La delgada línea entre la biopsia y la autopsia

La delgada línea entre la biopsia y la autopsia

Lo que puede ocasionar las demoras del sistema de salud en Colombia.

Por: Mauricio Suárez León
septiembre 08, 2014
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La delgada línea entre la biopsia y la autopsia
urnadecristal.gov.co

No tenía un síntoma particular que me hiciera temer que mi vida estuviera en riesgo. Si tenía alguna enfermedad, era cansancio extremo, estrés por sobrecarga laboral, mamera existencial. Algo normal en un hombre adulto en edad productiva, como lo diría cualquier estadística.

Como único hecho fuera de lo común, roncaba mucho y andaba cansado y de malas pulgas después de dormir. Para mantenerme despierto y poder cumplir con mi trabajo necesitaba consumir una dosis de café superior a cuatro tazas grandes al día. Nada fuera de los promedios de cualquier oficina. Los primeros exámenes me los hice por casualidad. Mi novia me inscribió como voluntario en una investigación para identificar trastornos del sueño en una universidad. Era la primera vez que oía la palabra “apnea”, y creo que tampoco su inofensivo sonido permitía suponer que esa forma súbita de alertarme el cuerpo cuando no podía respirar mientras dormía estuviera relacionada con alguna enfermedad más grave.

Durante el estudio de Apnea me realizaron una ecografía de cuello, y allí por primera vez los médicos mencionaron que tenía una “masa”, como quedó bautizada, que debía ser analizada. Eso sí, debía hacerlo con mi E.P.S.

Dos meses más tarde, gracias a los tiempos de espera para conseguir la cita, me hicieron una ecografía y traté de indagar algo más sobre lo que podría estar pasando en mi cuello con la radióloga que me hizo el examen, una mujer de seguro curtida e insensibilizada por el oficio, quien me hizo el favor de ser contundente: “pues yo le cuento, señor, la última vez que tuve un paciente con algo así como lo suyo resultó que era cáncer de cuello, bastante avanzado, y no pudieron hacer nada. Dos meses y el señor se murió”.

No supe si agradecerle la sinceridad, pero sí me dejó pensando cuál de todas las acciones aplazadas a lo largo de los años sería ahora sí una urgencia ¿Tener un hijo, sembrar un árbol, escribir un libro?

En las consultas de medicina general, mi médica me hablaba de su frustración profesional, del mal pago por consulta, de los pocos estímulos para especializarse. A cambio de escuchar sus quejas, ella estaba siempre dispuesta a autorizar los exámenes que necesitara para un diagnóstico más acertado de mi problema: una cita prioritaria con el especialista de cabeza y cuello, pero no habría agenda sino hasta dentro de dos meses. Debía sentirme afortunado de tener una doctora que cumpliera tan bien su función de expedir autorizaciones.

Alguno de esos días de consulta, en un arranque de sinceridad, me había dicho que era una suerte que los médicos (¿Acaso ella no era uno también?) me hubieran detectado “la masa” en ese examen, porque hoy en día es muy difícil que a alguien lo examinen. ¡Plop!

Por fin, cita con el especialista. Me ordena una biopsia. Desde la primera vez que menciono esa palabra hay un silencio incómodo en cada persona con la que me cruzo en la E.P.S, en los consultorios, en los laboratorios. No sé por qué creo que comienzan a verme con cara de autopsia. Es como si el hecho de analizar una patología de una vez dejara desahuciado al paciente. Cruzo los dedos esperando un resultado favorable.

Pasan los días y me acerco a la E.P.S a reclamar el resultado de la biopsia, pero mi desconcierto es total cuando lo recibo: ¿Qué quiere decir eso? Tanta espera para quedarse con un papel escrito en un lenguaje incomprensible. Debo esperar otro mes, cuando el cirujano vuelva a verme, para saber si el dedo todopoderoso de la biopsia indica que voy a vivir o morir. Supuestamente ya tengo el resultado por el cual todos mis conocidos me preguntan, pero todavía no sé lo que eso significa.

Un mes más tarde estoy frente al cirujano confiado en que me dará el concepto definitivo de mi enfermedad. Sin embargo, cuando el médico ve el papel resulta claro el jeroglífico: ahí no dice nada, sólo que le hicieron el estudio, tiene que volver a la E.P.S. para que le den el resultado completo. ¿Y cuándo podré volver a presentarle el resultado? Para cuando le den cita, el próximo mes porque antes no tengo agenda. Fin de la consulta.

Vuelvo a E.P.S. indignado y después de muchos turnos y reclamos en ventanillas me entregan finalmente el archivo X del resultado de la patología. Un top secret que no se sabe de qué manera misteriosa debía llegarle a manos del especialista sin pasar por manos del paciente. “Vamos a hacer una excepción y a entregarle este informe, me dicen, pero comprenderá que debido a que el resultado fue positivo (entienda, usted tiene un tumor maligno), no podemos darle directamente esta información (pero se lo estamos diciendo, sin anestesia). Debo agradecer eso sí la información y marcharme a mi casa a esperar la próxima cita ¿Un mes más?
Así las cosas, en la siguiente consulta, sin mucha más información que la de mi ignorancia, sumada a todos los casos dramáticos que he tenido que escuchar de conocidos que refieren situaciones similares, llego frente a la autoridad médica para que me programe la cirugía que ahora resulta urgente. Puede ser otro mes de espera, mientras se hace el trámite con el anestesiólogo, mientras hay cupo en las salas de cirugía, mientras le otorgan las autorizaciones de la E.P.S.

