidad”.

Gaviria unía su voz a la de la misión en cuanto esta confiaba en un nuevo proyecto cultural —que para el presidente no era otro que el de la globalización y el neoliberalismo— cuyo lema estaba escrito desde la partida: “Bienvenidos al futuro”.

La conclusión, luego de muchos años de formulada, es que fue positiva en cuanto a la urgencia de transformar la educación en todos sus ámbitos pero no era clara en cuanto el destino que se le daría a la creatividad surgida de allí, y por ello la ausencia del tipo de ciencia y tecnología sobre las que se haría hincapié.

La perspectiva globalizadora que comenzaba para nosotros en dichas fechas y la superioridad aceptada de las ventajas industriales y tecnológicas de los países desarrollados colmaban de incertidumbres el futuro del país, por lo que la reunión de sabios dejó un poco al garete el campo de aplicación de lo aprendido, tal vez en espera de los resultados dispensados por el avance científico incontenible que se anunciaba. Con lo que sus recomendaciones se limitaron a una mejora en la cobertura y acceso al internet para todos los estudiantes, recomendaciones que se tradujeron a la práctica en alguna proporción, pero sin los alcances de construcción del conocimiento que presagiaron en principio los sabios.

La segunda, convocada por el presidente Iván Duque en 2018 estaba conformada por 45 expertos, algunos internacionales, y presentó su informe en mayo de 2019. Se le llamó Colombia hacia una sociedad del conocimiento, y su informe final abarcó tres grandes campos: Colombia biodiversa y bioeconómica, Colombia equitativa y Colombia productiva y sostenible. Por primera vez un proyecto original de construcción de saber basado en las riquezas naturales del país con amplias proyecciones en diversos campos para producir valor agregado, empleo y desarrollo que además de equitativo fuera sostenible con el planeta.

Las probabilidades de aplicación por el gobierno de tan trascendental propuesta parecen vislumbrarse en las palabras con que el presidente Duque agradeció la entrega del mismo. Tomando como referencia el marco de consultas entre diferentes actores nacionales que presidió el proceso, y en claro desconocimiento del carácter científico de sus recomendaciones, afirmó: “Las diferencias en la sociedad las tenemos que solucionar a partir de la conversación, no de la imposición”.

Donde el significado de conversación —nada que obligue a nadie y menos a un presidente desafecto a los cambios— desestima las conclusiones del diálogo científico con múltiples sectores que presidió las reuniones de los sabios, y que claramente indicaban otro tipo de camino. Con lo que en la práctica rechazó sus conclusiones.

Y no era para menos, pues ya sus ministros amaestrados por los gremios dictaban cuál sería el tipo de desarrollo que se adelantaría. El mismo de siempre, aunque esta vez recargado debido a la difícil situación: explotación minera a la lata con el uso de tecnologías especialmente perjudiciales para nuestra orografía, descalificando restricciones ecológicas, objeciones de las comunidades afectadas y atentando contra la decaída salud del planeta.

Sin nombrar que es el mismo modelo económico que nada le ha dejado al país en materia de ciencia y desarrollo real en más de 80 años. Pero sí el asolamiento de una profusión ecológica inigualable para mantener el saqueo de riquezas mineras como el petróleo, el oro y el cobre considerados hoy la panacea.

Y todo porque dentro de la misma senda jamás tuvimos una política energética y minera seria. Por lo que ahora suponemos nos falta el petróleo, nos sobra el oro y la fantasiosa nueva normalidad exigirá cobre como nunca antes, productos en bruto que esta vez sí nos transportarán en pocos años —los que según los arúspices de la resurrección se perdieron por la cuarentena— de la inviabilidad absoluta al más completo bienestar.

Pero no importa. Al calor de rechazar propuestas populistas sin que se entienda en qué consisten, notificarle a los pueblos que habrá regalías para echar a lo alto, pedirle al gobierno salvamento para los empresarios y que hay 33 grandes proyectos mineros para llenarnos de plata, temas propalados en los foros de los mismos con las mismas, lo cierto es que nada cambiará.

Más de lo mismo para superar lo insuperable: el desastre económico provocado por el capitalismo salvaje que aceleró la pandemia y que nuestros gobernantes —que se distinguen muy bien de los sabios— pretenden arreglar por el camino errado de toda la vida, mientras las recomendaciones científicas de impulsar un desarrollo propio basado en nuestras extraordinarias riquezas ecológicas se les da la validez de una conversación cualquiera.

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