Los 2 hermanos De la Espriella, dueños de Cachivaches, que dan la pelea a la invasión de disfraces chinos

La fundó su mamá, Cristina Meira, hace 50 años, y aunque ella falleció en pandemia, sus hijos Juan y Andrés de la Espriella han sabido mantener y crecer el negocio

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octubre 31, 2025
Los 2 hermanos De la Espriella, dueños de Cachivaches, que dan la pelea a la invasión de disfraces chinos

En Cachivaches no hay descanso. Aunque Halloween ocurre solo una vez al año, el trabajo no se detiene nunca. Desde enero, los diseñadores, cortadores y confeccionistas de esta marca bogotana se sumergen en el universo de las tendencias: revisan cuáles serán los personajes que dominarán octubre, qué series atraparán a los niños, qué princesas regresarán al corazón de las niñas y qué clásicos —como Superman, Batman o la Mujer Maravilla— seguirán reinando en las fiestas de disfraces.

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Todo se planifica con precisión, porque en Cachivaches octubre no es un mes: es una misión. La empresa trabaja los 12 meses del año pensando en esos pocos días en los que miles de colombianos salen a la calle a convertirse en otros. Y detrás de ese fenómeno hay una historia profundamente familiar.

Hoy, al frente del negocio están Juan y Andrés de la Espriella, dos hermanos que crecieron entre rollos de tela, maniquíes y máquinas de coser. Son los hijos de María Cristina Meira, la fundadora argentina que convirtió un pequeño taller de delantales en la marca de disfraces más reconocida de Colombia. Desde la muerte de su madre, en 2021, durante la pandemia, ellos han tomado las riendas y han hecho crecer el legado hasta convertirlo en una empresa que ya exporta a once países.

A simple vista, Cachivaches parece un imperio del entretenimiento, pero en esencia sigue siendo lo que siempre fue: una empresa familiar. En sus cuatro tiendas del norte de Bogotá, los hermanos De la Espriella conservan el espíritu que su madre sembró hace más de cincuenta años, cuando decidió dejar los experimentos con delantales para dedicarse a vender “de todo un poco” en un local que bautizó con una palabra que sonaba a desorden encantador: Cachivaches.

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María Cristina llegó a Colombia desde Argentina en los años sesenta, hija de un diplomático. En Bogotá se casó, tuvo tres hijos y descubrió que tenía un don especial para las ventas. Su primer negocio, Camila & Cristina, lo fundó junto a una amiga, y se dedicaba a fabricar delantales coloridos, con telas poco comunes. Pero pronto quiso más. Empezó a ofrecer artículos para el hogar: floreros, espejos, cojines, tapetes, vajillas, todo con ese toque artesanal y elegante que se volvió su sello.

El nombre “Cachivaches” nació casi por accidente. Los clientes, fascinados con esa tienda que parecía tenerlo todo, decían que allí había “una montaña de cachivaches”. A María Cristina le gustó tanto la palabra que la convirtió en su marca.

El gran giro llegó en los años ochenta, cuando una simple casualidad transformó el rumbo del negocio. En octubre, con telas sobrantes de un fallido intento por fabricar títeres, la fundadora decidió hacerles unos disfraces a sus hijos. Eran trajes improvisados, pero coloridos, divertidos, distintos. Los puso a la venta en la tienda, sin imaginar que en cuestión de días se agotarían.     Aquella casualidad se convirtió en una chispa que lo cambió todo. Lo que empezó como un experimento casero terminó transformando a Cachivaches en algo mucho más grande: un taller de sueños.

Desde entonces, ya no se trataba solo de vender cosas bonitas para el hogar, sino de fabricar ilusiones a punta de aguja e hilo. María Cristina Meira, con su ojo minucioso y su energía incansable, apostó por confeccionar disfraces con el mismo cuidado con el que un artista pinta un cuadro. Cada costura, cada lentejuela y cada color tenía un propósito. La calidad era tan alta, que a finales de los años ochenta Disney, Marvel, Mattel y Warner le abrieron sus puertas para licenciar oficialmente sus personajes. No era poca cosa: Cachivaches, una empresa nacida en el norte de Bogotá, se convertía en el lugar donde los niños podían convertirse en superhéroes, princesas o villanos sin tener que cruzar fronteras.

Así, de manera casi natural, la tienda que antes vendía floreros, tapetes y vajillas pasó a vestir generaciones completas de infancia. Con el tiempo, el catálogo creció: llegaron los personajes de moda, los ídolos del cine, los protagonistas de las nuevas series. Y aunque las tendencias cambian tan rápido como las temporadas, Cachivaches ha sabido mantenerse viva, reinventarse sin perder su esencia.

“Las cosas se hacen bien o no se hacen”, repetía siempre María Cristina, y esa frase se volvió una especie de mantra dentro de la empresa. Sus hijos, Juan y Andrés de la Espriella, crecieron escuchándola y hoy la repiten como una promesa. Muchas de las manos que hoy cosen fueron las mismas que empezaron junto a María Cristina, la fundadora. Son mujeres y hombres que han visto crecer la marca, que sienten que también les pertenece, porque Cachivaches no solo es una empresa familiar: es una familia extendida, unida por los hilos, el color y la ilusión de los niños que una vez al año se convierten en los personajes que siempre quisieron ser.

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