Entre la abundancia y la miseria: así llega la Navidad a los hogares colombianos

La Navidad expone la desigualdad: mientras unos celebran abundancia y descanso, millones trabajan en precariedad, sin derechos plenos ni descanso

Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
diciembre 24, 2025
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Entre la abundancia y la miseria: así llega la Navidad a los hogares colombianos

Los derechos humanos en tiempos de Navidad y fin de año oscilan entre la promesa simbólica y la desigualdad material. Son tiempos de paz, reconciliación, familia y solidaridad en el imaginario colectivo, pero las desigualdades estructurales persisten. Se festeja a un lado y se exacerban las brechas sociales en el otro. Se visibiliza con mayor crudeza quiénes pueden ejercer derechos en plenitud y quienes solo acceden a su dimensión simbólica. Para unos es abundancia, descanso y consumo; para otros, precariedad, sobrecarga laboral y exclusión.

Millones de personas trabajan más. El 60 % de la población trabajadora es informal, especialmente en comercio, transporte, seguridad privada, servicios de aseo, economía popular y rebusque, buscando “hacer su temporada” para cubrir parte del año siguiente.

El discurso festivo de bienestar supera la realidad. La Navidad se sostiene materialmente sobre una fuerza laboral precarizada, que produce riqueza para pocos, pero no representa dignidad para todos. Entre 2022 y 2024 creció el gasto festivo en Colombia: se pasó de 32,8 billones de pesos en 2022 a 38,6 billones en 2024, con un gasto medio por persona de 1,2 millones. El aumento fue del 7 % y para 2025 se espera un crecimiento del 10 %, como reflejo —según los análisis macroeconómicos— de una economía sólida, mejor situación económica general, expansión del poder adquisitivo, reducción de la inflación y otros indicadores que señalan un buen estado de salud económica.

El descanso y el tiempo libre, derechos consagrados, cobran vida en estas fiestas, pero se viven de forma profundamente desigual. No más de la cuarta parte de la población puede disfrutar vacaciones, viajes y reuniones familiares. Las mayorías enfrentan la imposibilidad de descansar debido a la informalidad, la necesidad económica o la exclusión del mercado laboral. Quienes viajan —cifra que se aproxima al 15 % de la población— gastan por día cerca de 160.000 pesos en el interior del país y 125 dólares en el exterior.

Para la mitad de la población, constituida por personas en situación de pobreza o en contextos de conflicto y desplazamiento, el fin de año no implica pausa ni alivio, sino la continuidad de la lucha cotidiana por la subsistencia y la resistencia.

El derecho a la alimentación adecuada también se presenta de forma desigual. Las imágenes de mesas llenas y cenas abundantes dominan el espacio público y mediático, redimensionadas por grandes medios de desinformación, propiedad de conglomerados financieros y corporativos ligados a la banca, la industria alimentaria, el consumo de regalos, bebidas y productos azucarados. Este relato invisibiliza a millones de personas que no logran garantizar una alimentación suficiente y nutritiva durante estas fechas, evidenciando que el derecho a no padecer hambre sigue siendo frágil, incluso —o especialmente— cuando se celebra la abundancia.

Esta exclusión impacta con mayor fuerza a migrantes, habitantes de calle, personas adultas mayores en soledad, niños sin redes familiares, personas privadas de la libertad y enfermos que quedan por fuera del relato hegemónico de la “Navidad feliz”, que se convierte en un recordatorio doloroso de la marginalidad.

La seguridad personal y colectiva durante las fiestas también se ve tensionada. Aumentan los riesgos de violencia intrafamiliar, accidentes de tránsito y conflictos sociales debido al incremento de la movilidad, el consumo de alcohol y las celebraciones masivas. Frente a esto, se ha naturalizado el control policial y punitivo, en lugar de construir políticas preventivas basadas en derechos, cuidado y responsabilidad social, lo que evidencia una comprensión limitada de la seguridad humana.

Navidad y Año Nuevo son fiestas, alegrías y abundancias, pero también espacios de negación de derechos. De allí emergen territorios de resistencia ética y solidaridad social: redes comunitarias, organizaciones sociales, colectivos juveniles, de mujeres y movimientos de derechos humanos que aprovechan este periodo para visibilizar injusticias, acompañar a poblaciones vulnerables y reivindicar la dignidad humana más allá del consumo. Son gestos que entienden los derechos como prácticas vivas, no como concesiones del mercado ni del Estado.

La Navidad interpela a la sociedad sobre el sentido real de los derechos humanos. ¿Son derechos universales que se ejercen todos los días o han sido usados por élites hegemónicas como privilegios estacionales para quienes pueden pagarlos? ¿Son promesas retóricas que adornan discursos de fin de año o compromisos estructurales que deben garantizarse incluso —y sobre todo— en tiempos de celebración?

Las respuestas revelan el tipo de sociedad que se construye. La fiesta no borra la desigualdad: la desnuda. La Navidad se convierte en un espejo incómodo que muestra con claridad quiénes viven los derechos como experiencia cotidiana y quiénes apenas los reciben como deseo. Transformar esa brecha exige ir más allá del gesto caritativo y avanzar hacia una cultura centrada en el respeto por la vida, con políticas públicas y economías orientadas a que la dignidad humana sea una realidad permanente y no una excepción de temporada.

Para lograrlo, es indispensable tener y ejercer memoria, para condenar y rechazar social y políticamente —sin vacilación— a quienes, con espíritu colonial y desde su poder hegemónico, persisten en mantener condiciones de desigualdad, saqueo, corrupción, engaño, guerra, violencias, explotación e ignorancia.

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