Ni liberalismo ni fascismo; es simple egoísmo

Ni liberalismo ni fascismo; es simple egoísmo

En la escena política actual ha surgido una categoría: los nuevos liberales. Promueven la competencia y el individualismo. ¿Es lo que necesitamos?

Por: Julián Díaz Charry
diciembre 09, 2021
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Ni liberalismo ni fascismo; es simple egoísmo
Foto: Flickr

En los últimos años se ha venido imponiendo una manera de pensar, que por el ruido que provoca se nos podría antojar hegemónica. Aunque la mayoría de la población no la defienda con la vehemencia que lo hacen aquellos que enarbolan sus principios a capa y espada, como el ideal civilizador al que debemos aspirar. Donde es el individuo y no el colectivo, la medida de todas las cosas.  

Aquellos que se hacen llamar a sí mismos como los nuevos liberales o incluso libertarios claman por un papel cada vez más reducido del Estado en los asuntos del devenir y del bienestar social, donde los derechos sean entendidos como garantías individuales, desconociendo la naturaleza social de los mismos. Donde la propia comodidad es la prioridad y donde siempre se ve con recelo al otro. 

Muchos los llaman fascistas. En el entendido de que se rechaza a las minorías por motivos raciales, de preferencia sexual o de origen étnico. Y en muchas ocasiones propenden por la fortaleza militarista para reprimir lo que consideran como amenazas a su estilo de vida. 

Pero la verdad es que el fascismo no es la base de su ideología. Ya que este en sí mismo reclama una fortaleza del Estado y algún tipo de esfuerzo colectivo en defensa de valores que se enmarcan en lo que se conoce como nacionalismo radical. 

Por supuesto, no estoy desconociendo que aún quedan muchos grupos que profesan el fascismo puro y duro en muchos países y que mucho de lo que profesan podría enmarcarse en la doctrina fascista. Pero también creo que esta corriente, que está ganando cada vez más adeptos, no es más que simple egoísmo, falta de empatía y solidaridad, llevado a la altura de ideología política para legitimarse. Donde cualquier medida que pueda incomodar (aunque sea un poco) mi lugar como centro mismo de la civilización es enseguida tachada de falaz o cuando menos, un atentado a mi libertad. 

De esta manera, por ejemplo, las medidas adoptadas para mitigar la pandemia, como el uso del tapabocas y vacunación, hacen en sí mismas que para estos individuos el virus sea un invento o por lo menos un complot para seguir coartando su derecho. 

Ahora que los países han empezado a tomar en serio (muy tardíamente en mi opinión) la amenaza del cambio climático estos grupos no han demorado en negarlo como amenaza. Y exponer que se trata de otro intento de frenar su autodeterminación. 

Tal vez nuevos liberales sí sea una manera adecuada en la que se deban categorizar a estas personas, ya que su ideología está bastante emparentada con el neoliberalismo económico. Que propende por la competencia (la mayoría de las veces desigual), en la que los perdedores deben vivir en el ostracismo mientras que los ganadores, en el juego del “tener más”, los miran con desdén desde su lugar de privilegio. En donde el papel del Estado se debe limitar a garantizar que las cosas sigan siendo de ese modo. 

Es de esta forma como estos grupos han encontrado liderazgos que legitiman esta ideología del “sálvese quien pueda” en figuras como Trump y Bolsonaro. Así como al ahora candidato más opcionado de ganar la presidencia de Chile, José Antonio Kast, Santiago Abascal, del Partido Vox en España, o el vocero recientemente elegido diputado Javier Milei en Argentina. Por supuesto aquí tenemos a María Fernanda Cabal y a su séquito.  Todos ellos autoproclamandose como puntas de lanza de la defensa de la libertad. Cuando no son otra cosa que promotores del egoísmo y el desprecio hacia el otro como bandera. 

Cometen un error fundamental estos supuestos libertarios al creer que se pueden desconocer los hechos si estos riñen con nuestra comodidad. Tarde o temprano estos nos golpean en la cara y nos hacen reconocerlos, queramos o no. Schopenhauer decía: Toda verdad pasa por tres fases: "Primero es ridiculizada; segundo, se le ataca violentamente; y tercero, es aceptada como evidente".

La humanidad no se puede seguir comportando como un niño malcriado al que hay que concederle todos sus caprichos. Debemos imponer e imponernos límites o estaremos condenados como civilización y como especie. 

Se deben generar estrategias de alcance global para que sea posible un futuro viable para nuestros hijos y los hijos de sus hijos. Pero claro, es ahí donde surge el otro coco de nuestros amigos libertarios: “el globalismo”. Porque otra de las falacias ampliamente aceptadas por ellos es que el mundo está dividido en más de 200 trozos (países), donde lo que haga cada quien no afecta a los demás y donde podemos extraer todo aquello que necesitemos de la tierra. Siempre y cuando esa tierra sea la de otros. Pero eso sí, que las víctimas de la depredación no vengan a pedirnos refugio porque serán fulminantemente expulsados. 

Tan extraviados están ideológicamente que a los que estamos del otro lado, buscando esfuerzos colectivos en la consecución de una vida más digna y sostenible para todos, nos llaman progresistas o simplemente “progres”, como queriendo con ello proferir una especie de insulto. Cuando ser llamado progresista no puede ser más que un halago. Porque es precisamente eso lo que buscamos: el progreso humano integral. 

Es entonces cuando percibimos que lo que estas personas reclaman como su derecho a la autodeterminación no es más que su derecho a desconocer los de los demás y los del planeta mismo. Sumiéndonos en una espiral autodestructiva que, de seguir prosperando, djará a la civilización humana como un mero accidente en el devenir de las eras. Todo debido a una de nuestras características más  primitivas, repudiables y a la vez difíciles de superar: “El egoísmo”. 

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