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Esa mañana del 30 de agosto, recién posesionado presidente César Gaviria, Diana Turbay —periodista, directora de la revista Hoy x Hoy y del Noticiero de televisión Cripton, hija del expresidente Julio César Turbay Ayala y doña Nydia Quinterodre con dos hijos, María Carolina de 18 años, y Miguel con 5 años, se preparaba para lo que parecía una exclusiva sin precedentes: una entrevista con el cura Manuel Pérez, el comandante del ELN. Se dejó tentar por la chiva que seria transmitida en el noticiero de televisión que dirigía.
Viajó desde Bogotá hacia Medellín, y de ahí, junto con su equipo— el camarógrafo Richard Becerra, el periodista alemán Hero Buss, los periodistas Azucena Liévano y Juan Vita- se internó junto con unos supuestos guías del ELN en las montañas de Copacabana, al norte de Antioquia. Fueron engañados. Cuando iban a bordo de una camioneta, los hombres que los recogieron se destaparon: no había ni guerrilleros ni entrevista. “Ustedes están en manos de los extraditables”, una organización criminal creada por Pablo Escobar y los capos del narcotráfico para tumbar la extradición que hacía tránsito en el congreso. En cuestión de minutos los cambiaron de camioneta y desaparecieron del mapa.
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Colombia, en ese entonces, años 90, no era un país: era un campo minado. Desde Medellín, Pablo Escobar había declarado la guerra al Estado. Desde Cali, los hermanos Rodríguez Orejuela financiaban su propio imperio del narcotráfico, silencioso pero letal. Era la época de las bombas en centros comerciales, de los autos cargados de dinamita en los andenes, de las listas negras donde aparecían jueces, ministros y candidatos presidenciales. Era la época de la extradición, esa palabra que a Escobar y a sus socios del Cartel de Medellín, le sabía a muerte.
Prefiero una tumba en Colombia que una celda en Estados Unidos, decía el campo, y bajo esta premisa actuaba con firmeza y muchos dolores. Una de las órdenes trágicas fue el asesinato del Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Siguió con el asesinato de Luis Carlos Galán. En la misma guerra hicieron explotar con un bomba un avión comercial convencidos que entre los pasajeros viajaba el candidato presidencial César Gaviria. Y por eso también comenzó una estrategia más siniestra: la de secuestrar a familiares de personajes clave. Diana Turbay fue una de esas piezas, pero también, Maruja Pachón, Beatriz Villamizar, Francisco Santos, Marina Montoya, quien también murió en cautiverio. El mensaje era claro: si extraditan, ejecutamos.
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Durante las semanas siguientes, los Turbay y el país en pleno suplicaron por la vida de la periodista Diana Turbay. Ella, mientras tanto, con libreta en mano, tomada como diario, documentado todo lo que vivía, era trasladada de casa en casa, vigilada por hombres con fusiles, confinada en condiciones precarias, con la salud deteriorándose y el país temblando bajo la dictadura del miedo.

Nadie del gobierno parecía dispuesto a negociar la liberación de Diana. Su familia, mientras tanto, se consumía entre la esperanza y el desespero. Su madre la exprimera dama, Nydia Quintero de Turbay, pedía públicamente clemencia. Su padre, el expresidente, activaba contactos en todos los niveles. Pero Escobar no soltaba a nadie sin concesiones.
Cinco meses después del secuestro, el 25 de enero de 1991, la operación de rescate ocurrió al amanecer. En una finca de la vereda La Estrella, en la periferia de Medellín, hombres del DAS irrumpieron sin previo aviso. La inteligencia indicaba que Diana estaba allí. No hubo negociadores. No hubo advertencia. El operativo de rescate comenzó con ráfagas.
Dentro de la casa, en medio del caos, los secuestradores abrieron fuego. Diana estaba en una habitación interior. Desarmada. Asustada. Salió al pasillo mientras los disparos cruzaban de lado a lado. Una bala la alcanzó en el abdomen. Los agentes del DAS la sacaron con poca vida. La llevaron al hospital San Vicente de Paúl. Allí, en la sala de urgencias, falleció a causa de una hemorragia interna. Tenía 40 años.
La muerte de Diana Turbay Quintero sacudió al país. Nadie esperaba ese final. El gobierno creía que todo lo había controlado bien, pero con los años se fue abriendo paso otra verdad: que hubo errores por todo lado; que no hubo un plan serio de rescate, que Diana fue víctima no solo del cartel, sino también de la improvisación del estado.
Años después, el nobel Gabriel García Márquez contaría esta historia en Noticia de un secuestro que pasó a ser una serie de Netflix dirigida por Rodrigo García, el hijo de Gabo. Aunque Diana sería una más entre varios nombres que fueron víctima, su caso, se volvió símbolo. Como es hoy su hijo tras ser abaleado en un atentado. Han pasado 35 años. Miguel lucha por su vida algo que Diana no tuvo el chance de poder hacerlo.