¿Consecuencias? Nada, extraemos “la masa” y usted queda medicado de por vida. ¿Riesgos? Los de cualquier cirugía: hemorragia, infecciones, la muerte. Nos vemos en salas de cirugía. Cinco minutos de cita son poco tiempo para resolver todas las dudas y temores que tengo.

Hay algo similar a un arquero frente a un penal, un paciente a la espera de una cirugía. Sólo que la espera es de días, de meses antes de definir su suerte. Diez meses después de haber identificado el problema (la masa) todavía no se había resuelto. Para colmo, dos días antes de la fecha programada y teniendo el resultado de una biopsia positiva, me llaman de la clínica para decir que el especialista tiene otros procedimientos aplazados y que por falta de agenda debe posponer la cirugía por casi dos meses más.

Última opción: la que ha debido ser la primera en cualquier procedimiento médico en Colombia, una acción de tutela. Gracias al amparo de la ley y la defensa de los derechos fundamentales, en dos semanas se logra programar la cirugía. Fin de la espera.

Cuando entré esa mañana a la sala no tenía idea de cuánto tiempo tomará la cirugía, cuánto la recuperación, sólo el optimismo ingenuo del que cree que una cirugía, sin importar el riesgo, es mejor que seguir viviendo en una cuenta regresiva que no se sabe cuándo termina . En el país de los ciegos, el tuerto es rey. Me persigno y entro a la operación.

El cirujano no sabía, no había forma de saberlo sin otros exámenes que seguramente el P.O.S. no hubiera autorizado, el grado de compromiso que tenía “la masa” en mi cuerpo, lo intrincado que estaba el tumor en mi organismo. En el reporte escribió cosas como “riesgo de trombosis yugular y edema cerebral”; me practicaron una tiroidectomía y la extracción del tumor, pero por la complejidad del procedimiento y ante la dificultad respiratoria fue necesaria una traqueostomía para mantenerme ventilando. Cuando mi familia se acercó para preguntar por qué no salía de la sala de cirugía, les dijeron que había un diez por ciento de probabilidades de vida y que seguramente me tendrían que inducir a coma para salvarme.

Sin embargo, salí de la sala de cirugía seis horas después (la intervención había sido programada como ambulatoria y prevista para un máximo de tres horas). Me había convertido en un afortunado sobreviviente del sistema. Me desperté en la “incubadora” de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), sintiéndome como un recién nacido con una segunda oportunidad de vida. Estaba conectado a un ventilador, con drenes en los pulmones para despejar la pleura, medicado con morfina durante una semana; luego, otra en hospitalización.

Durante dos semanas me recuperé confiado en la protección que sondas, cables y tuberías me ofrecían hasta que tuviera salud suficiente para poder volver a mi casa. Con los días fui comprendiendo que había estado en peligro de muerte y había sido cuestión de suerte, intervención divina a lo mejor, que no me hubiera quedado en el quirófano a pesar de la complejidad de la cirugía, algo imposible de prever en los procedimientos médicos que se habían realizado y mucho menos de suponer por mi parte, como paciente, o por mi familia.

En países del primer mundo es obligación hacer chequeos cada tanto tiempo, con exámenes especializados, para descartar posibles enfermedades. Aquí en Colombia, donde el tiempo del médico es un tesoro (debe sumar un número de consultas mínimo para garantizar sus ingresos) , difícilmente se puede encontrar un especialista que levante la vista del computador, que toque al paciente, que le ponga al menos una mano en algún lugar fuera de lo común, aunque sea para entusiasmarlo.

Los médicos por lo general no examinan, sino que se limitan preguntar el motivo de la consulta. Formulan, resuelven síntomas evidentes, pero pocas veces previenen o identifican, porque el sistema simplemente no lo permite. Es curativo, por excelencia, y para nada preventivo. Me preguntó: ¿de qué manera podemos, a pesar de las dificultades burocráticas del sistema de salud, desarrollar una conciencia sobre el diagnóstico y la prevención entre médicos y pacientes bajo esas condiciones? ¿Existen cifras sobre prevención, identificación temprana o medicina preventiva que pueda mostrar nuestra sociedad?.

Si fuera un asunto de cifras, como parece ser la preocupación de las E.P.S, ¿no sería mucho más económico invertir en exámenes rutinarios para los afiliados, en vez de costosos procedimientos curativos, hospitalizaciones, terapias, incapacidades, medicamentos y otros costos altos para el sistema de salud?. Me gustaría decir que fui uno de los pocos casos en los que la detención oportuna logró detener el avance de una enfermedad, sin embargo, como lo expresaron los especialistas, el riesgo de la cirugía y las consecuencias habrían sido menores si se hubiera hecho un diagnóstico tiempo atrás y la enfermedad no hubiera avanzado tanto.

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