Colombia: Un funeral sin luto y una historia sin paz

Colombia: Un funeral sin luto y una historia sin paz

En Colombia es un país donde unos viven en lujo y otros luchan en la pobreza, mientras el conflicto y la violencia dejan cicatrices profundas

Por: Daniela Victoria
marzo 11, 2025
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Colombia: Un funeral sin luto y una historia sin paz

Colombia despierta cada día como un viejo barco a la deriva. Unos viajan en cabinas de lujo, con el viento a su favor y el futuro servido en bandeja de plata, mientras otros reman con las manos desnudas, luchando contra una tormenta que nunca termina. La desigualdad no es sólo una línea que separa a ricos y pobres; es un muro alto, construido con ladrillos de indiferencia y cemento de injusticia. En un mismo suelo florecen edificios de cristal y techos de zinc, mansiones con jardines enormes y barrios donde el hambre es la única herencia segura.

Nos vendieron el cuento de la “tierra de oportunidades”, pero ¿qué oportunidad tiene el niño que estudia con hambre o la madre que trabaja sin descanso? ¿Qué esperanza le queda al campesino que siembra para otros mientras su propia mesa sigue vacía? La riqueza de unos pocos se alimenta del esfuerzo de muchos, y mientras unos nadan en abundancia, otros se ahogan en la escasez.

Dicen que el país avanza, pero ¿de qué sirve un tren que solo tiene asientos para unos cuantos? ¿Cuánto tiempo más seguiremos viendo la injusticia como si fuera parte del paisaje? La desigualdad no es un accidente, es una estructura cimentada en la historia, sostenida por el poder y reforzada por la indiferencia. Se levanta en cada calle, en cada escuela, sin pupitres, en cada hospital, donde la espera es más larga que la vida misma. Se extiende en los campos donde el campesino trabaja la tierra, pero no la posee, y en las ciudades donde el lujo y la miseria conviven como dos mundos alejados.

En esta tierra, la sangre ha sido tan abundante como el agua. La muerte no llegó sola, la trajeron con fusiles, con botas manchadas de barro, con discursos de patria, de orden y de revolución. Aquí no hay buenos ni malos, solo asesinos que se reparten el botín de un país destrozado.

450.664 muertos entre 1985 y 2018. Más de 800,000, si contamos aquellos que quedaron fuera de los registros. No son números. Son hombres y mujeres asesinados en campos y ciudades, cuerpos que desaparecieron, campesinos silenciados por las balas de un conflicto que nunca pidieron.

Los paramilitares, esos mercenarios del terror, hicieron de Colombia un matadero. 205.028 muertos, a su cuenta, no sólo asesinaron, sino que torturaron, descuartizaron y desaparecieron para siempre a miles de personas. Decían que eran la salvación del país, pero en realidad fueron el peor de los males. Se aliaron con políticos, militares, empresarios, y convirtieron pueblos enteros en cementerios.

El Estado colombiano, el mismo que debía proteger a su pueblo, también se manchó de sangre. 56.094 víctimas cayeron bajo la represión de sus fuerzas, masacres disfrazadas de combates y desapariciones forzadas. Y aún más, en lugar de justicia, hubo impunidad, silencio y olvido.

Las guerrillas, en su lucha armada, también dejaron su estela de muerte: 122.813 asesinatos. Su guerra, que decía ser por el pueblo, terminó destruyéndolo. Secuestraron, reclutaron niños, desplazaron familias y convirtieron a miles de colombianos en prisioneros de la guerra.

Cada cifra es un grito ahogado, cada nombre perdido en los informes, es una historia que nunca se contó. Nos dijeron que era una guerra de bandos, pero en realidad fue una guerra contra la gente. Un país donde el miedo se volvió costumbre y la muerte, el pan de cada día. Nos vendieron discursos de seguridad, de revolución, de justicia, mientras los desaparecidos seguían multiplicándose.

El horror no tuvo un sólo dueño. Guerrillas, paramilitares, y el Estado, todos dejaron su firma en la tragedia. Y mientras la sangre se secaba en la tierra, los culpables se sentaban en escritorios, firmaban pactos, daban discursos sobre la paz, como si la memoria no pesara, como si la verdad pudiera esconderse para siempre. Pero la historia, por más que la intenten enterrar, siempre encuentra la forma de salir a la luz.

En Colombia casi todo campesino puede decir que su padre, o su tío, o su abuelo, fue asesinado por la fuerza pública, por los paramilitares o por las guerrillas.

Alfredo Molano (desterrados)

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