Colombia, la transnacional del crimen
Opinión

Colombia, la transnacional del crimen

Repase estas cuentas que le digo y pregúntese qué negocio legítimo produce en el mundo los cien mil millones de dólares de la coca en Colombia

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julio 10, 2017
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La ONU, a través de su sistema Simci, acaba de revelar lo que costó convertir a Juan Manuel Santos en Premio Nobel de la Paz.

La cifra demuestra que en el año de la Paz, cuando supuestamente se silenciaron los fusiles, en Colombia la coca sembrada creció en un 50 % (cincuenta por ciento, para que no quepa duda) lo que vale tanto como decir que estamos produciendo más de mil toneladas métricas de cocaína por año.

Antes de trabajar ese número fantástico, recordemos que Tumaco produce tanto de la hoja como Bolivia entera. ¡Pobre Evo! Y que el Departamento de Nariño excede la producción total del Perú. Y nos falta la cuenta de Chocó, el Catatumbo, Arauca, La Guajira, Putumayo, Bajo Magdalena, el Perijá, Caquetá, el Huila… En suma, este no es un país. Es un mar de coca, la herencia de la Paz de Santos.

 

Tumaco produce tanto de la hoja como Bolivia entera.
¡Pobre Evo!

 

Mil toneladas son un millón de kilos. Un millón de kilos son mil millones de gramos. Y cada gramo se vende en cien dólares en las calles de Estados Unidos, de Europa o del Oriente. Mil millones de gramos se multiplican por cien y nos da la suma cien mil millones de dólares. Haga lector las rebajas que quiera. Calcule más interceptaciones, rebajas para mercados incipientes, lo que se le ocurra, y seguirá teniendo frente a usted el valor de la más grande transnacional mundial del crimen en toda la Historia.

Haga ahora las rebajas que se le antoje para llegar a lo que queda de esa mil veces millonaria cantidad en Colombia. Para los campesinos que siembran; para los que la raspan; para los que producen la coca y para los que vuelven la pasta de coca en clorhidrato de cocaína; para los que la llevan a los puertos; para los que custodian el tránsito y los embarques; para los que se entienden con la mafia internacional; para los que fabrican sumergibles y los usan; para los de las lanchas rápidas; para los pilotos de los aviones; para los que cargan y descargan; para los que matan indiscretos o soplones; para los que compran policías o militares corruptos; para los que venden la cocaína a los que la vuelven basuco; para los que alimentan las ollas del narcotráfico urbano y venden al público esa porquería; para los encargados de enviciar a los niños, clientela del futuro y medio ideal para llevar producto, razones y órdenes. Para los que mantienen a los jefes en Cuba, en Venezuela o en Colombia; para los que manejan propiedades compradas o robadas; para los que aceitan la maquinaria financiera en Colombia, en los paraísos fiscales, en Suiza, en el Ecuador y Venezuela. Para los que reciben el pago convenido para seguir sosteniendo que esto se llama Paz; para la propaganda de esa Paz que mimetiza el negocio; para los que organizan conferencias y preparan el partido político que saldrá de las entrañas de este monstruo criminal. Alcanza para todos.

Ese resultado fabuloso, no se produjo por acaso. Llegó de un plan preconcebido y meticulosamente ejecutado por Santos y sus impulsores, cómplices y adláteres. No es problema repasarlo.

Era menester empezar por prohibir los bombardeos a los campamentos de los que cuidaban las zonas de cultivo.  La orden llegó desde Cuba y se cumplió puntualmente.

Enseguida le cerraron la puerta al plan de Uribe para que los Estados Unidos construyeran gigantescos aeropuertos militares para uso de aviones de reconocimiento. Tampoco construyeron radares y el general Óscar Naranjo hizo lo necesario para que volaran el radar de Santa Ana.

Prohibieron la fumigación aérea, con el cuento del cáncer que le podía producir el glifosato a los micos, las culebras y los bandidos que están en las zonas de aspersión.

Prohibieron la extradición a los Estados Unidos de los capos del negocio, los de las Farc, para que aquí los absolviera la JEP.

Acabaron de hecho con la Extinción de Dominio de bienes no justificados por sus dueños.

Finalmente, encerraron el Ejército en los cuarteles, los aviones de combate en los hangares y las naves en los puertos.

Resultado: la más grande transnacional del crimen de la historia. Si no cree, repase las cuentas iniciales. A mano, con tableta o computador. Hágalo en su casa o con sus amigos. Y pregúntese qué negocio legítimo produce  en el mundo cien mil millones de dólares.

Queda por ver el tiempo que le falte a esta transnacional del crimen para que sea enfrentada y aniquilada. A Santos se lo dijo Trump en su visita a la Casa Blanca. Y los chinos fusilan a los que capturan entrando cocaína a su territorio. Algo está pasando y pasará pronto. Como por ejemplo, que los colombianos nos sublevemos contra esta infamia que acabó con nuestro decoro, nuestra juventud y nuestra economía. Es tiempo de entender y reaccionar.

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