China y Rusia se confabulan para abrirse paso y expandirse globalmente

China y Rusia se confabulan para abrirse paso y expandirse globalmente

Una encomiable pujanza de estos países por modernizarse y aprovechar la afluencia de inversión extranjera posiciona a sus naciones como grandes focos productivos

Por: Carlos Fernando Rodríguez
agosto 22, 2022
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China y Rusia se confabulan para abrirse paso y expandirse globalmente

La alianza entre Rusia y China, hoy más estrecha que nunca, es efecto de múltiples procesos geopolíticos de escala regional y global que se han venido desarrollando desde hace algunas décadas, llevando a ambos países, desde la Guerra Fría, de una situación de rivalidad y suspicacia mutua a una convergencia de intereses y visiones que están logrando configurar un naciente orden mundial.

Este nuevo orden recibe el rótulo de “multipolar”, en oposición al declinante orden unipolar, donde EE. UU. y la comunidad euroatlántica han venido dirigiendo los procesos globales. Si bien Rusia y China no han sido los únicos países que están contribuyendo a la multipolaridad, si se han convertido en los centros de gravedad de esta transformación, en cuyo caso está cimentada sobre el proyecto de la “Gran Eurasia”. Ahora bien ¿Cómo se ha construido esta plataforma geopolítica euroasiática?

Los grandes procesos geopolíticos y geoeconómicos que han devenido en una plataforma continental euroasiática cada día más real son múltiples, aunque se pueden resaltar algunos muy importantes.

El primero es un gran cambio en el eje global de las relaciones internacional les que está siendo trasladado de la cuenca del atlántico norte hacia la región del Asia-pacífico.

Esto es producto de la última etapa de la globalización y de la deslocalización de las industrias y los centros financieros occidentales hacia Asia oriental, oriente medio y sureste asiático, sobre todo a países como China –incluyendo Taiwán–, Indonesia, India, Tailandia, Vietnam, Singapur, Malasia, Laos, Corea y Japón.

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Lo que se a ligado una encomiable pujanza de estos países por modernizarse y aprovechar la afluencia de inversión extranjera para posicionar a sus países como grandes focos productivos, tecnológicos y militares. A esto se suma la envergadura demográfica de la región. Solo la población conjunta de China e India suman casi el 40 % de la población mundial. Mientras que China, Corea del Sur y Japón se posicionan en el top de las economías más importantes a nivel global.

El Asia-pacifico es hoy un espacio de amplia envergadura económica emergente que articula las economías de los países de Asia oriental y Oceanía con las de las américas. Este giro se ha visto amplificado después de que Trump sacara a EE. UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) en 2017, como parte de su guerra económica con China, y que había sido suscrito anteriormente por Obama para lograr presencia americana en Asia, esto también como competencia contra el gigante asiático.

El abandono del Tratado en beneficio de la política proteccionista tuvo como efecto un mayor liderazgo de china en la región, aunque ha querido ser contrarrestado con la alianza QUAD como estrategia geopolítica de Trump y que ha sido continuada por Biden.

El segundo es el proceso de modernización económica y política que sufrieron Rusia y China, obviamente con aspectos diferenciados pero convergentes, que llevaron a ambas naciones de la periferia del sistema internacional a su centro.

Rusia con la Glasnost y la Perestroika inició un proceso de occidentalización de sus sistemas y de incorporación de la economía capitalista y de las instituciones liberales, que, muy por el contrario de lo proyectado, solo acabó con la URSS y llevó a Rusia a una profunda crisis política, económica, financiera y territorial.

Solamente desde finales de los años noventa, y, sobre todo, desde la primera presidencia de Vladimir Putin en el 2000, el país empieza a resurgir en todos los ámbitos a partir del pragmatismo estratégico de su presidente y del aumento de los precios internacionales del gas y del petróleo que llevó a un rápido desendeudamiento del país, y, por consiguiente, a la inversión en desarrollo empresarial y militar.

Sin perder, en aquel momento, relaciones estratégicas con la Unión Europea basadas en el comercio energético, tecnológico y financiero, Rusia también desarrolló una plataforma euroasiática con instituciones como la Unión Económica Euroasiática (UEEA) y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Esto -según algunos comentaristas- para asegurar su influencia en el espacio postsoviético.

Por su parte, la República Popular China inicia su proceso modernizador con Den Xiaoping desde 1978, quien promulgó un reformismo acelerado del sistema económico, también introduciendo elementos de la economía de mercado, la liberalización y la apertura, además de un vertiginoso desarrollo tecnológico y científico, todo ello planificado y dirigido por el Estado.

Modelo reconocido como “socialismo con características chinas”. Como resultado, China devino en la segunda economía a nivel global y se proyecta que en los próximos años supere a EE. UU. Pero es desde el ascenso de Xi Jinping al ejecutivo en 2013 que se ha reforzado la proyección tanto euroasiática como global de China.

