¡Bienvenidas las putas!

¡Bienvenidas las putas!

Por: Helena Restrepo
mayo 02, 2015
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¡Bienvenidas las putas!

En una sociedad como la nuestra, influenciada de una manera tan directa por las instituciones religiosas, es muy difícil abordar el tema de la prostitución sin hacer juicios de valor, a pesar de que la historia de Jesús frente a él es clara en decirnos, QUIEN ESTÉ LIBRE DE PECADO TIRE LA PRIMERA PIEDRA. Y cuando hablo de prostitución, no me refiero solo a la femenina que es la que más observamos, me refiero a la prostitución de cualquier sexo con cualquier sexo, excluyendo eso sí, la prostitución infantil y la que no es voluntaria.

Sin embargo, el tema que quiero tratar no es el del pecado sino el de lo sagrado. La prostitución en antiguas sociedades matriarcales era ejercida por las mejores bailarinas quienes eran a su vez sacerdotisas. Entrenadas en el arte, conseguían a través de su cuerpo acercar a su compañero de ocasión a la conexión con lo sagrado y lo sublime, y tiene toda la lógica, ¿dónde sino en un orgasmo está el ser humano más completo, más integrado? ¿Habrá alguien que pueda estar en un momento diferente al presente en medio de un orgasmo? Se acostumbraba además en esas sociedades que un hombre iniciado por una de las sacerdotisas, fuera quien brindara a las mujeres próximas a casarse, su primera experiencia sexual. Qué diferente y divertido podría haber sido el sexo para nuestras madres o abuelas si esa costumbre no se hubiera perdido.

Una de las películas más hermosas que he visto es “sexo por compasión”, en esta película una mujer que raya con la santidad, termina ejerciendo la prostitución por verdadera compasión con los hombres de su pueblo, quienes salían de entre sus piernas con una visión diferente de la vida, más felices y buenos, incluso para sus esposas.

La sexualidad es, en la mayoría de los casos, una necesidad primaria del ser humano. ¿Cuántas personas en el mundo pueden tener una sexualidad amorosa? Y si un ser difícilmente puede seducir a otro por una autoestima baja o por lo que sea, ¿debería entonces prescindir de esa comunión de los cuerpos?... Y si no se cree en el amor de pareja… ¿no podría alguien hallar en el pago por el sexo una relación más honesta?

Los motivos para acceder al sexo a través de la prostitución pueden ser múltiples, los hombres sobre todo se ven enfrentados en algún momento de sus vidas a tomar una decisión para probar que son hombres entre sus pares, y tanto si deciden abstenerse como si deciden probarlo, están en todo su derecho, pero tristemente, no hacerlo va de la mano de la culpa más que de la consciencia, y hacerlo, tiene que ver algunas veces con la presión de grupo y no con el verdadero deseo. Qué bonito sería tomar cualquiera de los dos caminos con una convicción interior de querer hacerlo, libre de los “debería”.

En ocasiones más familiares a todos, pero en especial a las mujeres, aunque no se cobre dinero, se cobra en especie, no deja de ser un intercambio de sexo por algo. Más aun, ¿cuántas veces dentro del matrimonio se ofrece sexo por compasión, sin desearlo?, o lo que ya es doloroso, ¿por obligación, porque lo manda el santo deber? ¿Acaso no es esta otra manera de prostituirse? Imagino además yo, que lo he vivido, ¿Cuántos fantaseamos con la prostitución sin llevarla a cabo? ¿O cuántas veces lo hacemos con ser la puta, aunque sea de un solo hombre?

Con todos estos interrogantes invito a la reflexión a quienes se creen mejores personas porque no entran en contacto directo con la prostitución o no se han dado cuenta de lo cerca que están de ella, y defiendo a las personas que deciden vender su cuerpo por lo que sea que lo hagan, también a quienes deciden comprarlo, a los que intercambian en especie, a quienes lo hacen por compasión, a quienes fantaseamos y a los se abstienen, defendiendo ante todo el libre albedrío y la ausencia de juicio, dos principios religiosos que difícilmente ponemos en práctica. Todo lo anterior sin desmeritar jamás la sexualidad amorosa, consciente y libre, la más sagrada de todas para mí, a la que aspiramos muchos, sin que ese ideal nos dé derecho a juzgar cualquier otra variante.

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