En el fútbol colombiano cada partido parece una carrera de resistencia más que un espectáculo deportivo. Mientras los hinchas celebran que sus equipos compitan en torneos internacionales, pocos reparan en la sobrecarga que enfrentan: partidos cada 72 horas, desplazamientos constantes y la obligación de rendir sin descanso.
La Liga BetPlay, con su formato de dos torneos anuales y cuadrangulares intensos, no da tregua. A eso se suman los compromisos de la Copa Colombia y, para los clubes que mejor rinden, las competencias continentales como la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana. Todo esto se acumula sin que el calendario local se adapte o flexibilice.
Este semestre, Atlético Nacional, América de Cali, Once Caldas y Atlético Bucaramanga compiten en torneos internacionales, al tiempo que disputan partidos decisivos por la Liga. En abril, Nacional jugó seis partidos en apenas veinte días: el 10 frente a Internacional, el 13 contra Millonarios, el 16 ante Boyacá Chicó, el 20 frente a Deportivo Cali, el 24 otra vez por Libertadores ante Bahía y el 29 cerró ante Pasto.
América vivió una exigencia similar, con viajes a Montevideo y São Paulo. Once Caldas enfrentará cuatro partidos claves entre el 15 y el 29 de mayo, y Bucaramanga, aunque con menos compromisos, también juega al límite.
Jugar cada 72 horas no solo representa un desgaste físico evidente, sino también un golpe psicológico constante. Según un informe de la FIFA publicado en 2023, el riesgo de lesión se incrementa en un 35% cuando un jugador disputa más de dos partidos por semana. Las consecuencias están a la vista: lesiones musculares, rotaciones forzadas, entrenamientos mínimos y cuerpos técnicos que apenas pueden ajustar sus planes tácticos.
Pero este modelo se sostiene porque algunos ganan. La Dimayor mantiene su calendario lleno para cumplir con compromisos comerciales; los canales de televisión y plataformas obtienen más contenido para transmitir; y los clubes sin torneos internacionales se benefician enfrentando a rivales desgastados o con nóminas mixtas. La lógica del negocio se impone, mientras la calidad del juego y la salud de los protagonistas se debilitan.
En países como Brasil o Argentina, se coordinan los calendarios nacionales con las competencias continentales para evitar estos excesos. En Colombia, en cambio, se juega sin pausas, sin márgenes y sin reflexión.
El fútbol colombiano necesita una reforma urgente en la forma en que planifica su calendario. No se trata solo de proteger a los jugadores, sino de garantizar un producto de calidad para el espectador y una verdadera competitividad internacional. Mientras en otros países, como los ya mencionados anteriormente, adaptan sus ligas a los ritmos de la Conmebol, en Colombia seguimos corriendo sin dirección, priorizando la cantidad sobre la calidad.
Esta falta de visión no solo perjudica el rendimiento de los equipos en torneos continentales, sino que también erosiona la salud de los jugadores y la credibilidad del espectáculo. Si queremos que el fútbol colombiano trascienda fronteras, no basta con clasificar a copas: debemos jugar mejor, cuidar a quienes lo hacen posible y dejar de hipotecar el presente deportivo por una agenda televisiva llena, pero sin alma. De lo contrario, seguiremos viendo cómo el calendario termina siendo el rival más duro de todos.
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