A diferencia de la doctrina moderada a nivel geopolítico de Xiaoping, Xi ha buscado revitalizar una economía que se ha venido ralentizando en su crecimiento, además de vigorizar la posición militar china en el mundo realizando cooperaciones militares en oriente medio y África, además de ejercer poder sobre disputas territoriales, en especial con el caso de Taiwán, pero también con India.

Hoy, las principales apuestas geoeconómicas de China se cifran en el One Belt One Road (un cinturón una ruta) o BRI (Belt and Road Iniciative), también conocida como la Nueva Ruta de Seda. Además, de otras plataformas de cooperación internacional como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Todos estos programas están enmarcados en el llamado “Chinese Dream” como visión estratégica de modernización para 2049.

El tercer proceso es la creciente cooperación de ambas naciones en múltiples niveles. Desde un principio los analistas occidentales creyeron que la relación sino-rusa ha sido un matrimonio de conveniencia y que los conflictos y disparidades reinan sobre los puntos en común.

Esta es una mirada errónea, pues ambas naciones han confluido en una alineación de intereses y objetivos que parten de una visión geopolítica similar como potencias no-occidentales que buscan tener una mejor posición en el sistema global y que, en diferentes aspectos, el orden liberal internacional se ha convertido en un obstáculo para sus objetivos de desarrollo.

Ambas naciones comparten el ser las más grandes potencias asiáticas a nivel económico, militar, territorial y demográfico, además de tener una tradición revolucionaria -si bien con diferencias- unidas por el socialismo. La relación de cooperación cada año es más estrecha y se ha logrado a partir de la complementariedad objetiva.

En el caso ruso, por su potencial militar y energético, y en el chino por su poder económico, financiero y tecnológico. Los recursos energéticos rusos (gas, petróleo, carbón, fertilizantes) han alimentado el desarrollo de la economía china. El amplio potencial militar y nuclear hacen de Rusia una prioridad en las relaciones exteriores chinas, mientras que Rusia ve al “dragón” como su principal socio comercial e inversor.

Ambas naciones se ven a sí mismas como garantes de su proyecto de crecimiento geopolítico f rente a la resistencia occidental. Está alianza ha sido desde hace unos años reforzada por el bloque BRICS, que, con un breve interregno de su importancia estratégica, hoy se convierte de nuevo en una institución esencial para la multipolaridad. El rechazo a seguir utilizando el dólar como divisa para las transacciones internacionales para debilitarle y blindarse de las sanciones occidentales demuestra el compromiso por crear un gran bloque continental que compita contra occidente.

El cuarto proceso, es el de confrontación creciente con occidente y el cercamiento militar, económico y político que promueve EEUU en las fronteras terrestres y marítimas con respecto a China y Rusia.

Si bien ambas naciones son consideradas por Estados Unidos como potencias “revisionistas”, es decir, que buscan cambiar su posición en el sistema internacional así como este mismo, los chinos y los rusos comparten el sistema con el mundo euroatlántico y buscan beneficiarse de la globalización.

Sin embargo, ambas proponen una visión y un entramado institucional, sino antioccidental, por lo menos no-occidental e iliberal, cuestionando el orden mundial internacional basado en reglas creado después de la Segunda Guerra Mundial y dirigido por Estados Unidos.

En el caso ruso, el giro euroasiático se vio reforzado después de su fracasado intento por reintegrarse como potencia en Europa. Su adscripción como socio menor en los proyectos de la Unión Europea, incluida la OTAN, ha sido considerada como una humillación y un bloqueo constante de los EE.UU. del retorno ruso al estatus de potencia. Esto se debe también a que el fin de la Guerra Fría no trajo consigo el desmonte de las estructuras creadas para combatir a Rusia y el bloque socialista, sino que se han perpetuado y expandido hasta el día de hoy.

El caso paradigmático es la OTAN. Ya para el año 2012, con la tercera presidencia de Putin, el Kremlin inicia un giro hacia el este para compensar su fracaso en occidente y de paso no perder hegemonía en Asia frente a China.

Esto contrasta con el proyecto inicial de Putin más enfocado a la creación de una renovada Gran Europa que iría desde Lisboa a Vladivostok. Proyecto claramente visto con malos ojos por EE.UU. que ve a la UE como su principal socio.

El punto de inflexión con occidente lo marcó el conflicto con Ucrania desde la anexión de Crimea en 2014 y desde el presente año con la invasión a ese país. El inicio de la Operación Militar Especial en Ucrania ha marcado el punto de quiebre radical con occidente y un punto de no retorno en el proceso de configuración de una plataforma euroasiática.

La expansión de la OTAN hacia Europa del Este y la pretensión de los países bálticos de unirse a la Organización, además de las sanciones antirrusas por parte de los europeos han cercenado el acercamiento de Rusia hacia el oeste.

