Caballero, en Semana, me condena a muerte
Opinión

Caballero, en Semana, me condena a muerte

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agosto 18, 2014
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Empiezo por aclarar que no soy lector de Antonio Caballero El personaje me desagrada. Es uno de esos alacranes que pica donde puede porque no hay cosa viva, distinta de las vaquillas y los toreros de su gusto, que para él merezca la pena.

Cuando me hicieron saber que Caballero me había dedicado una columna, no corrí a leerla. Por mi, pensé, que diga lo que quiera. Me tiene sin cuidado el personaje y sin cuidado me tienen sus juegos de palabras, su ira contra el mundo, su bohemia de mala catadura. Cedí ante el empeño de amigos y de oyentes de La Hora de la Verdad y la página no me produjo más que desprecio. Hasta que descubrí lo que significa.

Hace algunos meses, Caballero escribió un reportaje a Iván Márquez, el detestable guerrillero que se pavonea en La Habana, y lo presentó como un héroe nacional. Protesté por esa perversión valorativa y me gané algún comentario del autor de la obrita, tan desaliñado y pobretón que dejé las cosas en su punto.

Ahora, sin motivo aparente, vuelve a la carga, y resuelve compararme con Timochenko, para declararme su equivalente desde la extrema derecha, donde me pone sin pruebas ni reservas.

Caballero no me ha oído nunca, como cualquiera entiende cuando ubica mi espacio radial en Santa Fé, emisora a la que no estuve vinculado un solo día. Esa equivocación, cometida desde el título de la columna, y repetida en su cuerpo, no es una casualidad. Claro que Caballero confunde a Vespasiano con Diocleciano, por donde muestra que no es su fuerte la Historia de Roma, y me parece que también a Nietzche con Engels, cuando habla de la partera de la historia y la atribuye a la violencia. La frase es de Nietzche, no teniendo por sujeto la violencia, sino la guerra, aunque no puedo jurar que una parecida no haya salido de Engels, el cofrade de Marx. Caballero se fue con la soga entre los cuernos, debiéndonos la cita.

Para compararnos, Caballero afirma, sin ruborizarse, porque el rubor no es distintivo de los cínicos, que ambos hemos sido condenados por autoridades judiciales. En mi caso, “por abuso de autoridad, conflicto de intereses y prevaricato”, delitos por los que nadie nunca me acusó ante autoridad alguna. En el caso de Invercolsa, perseguido por el Procurador Bernal Cuéllar, por delitos muy distintos, fui absuelto en cuatro instancias diferentes. Nunca recibí condena de autoridad judicial. Solo repetidas y contundentes absoluciones o autos de no proceder, porque jamás llegaron a llamarme a juicio, por un tema sobre el que habré de volver algún día. El bohemio de Semana es un mentirosillo desparpajado y contumaz.

Fui condenado por el Procurador Maya Villazón, en circunstancias y por motivos que he explicado ampliamente. Valga ahora recordar que Maya me condenó a la muerte política, por haberle faltado al respeto a un juez que pretendió poner en la calle a los hermanos Rodríguez Orejuela. Esos mafiosos están en los Estados Unidos purgando sus delitos innumerables ante el dolor mal encubierto de personajes como Antonio Caballero.

En su descaminado afán de compararme como criminal por Timochenko, Caballero llega a decir que he sido condenado por el Consejo de Estado y por la Corte Constitucional. El primero, en sentencia muy dividida, lloró también a los Rodríguez y se solidarizó con Maya Villazón, por supuesto sin condenarme, porque la jurisdicción contenciosa no condena particulares. Y la Corte Constitucional, que será bueno decirle a Caballero tampoco condena civiles, no ha tenido ocasión de mencionarme en su larga jurisprudencia.

¿En qué nos parecemos Timochenko y yo? Pues en que ambos, para empezar, llevamos el apellido Londoño. El argumento es tan idiota como el que se atreva a usarlo. Y luego, en que ambos venimos de la misma tierra. Timochenko es de Calarcá, Quindío, y yo de Manizales, Caldas. ¡Qué hábil manejador de indicios! ¡Qué penetrante organizador de tramas judiciales!

Caballero concluye en que personajes tan parecidos, delincuentes ambos, ampulosos en el discurso y adornados retóricos, debemos ser mellizos. Porque somos la misma persona y la misma cosa, declara en nuestro caso un drama  semejante al de La Máscara de Hierro.

¿Para donde va tanta estupidez? Pues, claro está, a recomendarnos la misma receta. Caballero la cita. Un bombardeo para Timochenko y otro para mi, ya que lamentablemente falló el primero. El del jefe guerrillero depende de Santos, tan cercano a Caballero por el cordón umbilical de Felipe López, y el otro para mí, que depende del amigo que Caballero encontró en La Habana, al que le hizo elogioso reportaje y al que ahora le dirige clarísima exhortación. A Márquez en poco lo ocupan con estos encargos. Quedo notificado. La segunda bomba está preparada. El Dios de mis mayores tendrá compasión de mí.

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