AMLO y la inauguración de una nueva izquierda democrática

AMLO y la inauguración de una nueva izquierda democrática

Deseamos fervorosamente que ejerza una sana influencia en los otros países. México ha sido un ejemplo para el continente, ¿renunciaremos a esa tradición?

Por: Héctor Echevarría
diciembre 20, 2018
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AMLO y la inauguración de una nueva izquierda democrática
Foto: Twitter @PresidenciaMX

México protagoniza un momento crucial en el panorama político de América Latina. El país con mayor número de hispanohablantes en el mundo ha dado un giro hacia un gobierno de izquierda, en la figura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Tras más de ochenta años de truculenta oscilación entre un partido de Estado (PRI) y un partido de derecha (PAN), los ciudadanos mexicanos eligieron una transformación profunda encarnada en la alternativa política que representa el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

No hay que ser muy versado en historia para reconocer la carga simbólica que el nombre del partido ostenta: el culto a la virgen de Guadalupe, la madre protectora de los mexicanos. Durante la independencia de México se apeló a la idiosincrasia católica para congregar a diversos sectores de la población (indios, mestizos y criollos) con el afán de derrocar al régimen español y monárquico. También la Revolución mexicana esgrimió la imagen de la guadalupana para legitimarse en los estratos sociales vulnerables; no hay que olvidar la profunda religiosidad de los zapatistas ni la resistencia de los cristeros frente a las políticas anticlericales callistas.

Pero la virgen de Guadalupe, como todo símbolo, oculta ciertas condiciones sociales y culturales de las que sirve de pretexto. El triunfo abrumador de AMLO se debió, en gran medida, a que un gran espectro de ciudadanos resintió las políticas neoliberales que implementó el gobierno del PRI, a saber, las llamadas reformas estructurales. Dichas reformas solo beneficiaban a una élite, a un grupo de empresarios, políticos e inversionistas que deseaba enriquecerse cada vez más, en ocasiones incurriendo en actos de corrupción.

Sin embargo, estas políticas neoliberales y globalizantes no fueron ni son exclusivas de México. En varios países latinoamericanos —Colombia, Argentina o Perú— las políticas primermundistas han agudizado los contrastes en la sociedad, volviendo a los ricos más ricos, y a los pobres más pobres y numerosos. Es común ver en las calles de Bogotá o Buenos Aires esas luces y sombras. Vagabundos afuera de los bancos pernoctando en chozas improvisadas de cartón; mujeres con sus niños en brazos implorando por un plato de comida; adolescentes deambulando por las calles víctimas de los cárteles de la droga y la trata de personas. Es cierto: semejantes escenas no corresponden solamente a los gobiernos latinoamericanos de derecha; hay que ver el caso de Venezuela para refutar lo anterior. Empero, es menester considerar que las políticas económicas neoliberales, que tienden a la excesiva privatización de los asuntos públicos (salud, vivienda y educación) tampoco son la panacea a los enormes males económicos y sociales que arrastran los países latinoamericanos.

En este sentido, en Latinoamérica se contempla al gobierno de AMLO como un contrapeso a los neofascismos contemporáneos, a la influencia apabullante de Estados Unidos y a la irrupción del llamado populismo de izquierda, muy al estilo de Hugo Chávez y Fidel Castro. Una izquierda inteligente, atenta a los procesos macroeconómicos pero sin perder de vista la justicia social. Incluso algunos compañeros colombianos y argentinos con los que he tenido comunicación me han confesado que si AMLO “hace bien las cosas” los ciudadanos de sus países estarán convencidos de que la izquierda en Latinoamérica no necesariamente está ligada a la visión caudillesca y antidemocrática de Cuba y Venezuela.

Deseamos fervorosamente que AMLO inaugure esa “nueva izquierda democrática” que ejerza una sana influencia en los otros países latinoamericanos. México —a pesar de la abrumadora política expansionista estadounidense— ha sido un ejemplo para Latinoamérica. ¿Renunciaremos a esa tradición histórica irreprochable?

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