China, por su parte, ha intentado ser mucho más pragmática y moderada en su disputa geopolítica con occidente. Esto se debe a que sus pretensiones son más globales que regionales y a que a sido la gran ganadora de la globalización al punto de ser uno de los grandes pilares de la economía mundial.

Ha participado de manera estrecha con el Foro Económico Mundial que es una de las instituciones promotoras de la globalización económica. Pero el mantenimiento de la doctrina de discreción geopolítica de Den Xiaoping no se condice con la competencia económica que inevitablemente ha enfrentado a China con Estados Unidos por la supremacía global.

La gran recesión económica de 2008 y el ascenso de Donald Trump en el poder con un discurso proteccionista y anti-chino, fomentaron una creciente rivalidad y guerra económica entre ambos países.

De tal forma que EEUU ha aprovechado las tensiones geopolíticas en Asia para alimentar la competencia contra China creando el cuadrángulo QUAD, que es una alianza de países “democráticos, libres y abiertos” para la seguridad y prosperidad de la plataforma llamada indo-pacífico y que contrasta con la plataforma Asia-pacifico liderada por China.

El QUAD integra a India, Japón, Australia y Estados Unidos, bajo la narrativa de un indo-Asia-pacífico democrático y liberal que pueda competir contra el “autoritarismo” de la geopolítica china enfocada en la plataforma Asia-pacífico. No solo esta región entra en disputa, sino que se quiere competir por las rutas oceánicas de acceso a África y sus mercados, así como sus proyectos de infraestructura y desarrollo.

En cualquier caso, la retórica democrática no encubre la realidad del proyecto como un bloque de contención geopolítico y geoeconómico, del que, sin embargo, se beneficia la India en su crecimiento económico y naval. El caso de India frente a China está marcado, al igual que Turquía con Rusia, por la ambivalencia y el pragmatismo, intentando mantener un equilibrio entre sus alianzas con occidente y con Eurasia que le beneficie en su proceso de desarrollo.

Hoy esta rivalidad está llegando a niveles de confrontación delicados con el apoyo occidental del separatismo taiwanés con la reciente visita de Nancy Pelosi el presente mes a la “isla rebelde” y del creciente cercamiento naval estadounidense en la región.

El cercamiento contra Rusia con la OTAN en el oeste y el de China con el QUAD en el sur-sureste, ha llevado a ambas naciones a proyectar un pivote euroasiático. Rusia ha decidido girar definitivamente hacia el este y centro de Asia, así como en próximo oriente, ratificando sus relaciones de cooperación con Irán, Siria y Turquía, y articulando sus plataformas geopolíticas como la UEEA y la OTSC con la BRI y la OCS de China quien ha decidido girar hacia el oeste, todo ello bajo la pretensión de consolidar una Gran Eurasia como plataforma continental para un mundo multipolar.

En la práctica, se busca reforzar alianzas en espacios regionales no conflictivos, mucho más armónicos para sus intereses, y de alejar lo más posible de sus fronteras conflictos de todo orden. Las sanciones contra Rusia han llevado al Kremlin a reforzar sus procesos soberanos y articular sus flujos económicos con China como principal socio e inversor, mientras que Rusia representa para los chinos un excelente respaldo energético y militar contra la creciente amenaza de una escalada bélica fomentada por occidente.

El pivote chino hacia el oeste obedece a la construcción de la Ruta de Seda a través del terreno continental para llegar a los mercados europeos, en contraposición a la resistencia del QUAD en el este.

Desde el 2015 Putin y Xi Jinping se han reunido en diferentes foros regionales para hacer declaraciones conjuntas sobre la creación de la Gran Eurasia y de un nuevo orden mundial multipolar, que se concibe como un verdadero multilateralismo basado en la justicia, el respeto a la soberanía y el derecho internacional, y como una plataforma civilizatoria (geocultural).

Esta Gran Eurasia se está cimentando sobre un entramado institucional que integra bloques de cooperación promovidos por ambos países como la Unión Económica Euroasiática, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la Belt and Road Iniciative, la Organización de Cooperación de Shanghái, y el APEC (Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico). Además de la participación de grandes potencias regionales como India, Turquía, Paquistán, Kazajistán, Irán y naciones de Asia Central.

Bien es cierto que la configuración de la Gran Eurasia ha sido moldeada -hoy más que nunca- por la presión externa de los EEUU que ha creado un “cinturón sanitario” en torno a las fronteras chinas y rusas, también este proyecto ha obedecido al desarrollo de procesos internos que han llevado a estas naciones de la periferia del sistema internacional ha su centro, en tanto potencias revisionistas no-occidentales, y, según se agudice el conflicto, antioccidentales. El proyecto de la Gran Eurasia es la concreción de este nuevo polo de dinamismo mundial.

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