En la que fue su última intervención ante el Congreso colombiano el pasado 20 de julio, el presidente Juan Manuel Santos hizo un repaso de lo que consideró sus logros y mayores acciones y tocó de soslayo las tareas que le quedaron pendientes.
Su mayor hincapié discursivo estuvo en el acuerdo de paz firmado con la guerrilla Farc, hoy partido político, que se estrena con senadores y representantes a la Cámara en la vida democrática electoral. Defenderla, defenderla y defenderla fue lo que más repitió y pidió en el Salón Elíptico del capitolio nacional.
Pero hay que decir para la historia patria que el primero que falló en actos, hechos y realidades para defender la misma fue él. Eso sí, mucha palabrería para la tribuna, firmas, fotos, protocolos, premios, creación de agencias gubernamentales burocráticas. Lo poco en cumplimiento lo dio para los jerarcas del ex secretariado de la guerrilla, lo cual no es malo, pero para la llamada guerrillerada, solo incumplimientos. Ni que decir de los habitantes de zonas donde ese grupo fue Dios y ley por muchos años.
Y ahí radica la verdadera defensa de la paz, en cumplirle a esa base. Ese es el verdadero fundamento, pero hoy, a dos años del acuerdo, la situación no podría ser peor. Reclamos de abandono en esas zonas veredales de concentración —hoy llamadas de otra forma—. Unos colombianos que siguen tirados allá, en casas de madera, en verdaderos asentamientos que parecen barrios subnormales de cualquier ciudad, donde el barro es compañero permanente, servicios de salud pocos, procesos educativos escasos.
Las iniciativas de emprendimiento o de trabajo son limitadas tanto para ellos como para los habitantes cercanos a esos territorios. Y es precisamente ese “pequeño” detalle el que se le olvidó mencionar al presidente Santos, casi nada. Cuando era ese balance el que debería haber entregado. Era ese el esfuerzo del Estado que él debería haber liderado al decir que esos compatriotas ya contaban con sus servicios básicos completos y en operación, salud y educación al día, con sus proyectos productivos o iniciativas andando o vinculados laboralmente, así como sus familias protegidas y con sus necesidades garantizadas, pero no. La verdad y la realidad es otra.
De todas partes del país se escuchan quejas, reclamos, solicitudes e incluso reclamos de los propios líderes del hoy partido político frente al incumplimiento de lo pactado. Y no es para menos, pues se suponía que era lo mínimo y básico el gobierno Santos debería haber hecho, pero hasta permitió que un petardo de político como Pardo y sus cuotas politiqueras, mal manejaran los millonarios recursos internacionales dados al Fondo de Paz, que eran para soportar parte de los gastos del acuerdo.
Por eso, hay que recordar y no olvidar que lo que Santos echó en su último discurso en el Congreso fue mucha carreta, muchas iniciativas pero pocas terminativas y escasas realidades tangibles para guerrilleros y comunidades rurales en la implementación del acuerdo. Como se dice por ahí, dejó el “chicharrón” para los próximos años, mientras él sigue echándole brilla metal a su paloma de la paz de solapa y su Premio Nobel. Lástima que no pase a la historia por haber dejado sentadas realidades concretas —el marco jurídico se tenía que dar sí o sí— para el desarrollo del acuerdo. Chao Santos, bien ido.
