Coalición Colombia con Sergio Fajardo: reconciliación para el cambio

Coalición Colombia con Sergio Fajardo: reconciliación para el cambio

La convergencia que se ha propuesto tiene como objetivo vencer electoralmente a los partidos y movimientos que agencian la corrupción y la inequidad

Por: Jorge Enrique Esguerra Leongómez
enero 26, 2018
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Coalición Colombia con Sergio Fajardo: reconciliación para el cambio

Iniciamos el año 2018 con una excelente noticia: el pasado 20 de diciembre se presentó el acuerdo programático que posibilitó la concreción de la Coalición Colombia y se proclamó a Sergio Fajardo como su candidato presidencial. Se trata de la convergencia de tres fuerzas políticas con recorridos y objetivos diferentes, pero cabalmente identificados en la manera cómo se debe enfrentar y derrotar a los que han mal gobernado al país por décadas.

El movimiento Convergencia Ciudadana que lidera Sergio Fajardo, la Alianza Verde con Claudia López y el Polo Democrático Alternativo con Jorge Enrique Robledo se han caracterizado por desligarse, tanto en los postulados como en los hechos, de cualquier indicio de contemporización con los métodos clientelistas para llegar al poder y, por ende, con las formas infectas de gobernar para mantener al país en la dependencia y en el atraso en todos los ámbitos de la vida económica, social y cultural.

La noticia es esperanzadora porque cuando al país lo están polarizando los agentes del uribismo y del santismo para que en las próximas elecciones se continúen alternando en el poder los mismos con las mismas, se erige una alianza alternativa independiente que propugna por el cambio definitivo de unas estructuras erosionadas que amenazan ruina. Por eso, a las castas que siempre han gobernado, igual que a sus cortesanos, los asusta la feliz concreción de la Coalición Colombia y los lleva a atacarla con desespero poniéndole rótulos descalificadores, que abarcan todos los epítetos posibles en el espectro político, señalamientos que denotan ausencia de argumentos y que lo único que pretenden es apuntalar la polarización que han impuesto al país para favorecer la continuidad de la corruptela centenaria.

No puede sorprender que fuerzas tan disímiles hayan podido, después de más de un año de conversaciones, configurar una alianza programática transformadora, porque lo que los une es precisamente lo que las grandes mayorías indignadas anhelan: sacar al país de la corrupción y la inequidad que han llegado a niveles nunca vistos. El acuerdo logrado entre fuerzas diferentes para conseguir un fin común que transforme al país enaltece la insistencia de Carlos Gaviria Díaz cuando señalaba, “sin sectarismos, pero sin ambigüedades”, porque interpretan cabalmente el momento político para sacar a Colombia de la postración económica, social y ética en que se encuentra.

En efecto, esta coyuntura es la signada hoy por la más profunda corrupción que toca todas las esferas del poder, y la convergencia que se ha propuesto tiene como objetivo vencer electoralmente a los partidos y movimientos que la agencian, que son precisamente los que vienen de la tradición liberal-conservadora, degradante herencia que, además de triunfar comprando conciencias, agencia el enfrentamiento por convenientes espejismos que crean para perpetuarse en el poder. Y esa polarización política que no resuelve nada pero que divide a la sociedad entera, es decir, que está diseñada para que nada cambie, es a la que hay que erradicar para siempre. Como dice Claudia López, “no proponemos un simple plan de gobierno; proponemos un plan de vida para la próxima generación”.

Y es un acontecimiento histórico, porque como ha dicho Sergio Fajardo, asistimos a “la primera oportunidad, desde tiempos inmemoriales, de que una fuerza alternativa, por fuera de la estructura política tradicional, tenga la posibilidad de llegar al poder”. Además, afirma que no es el fin el que justifica los medios, según la consigna vigente de quienes nos han sometido a sus designios, sino al contrario, son “los medios los que justifican el fin”. Y en el mismo sentido ha denunciado que “quienes ganan comprando votos, gobiernan para robar”. Así funciona el Estado corrupto, el todo vale es el que se impone, y ese ha sido el proceder político de los que se han turnado en el poder.

La corrupción no es una cuestión de algunas manzanas podridas, tal como lo afirma el presidente Santos, sino que es sistémica, es decir, que es el sustento de un puñado de intereses particulares que supeditan el bien de la nación a sus propósitos. Asistimos a una situación en que los grandes poderes económicos mundiales, aliados a los nacionales, sobornan a nuestros gobiernos para lograr acceder a sus negocios en Colombia, y los mandamases, principalmente desde Álvaro Uribe, despliegan todo su poder para darles toda la confianza de que podrán invertir (léase saquear) a su amaño.

Según la Contraloría General de la Nación, el costo de la corrupción en Colombia asciende a más de cincuenta billones de pesos, que equivale a casi un billón de pesos por semana, exorbitante cifra que representa lo que se le roba al erario de la Nación, los dineros de todos los colombianos. Odebrecht es apenas el caso más reciente y resonante, pero es ejemplo de la forma como han actuado, en total impunidad, miles de casos que afectan la infraestructura vial, los servicios públicos, los recursos naturales, la salud, la educación, la alimentación escolar y tantos otros que son sentidos por las inmensas mayorías de colombianos. La descomposición ha llegado a tal nivel, que, como lo afirma el senador Robledo, “se ha pasado de hecha la ley, hecha la trampa, a introducir la trampa en la ley”. Así, se legisla para institucionalizar la corrupción, y quienes son designados para que cuiden el queso del apetito de los ratones, resultan ser los felinos más voraces.

Por eso, a los agentes del continuismo les interesa que el país se enfrasque en otros asuntos, tal como lo hicieron quienes hacían enfrentar a muerte a los del trapo rojo con los del trapo azul, mientras expoliaban a las mayorías. Hoy a los colombianos nos han pretendido dividir entre la paz y la guerra, entre santistas y uribistas, polarización que está cargada de odio, venganza y miedo, pero que oculta los verdaderos y graves problemas de Colombia. Al proceso de paz se lo ha erigido, tanto por los unos como por los otros, como el argumento político que cambiará al país: los santistas, para bien, y los uribistas, para mal. Eso es falso, porque si bien ha sido benéfico porque miles de combatientes han dejado de disparar, de secuestrar y de cometer todo tipo de atrocidades, y de contera beneficiará los procederes y la gestión gubernamental, está muy lejos de representar una trasformación real de las formas de hacer política y de dirigir los destinos de una nación. ¿Acaso se han modificado en algo esas formas, cuando, por ejemplo, después de las contundentes manifestaciones populares de rechazo a la gran minería en los páramos, el presidente Santos va a los Emiratos Árabes a entregarles el de Santurbán?

En conclusión, la opción que representa la Coalición Colombia no encaja dentro de esa confrontación que ya debe pasar la página, sino que apuesta a continuar en la búsqueda de la paz y por la reconciliación de todos los colombianos para derrotar a quienes nos han mal gobernado desde hace dieciséis años, es decir, los partidos, movimientos o personas que se han puesto a la disposición de los reelegidos Uribe y Santos. Por eso, aquí no caben ni los dirigentes de la Unidad Nacional ni el Centro Democrático ni Cambio Radical, que son los que los han apoyado. Como dice el senador Robledo, “si votamos por los mismos seguiremos en las mismas”.

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