¡Ya no quiero ser concejal!

¡Ya no quiero ser concejal!

Querer serlo es una moda, un esnobismo político, una especie de reality

Por: Fernando J. Palacios Valencia
septiembre 17, 2015
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¡Ya no quiero ser concejal!
Foto: tomada de diariodelsur.com.co

La mañana del 25 de julio de 2015 amanecí con la noble idea de pertenecer a la honorable casta de Concejales de Pasto. Evidentemente no comenté esta idea con nadie; no sé si por vergüenza o por aquello de no contar los planes porque no falta que alguien les “eche la sal”.  Seguí rumiando mi intención política durante las siguientes semanas mientras viajaba en el SIT, exponiendo mi integridad gástrica, nerviosa y, por supuesto, mis riñones; en este ejercicio de elucubración viajera empecé a elaborar mi plan de campaña electoral, inspirado en alguno de los 13.824 plotters (otrora llamado cartel o valla) que mal conté en mi recorrido.

El primer paso de la campaña tendría que ser, inevitablemente, seleccionar la mejor fotografía. Ojalá una en la que no me viera tan calvo, con sonrisa franca y plena pero no burlona, evitando anticipar a las/os votantes los que vendría luego de ser elegido. Busqué mentalmente en mi closet (antes armario) una percha original. Fue realmente difícil. Las/os actuales candidatas/os ya habían agotado la infinita variedad de posibilidades, así que eché mano de los conocimiento adquiridos en “No te lo pongas” y sólo logré recuperar dos opciones no contempladas: fotografiarme desnudo o de ruana.

Reflexioné. ¿Si Yidis se desnudó para Soho, porque no yo para mi plotter? Aparecer de cuerpo entero en traje adánico colgado de algún balcón del edificio Bosques del Edén sería lo ideal. Sin embargo, supuse que a pesar de las referencias bíblicas era obvio que perdería una gran cantidad de votantes “reales”.  El domingo 25 de octubre, día de elecciones, después de las misas tempraneras o los innumerables cultos matutinos, ninguna/o de los feligreses, exhortadas/os por sus pastoras/es, saldría a depositar su voto por un personaje que expuso su miserias al aire. Decliné la idea.  Lo mejor será ponerme la ruana y el sombrero de paño heredado de mi abuelo. Acto seguido, comprendí que "la crème de la crème" de nuestra sociedad pastense no se verían reflejados en mí, así que decidí agregar bajo la ruana blanca de la paz la corbata y el traje negros (50% off) para lograr una apariencia más cercana a la corrupción y la mentira.

Ya entrado en la honda de “la ley es pa’ los de ruana (y corbata)”, había que completar la lona gigante con logo, slogan (entiéndase lema) y demás arandelas. El problema de encajar en algún partido es el más complejo, porque siempre me han gustado las cosas completas; por eso me la juego como independiente, eso sí, en alianza con todos como todos los “independientes”.  El logo, para que sea original, será un desafío a la teoría del color y la geometría; una vez lo tenga no estoy seguro de en qué lugar ponerlo: si al lado izquierdo de la ruana o en un parche tapando el ojo derecho o, también, en forma de balota y en ambas manos como anunciando el número ganador del Baloto. Decidí, mejor, darle cierta semejanza al escudo del Deportivo Pasto y ubicarlo grande en medio de la cara con el fin de cuidar, a posteriori, que me echen del partido (de fútbol, claro) a patadas.  Porque no hay experiencia más encantadora y paradójica que ver a un honorable concejal lanzando improperios, desde la tribuna occidental del Libertad, sobre el honorable arbitro por ladrón y por vendido.

El nombre preveía otro lío. Como podía ver algunos de los colegas candidatos usaban su apelativo, mote o apodo, así que “el Fercho” era una sana opción.  Pero en un arranque de creatividad decidí buscarme un alias más sonoro, como: “el santos”, “el maduro”, “el correa”, “el patrón”, “la cucha”, “el mono”, “el chato” o “el mocho Vargas”; lástima que todos ya estaban debidamente patentados ante la Registraduría, así que no tuve otra alternativa que omitir el nombre y quedarme con el apellido, eso sí, como es común en algunos candidatos, abusaré de la ortografía propia de mi apellido y escribiré a tres colores “PAlaZios” con zeta, de modo que se me considere un candidataZo para la paZ.

Tengo la certeza de que mi asignación de número no será un problema. Lo más probable es que me corresponda el 0000, ya que los números de tres cifras se habrían terminado gracias a que, desde la social-democracia moderna, cualquiera pueda ser concejal. Esto me simplifica las arandelas, pues con este número me será más fácil elegir el fondo de la lona. Podría tomarme una selfie (antes ¿?) gritando 'goool' en el estadio u otra en la que convertiría los ceros en caritas de niños y ancianos felices detrás de mí con el pulgar levantado. Para rellenar, estoy pensando en un slogan que podría ser alguna frase trascendental de Arjona, Yelsid, Maluma o de la Bámbara que también se metió en campaña. Es realmente práctico, si no se aprenden la letra por lo menos la tararean y, lo más importante, me ahorro el jingle publicitario (otrora perifoneo o repique) porque de seguro me la programan por lo menos 10 veces al día y gratis en cualquier emisora local.

Lista la campaña, lo otro “rueda solo”.

Al bajarme del bus, el amable conductor me dejó en pleno hueco y en mitad de la calle, lo que me obligó a dar un salto al vacío… cuando caí bruscamente sobre el asfalto roto supe que ya no quería ser concejal. Me di cuenta que hace más un trabajador de AVANTE tapando huecos o un empleado de EMAS acopiando basura, incluso, reconocí que hace más uno de los nuevos semáforos peatonales de luz amarilla parpadeante que casi nadie respeta.  ¡Ya no quiero ser concejal de Pasto! Esto se convirtió en una enfermedad política tan contagiosa que casi me siento en alguno de los Ensayos de Saramago. Querer ser Concejal de Pasto es una moda, un esnobismo político, una especie de reality (antes concurso) que no sólo contamina nuestros sentidos sino que atenta en contra de nuestra lucidez.

Estimado conciudadano trabaje honestamente, respete las normas, lea, saque bolsita para recoger los sobrantes de la mascota, salude, diga gracias, ahorre agua, energía, gas, gasolina, recicle, camine o haga deporte, coma sano y sólo hable mal de alguien cuando se lo merezca, y verá, con satisfacción, que jamás necesitaremos votar por nadie; tampoco necesitaremos tener 268 Congresistas ni 19 Concejales hibernando (con perdón de los animales que lo hacen naturalmente) durante cuatro años o hasta que, felizmente, la muerte se los lleve dejando una herencia que seguramente saldrá de nuestros bolsillos.

Estimado candidato, por favor, por dignidad, por respeto a la Pacha: ¡Renuncie! Necesitamos más árboles y más ríos limpios, libérennos de las toneladas de papel con sus caras, de los miles de litros de tinta en los carteles, del humo tóxico de los buses, chivas, carros, motocicletas paseando su estampa. Sabe que sus honorarios son cortos y, muy a pesar de mi confianza en la humanidad, cuando se trata de políticos colindo con ciertas formas de la misantropía que me impiden pensar en su altruismo y su trabajo ad honorem.  Por eso, hoy mismo vaya y descuelgue sus lonas y conviértalas en algo útil, como juegos de mesa o carpas personales para la lluvia escondida que podrá vender o regalar un día de fútbol en el estadio, antes de esgrimir el consabido insulto que como un eco le recordará la infamia de su estirpe.

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