Bienvenida la polarización

Bienvenida la polarización

Si Colombia no puede regular el antagonismo, la polarización y la politización, en un clima de antagonismo, estaremos condenados a repetir nuevas formas de violencia

Por: Héctor Javier Valencia
febrero 06, 2018
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Bienvenida la polarización

A nivel internacional un nuevo horizonte se configura, uno en donde los valores, las instituciones y las sociedades están abrazando el nuevo siglo. Este nuevo siglo apenas se está asomando y no sabemos cuáles van a ser los desenlaces de las nuevas configuraciones mundiales. La polarización en la que vivía el mundo en la segunda mitad del siglo XX, la guerra fría, se está transformando en una tensión con muchos centros de poder. La religión, le ecología y la democracia, por ejemplo, hacen parte de la agenda de discusiones en el ámbito público.

Hoy vivimos en un mundo multipolar, líquido, en donde el horizonte de comprensión no está reducido a un conjunto cerrado de valores e instituciones. A nivel regional vemos como este nuevo despliegue de tensiones está generando fuertes luchas ideológicas, institucionales y sociales. América latina ha sido durante muchos años un campo de disputa entre lo nuevo y lo viejo. Actualmente, América latina está saliendo de la polarización de la guerra fría y desplazándose hacia el campo de nuevas tensiones sociales propias del siglo XXI, lo cual genera un relevo generacional y cambio del espectro político. En estos momentos percibimos cómo aquello que permite que estas tensiones puedan coexistir en un marco institucional está siendo amenazado: la democracia misma.

Las disputas contemporáneas pueden canalizarse a través de la democracia, cuya característica principal es la discusión y la institucionalización del conflicto implícito en las sociedades. Por esencia, al interior de las sociedades hay manifestaciones de intereses, puntos de vista y formas de ver el mundo que son divergentes. Recuperar la democracia es recuperar al otro, el punto de vista distinto, el diferente. Por ello, la recuperación de la democracia implica un cambio no solo de sí mismo, sino del otro; los dos deben agregar nuevos elementos a su forma de ver el mundo, lo cual debe alterar sus prácticas cotidianas y en su forma de reconocer al otro.

Sin embargo, si no existe la presencia del otro, el interlocutor, se pone en peligro la esencia misma de la democracia, pues se observa el mundo solo a través de mis intereses y puntos de vista particulares.

Colombia está configurando una nueva forma de hacer política y, por tanto, de coexistir con quien piensa y vive diferente. El otro aparece como un par, un ciudadano o ciudadana, un sujeto con derechos y capacidad de expresar sus puntos de vista. Una sociedad polarizada y politizada es deseable en una democracia en la medida en que el conflicto se institucionalice y se compartan reglas de juego, existan valores compartidos, pero que, a su vez, no diluya la diferencia. En esto consiste la tensión en la que estamos.

Después de los conflictos que Colombia atravesó en la segunda mitad del siglo XX, es necesario que la sociedad cambie y se dé cuenta de que la disputa pública, con reglas de juego compartidas, es buena porque genera debate y compromiso de los ciudadanos por los asuntos públicos. De hecho, reconocer que las pasiones hacen parte de la política, porque también hacen parte de la vida, es una ventaja en la medida en que puedan ser canalizadas y permanezcan en un perímetro en donde no se busque la aniquilación física del otro.

Si Colombia no puede regular el antagonismo, la polarización, la politización de la sociedad misma en un marco institucional y el foro público, y sobre todo en un clima de antagonismo atravesado por valores fundamentales como la libertad y la igualdad, estaremos condenados a repetir nuevas formas de violencia. Pero, si logramos comenzar a ver al otro como una persona que quiere expresar sus ideas y nos detenemos a escuchar sus argumentos, podemos decir que la democracia colombiana ha llegado a un nivel de madurez tal que puede seguir desplegándose. Este es el solo camino que nos puede garantizar que nuevas formas de violencia sean desechadas y emerjan nuevas prácticas de debate público, lleno de matices y oposición. Esto permite que el ciudadano y la ciudadana tengan formas de crear no solo un criterio propio para elegir el futuro suyo y el de la sociedad, sino que cambie como individuo.

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