A los que extrañan

A los que extrañan

Quienes echan de menos se ven ante el mundo imposible por el pasado o por el anhelo, tratando de establecer conexiones con la realidad que se desdibuja en los sentidos

Por: Juan Martínez Paz
abril 15, 2020
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A los que extrañan
Foto: Pixabay

Hay un límite de racionalidad entre el ver y el esperar, detrás de todo lo que vemos hay una confianza intrínseca en que su significado es capaz de devolvernos el sentido que le endilgamos, aun sin cuestionarnos si sus definiciones son precisas o al menos ciertas para una realidad dada; cómodas para llevarlas a cuestas con la carga simbólica de la vida. Las llevamos porque intuimos el qué de la racionalidad, suponemos que estamos en el ejercicio de la misma bajo la premisa de una conciencia más o menos atenta a lo que hace, pero que en realidad la mayoría del tiempo va arbitraria y sintomática, paliativa con lo que el mundo le va poniendo, pocas veces proyectiva con lo que pudiera hacerle bien, y digo bien como diciendo cualquier cosa, porque la conciencia alimentada por los sentidos no adjetiviza, todo lo recibe como escaramuzas del mundo estrecho que la contiene en una retícula, una pequeña rendija que se basta para interpretar todo lo posible o lo más posible o lo deseablemente posible o al final, lo infinitamente imposible.

La palabra pronunciada parió el mundo en forma de estallido, el sonido no ordenó el estallido, fue el estallido mismo que en sus vibraciones continuó orquestando el todo con la delicadeza de un acorde ininteligible pero que subyace a cada acción: la coreografía del todo, escapada al sentido perceptual que solo se puede quedar con un ínfimo fragmento de la obra. Solo no se puede renunciar al sonido porque es la pulsión del movimiento, no tenemos párpados en los oídos, como bien dijo Quignard, porque en el sonido está el compás de la vida, hay un rumor de voces en todas nuestras acciones y se vienen a nosotros en forma de significados entregados que se constatan con lo que se ve, de tal presencia es que asumimos un mundo posible solo porque está allí a pesar de y no a propósito de nosotros mismos; sufrimos la estrategia de los sentidos para mantenernos en conexión con la memoria como el resquicio de una racionalidad que solo se justifica en conexión con lo inteligible, eso cognoscible que nos hace extrañar, rememorar en el basural del imágenes o constatar del desconocimiento puesto ante nosotros mismos.

Los que extrañan se ven ante el mundo imposible por el pasado o por el anhelo, tratando de establecer conexiones con la realidad que se desdibuja en los sentidos, van clasificando rumores de lo que anhelan en presentimientos; llaman, escriben, planifican, esperan y cuando deben remitirse a la paciencia saben que no hay don de santidad en el que espera lo terreno, porque para lo terreno hay tiempo y el tiempo no es reducto de nadie, es un estimativo siempre. El tiempo es enemigo del que espera que siempre extraña, esperar es remitirse al momento en que la espera no era tal, es extrañar la huida de esa ausencia de movimiento que es la espera, el substraerse de la música impuesta por el entorno en que se debe estar sentado o acostado o bailando o cocinando o en lo que fuere que distraiga de la espera. Solo la presencia impone su propio ritmo, su propia música, la presencia exige poner más que recibir, los que extrañan quieren verse a sí mismos ejerciendo la autoridad del instante y no contando las canciones que pasan sin haber sido escogidas, como si todas ellas fueran un remordimiento de aquellas ocasiones en que se fue demasiado impávido, abrumadoramente cómplice de la quietud.

Los que extrañan recuerdan el movimiento más allá de la retícula del confinamiento aun cuando la retícula de los sentidos les cercenara eso otro con los prejuicios, con el afán o la indisposición; los que extrañan esperan por ver que de todo lo dado por sentado era efectivamente real y si hay una reconfiguración del eso, que solo pudo surgir del extrañamiento de no tenerlo a disposición. Vemos por la ventana del habitus que es el móvil y la habitación, a un yo muy necesitado de volver a entender el qué de la percepción a expensas del cuándo, que ya ni siquiera es lo principal porque nos hemos alimentado de porqués. Extrañamos porque somos una suma de necesidades irresolutas indivisibles del otro, en el otro está el sentido de nuestras preguntas fundamentales y aunque nos medie el desprecio entendemos que no hay yo sin los otros, que funcionamos orgánicamente y que una crisis sistémica devela los errores de ese sistema pero no de los fundamentales que parieron el todo, hasta la devastación misma, ya no hay lugar para el abrazo como fuente de sentido pero estamos aleccionados en el irreductible sentido de comunidad que necesita la obligatoriedad impuesta de vivir.

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