Un collar de miles de millones de pesos con 32 esmeraldas colombianas extraídas de las minas de Muzo en Boyacá entró a formar parte del millonario robo del tesoro que desaparición del Museo de Louvre en París, encargado de conservarlas. La incalculable joya que fue hecha hace más de un siglo, había sido encargada por la corte del emperador Napoleón Bonaparte en 1810 para obsequiárselo a su segunda esposa, la emperatriz María Luisa de Austria.
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Esa joya cuyas gemas eran de gran valor por su calidad se perdió junto a otras siete piezas del Tesoro Imperial del emperador francés. Fue un golpe ejecutado la madrugada del 19 de octubre, en la Galería de Apolo, la sala donde el Louvre, el museo fundado en agosto de 1793, guarda lo más preciado de la monarquía francesa: las joyas de los Luises, los objetos del Imperio, las reliquias del poder.
Los ladrones, según la fiscalía de París, ingresaron al museo que recibe más de 10 millones de visitantes por año, por un montacargas oculto bajo un balcón lateral. Cortaron una ventana con una sierra redonda y abrieron dos vitrinas de alta seguridad. El robo duró 7 minutos y desaparecieron con nueve objetos, entre ellos el legendario collar de María Luisa, una obra de arte en oro, diamantes y esmeraldas colombianas, valuada en decenas de millones de euros.
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El robo, calculado por las autoridades en 88 millones de euros, obligó al Louvre a cerrar parcialmente sus puertas. La Galería de Apolo —esa bóveda dorada donde todavía resuena el eco de los monarcas— permanece clausurada mientras avanzan las investigaciones.
El collar tiene su propia historia
La joya fue encargada por Napoleón al orfebre François-Régnault Nitot, fundador de la casa Nitot et Fils, antecesora de la actual Chaumet, que hoy le pertenece a la firma Louis Vuitton. La elaboración fue de orfebres europeos pero las gemas originales de Muzo en Boyacá.
Este se diseñó como parte del conjunto de matrimonio que incluía pendientes y diadema, todos montados con esmeraldas y más de mil cien diamantes. Era 1810. Napoleón se había separado de Josefina y buscaba en su nueva esposa, María Luisa, hija del emperador de Austria, una alianza que consolidara su poder en Europa.
El regalo fue un gesto político y romántico. Un símbolo del esplendor que el emperador quería mostrar al continente. Las esmeraldas, venidas desde un lugar remoto llamado Muzo, en el entonces Nuevo Reino de Granada —hoy Colombia—, eran el corazón verde del imperio. Su brillo intenso, conocido como “Verde Muzo”, había fascinado a los orfebres europeos desde el siglo XVII. Ninguna otra gema tenía esa mezcla de profundidad y fuego interno.
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Después de la caída del Primer Imperio, en 1814, María Luisa regresó a Austria. Devolvió los diamantes al tesoro imperial francés, pero conservó las esmeraldas. Años más tarde las entregó a su primo, el Gran Duque Leopoldo II de Toscana. Desde entonces, el collar pasó de mano en mano: casas reales, coleccionistas, anticuarios. En 1953 fue adquirido por la firma Van Cleef & Arpels y, tras varias transacciones privadas, el Museo del Louvre las adquirió en 2004.
Desde entonces, el collar había reposado en la Galería de Apolo, detrás de un vidrio blindado, como una joya de Estado y un fragmento de historia. Hasta ahora.
El Louvre, entretanto, trata de recomponer el golpe. Su presidenta, Laurence de Cars, compareció ante el Senado francés para explicar lo ocurrido. Habló de protocolos, de auditorías internas, de sistemas de fibra óptica y cámaras de alta definición. Prometió reforzar la seguridad, modernizar la vigilancia, revisar las rutinas de inspección. Aun así, el museo enfrenta críticas por la vulnerabilidad de sus vitrinas y la aparente falta de reacción ante la intrusión.
De las nueve piezas robadas, solo una ha sido recuperada. Ocho siguen desaparecidas y tiene a la policía francesa buscando debajo de las piedras las pruebas que la lleven a los expertos asaltantes. La Interpol también está involucrada en la investigación.
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