Ha dicho el presidente Petro que se arriesga y pone su gobierno en manos del pueblo, una idea un poco extraña porque es precisamente el pueblo el que puso su destino en manos del presidente a través de una votación democrática sin precedentes.
Para empezar, es cierto lo que dice Petro. En esta misma columna a lo largo de años lo hemos reiterado una y otra vez: este es un país tragado por la corrupción; es un país con pobreza superior al 33 %, uno de los más desiguales en la distribución del ingreso y la riqueza en el mundo; los políticos y muchos poderosos empresarios de uno y otro color se lo han robado, así literalmente, se lo han robado.
Se han alzado con la plata de la salud, con los recursos de las pensiones, con el sector eléctrico, con las alimentaciones escolares, con los puertos, con el presupuesto de las vías y los parques y la educación; se han robado por vía directa con artimañas los impuestos y todos quedan libres, razones de más para que haya una guerrilla que lleva en armas 60 años y para que este también sea un país de violencia brutal, paramilitar, estatal, narcotraficante y guerrillera sin muchas comparaciones en el mundo, con cientos de miles de muertos en los últimos cincuenta años, y miles de desaparecidos, y millones de desplazados, y una larga historia de mutilados y silenciados
Todo eso es cierto y uno no puede, así porque sí, renunciar a buscar que cambie.
¡¡¡Pero ojo!!! El cambio hoy, después de tantas sangres y tantos odios y tantos intentos fallidos y tantas equivocaciones y desilusiones, tiene que ser por vías democráticas. No hay otro camino.
Ahí, exactamente ahí, tiene que ponderar seriamente su discurso el presidente, que es presidente de todos los colombianos; de los inconformes, de los pobres, de los robados, de los aplastados, sí, pero a fin de cuentas presidente de todos, es decir, también de la clase media, y los trabajadores de mejores ingresos y de los empresarios, de todos.
Las calles son maravillosas para sentir el pulso y la voz del pueblo. Pero convocar a las calles, sin decir para qué o cómo o en qué condiciones, se torna riesgoso. Hacerlo sin cálculo juicioso (más integral que solo político), puede traer terribles sorpresas.
Convocar a las calles, sin decir para qué o cómo o en qué condiciones, se torna riesgoso. Hacerlo sin cálculo puede traer terribles sorpresas
En las calles, en el ardor, en la emocionalidad de la movilización, alguien se equivoca, alguien se pasa, alguien mueve violencia porque sabe hacerlo. Las manos se tensan, la cabeza arde, las espoletas empiezan a saltar de su sitio y las armas tiemblan en manos de gente que sabe odiar, igual que en manos de inexpertos. Generalmente, en las calles, en la reyerta, los más tontos caen, los más justos caen, los más nobles se confunden.
Duque en su momento pensó que esto no era nada, que quienes protestaban eran solo “vándalos”, lo menos valoró, dio la espalda, jugó al policía, se disfrazó, paso de largo y el país ardió. A punto estuvo de reventarse. Al final el mismo país dio un vuelco político que los partidos tradicionales y los clientelistas tradicionales no vieron venir, pero no se puede ocultar que estuvo al borde del precipicio.
Algo igual o peor quizá rompa la presa de contención, quizá fuera como un hueco en el reactor nuclear, quizá fuera una inmolación.
Así que el presidente, el presidente de todos, está en todo su derecho de convocar la participación ciudadana ante un Congreso adverso. Pero tiene que hacerlo con mesura, con mesura en las palabras, en el discurso y en las acciones. La frase abierta “a las calles” puede ser riesgosa si no se explica para qué y cómo, y él tiene que medir bien ese riesgo, para que no haya sorpresas, ni nuevos horrores, ni fortalecidas violencias
Si invitar “a las calles” quiere decir participación, quiere decir alegría, si implica que la gente se involucre en lo que le cabe y lo que le interesa, si supone que el pueblo (que somo todos) vote democráticamente por lo que quiere o lo que no quiere, es perfecto invitar a las calles y, mejor aún, salir a ellas, sin violencia, sin odio, sin bestialidad, para apoyar o para protestar.
Del mismo autor: La figura vicepresidencial no es nada
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