Ya no hay dónde informarse bien

Ya no hay dónde informarse bien

La confianza en los medios cada vez es más baja, especialmente con la mercantilización de la información y el sesgo de realidad que manejan algunos

Por: M. Serrano
noviembre 23, 2018
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Ya no hay dónde informarse bien

Salvo contadas excepciones como Noticias Uno, RCN radio (el espacio liderado por Yolanda Ruiz) y algunos columnistas —que decidieron llenar el vacío de investigación dejado por la mayoría de medios de comunicación—, una ya no encuentra dónde informarse bien.

Y esto ocurre, fundamentalmente, porque se ha perdido la credibilidad en lo que los medios emiten. Claro que esto no me pasa solo a mí. Esta pérdida de credibilidad ciudadana en las informaciones es apenas un reflejo de lo que sienten muchos latinoamericanos.

La confianza en los medios de comunicación de la región se ha reducido de 66 %, en 2004, a 52 %, entre 2016 y 2017, según la encuesta de opinión pública más reciente realizada por el Barómetro de los países de América Latina y el Caribe. Este es el nivel más bajo al que ha caído la confianza en los medios desde cuando se mide esta variable.

La encuesta y su análisis son realizados por el Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP), de la Universidad de Vanderbilt (Estados Unidos) desde 2004 (ver informe aquí).

Creciente descontento

Un dato más significativo aún, es que Colombia encabeza la lista de los países donde menos se confía en los medios masivos de comunicación. Solo el 36 % de los encuestados manifiesta tener mucha confianza en ellos. El restante 19 % tiene una confianza intermedia y el 45 % confía poco.

En lo cotidiano, conozco personas que decidieron no ver más noticias porque les genera estrés saber de hechos de corrupción en su trabajo pero que no se difunden en los medios. Otros, lo tienen tan claro, que argumentan consumir los medios con la convicción de que “está ocurriendo todo lo contrario a lo que estos dicen”.

Los hechos más recientes sobre el descontento expresado frente a determinados medios de comunicación en Colombia fueron los grafitis pintados en la sede de RCN radio —en el contexto de algunas marchas estudiantiles— y el sonado caso de matoneo en redes sociales a la periodista Darcy Quinn (Caracol radio).

Ambos son cuestionables porque apelan a la agresividad para expresar el inconformismo con una política editorial que, si bien es legítimo, no puede ser violento. Basta con dejar de ver, oír, leer o seguir el medio para manifestarse de forma eficaz y pacífica.

Así parece haber ocurrido en los últimos años con RCN televisión, cuyo raiting no se recupera, pese a los varios cambios en su parrilla de programación, gerencia y formatos. Cada vez más gente dejó de verlo por un problema que Omar Rincón, experto en análisis de medios, diagnosticó como un asunto de marca. “Más del 50 % de colombianos decidieron nunca más volver a este canal”, afirma (ver columna aquí).

Más allá de su rechazo, estos hechos deberían también generar una profunda reflexión sobre el tipo de periodismo que se ejerce en Colombia como para provocar este tipo de reacciones. Un asunto que nos compete a todos porque, como afirma el informe del Barómetro, “la calidad de la democracia no solo depende de que los ciudadanos interactúen con un medio de comunicación abierto e independiente, sino también del grado en que pueden confiar en los medios de comunicación como fuentes legítimas de información”.

Sesgo de la realidad

Sin desconocer el papel valiente asumido por muchos periodistas que en contracorriente tratan de informar con un criterio ético, la agenda mediática está marcada por lo que fijan las políticas editoriales de los medios, cuya propiedad (más de la mitad) se concentra en apenas tres grandes conglomerados económicos (ver). Su prioridad, por lo tanto, no es la información sino la rentabilidad porque esa es su naturaleza. Es entendible. La pregunta es si ¿la información debe manejarse como una mercancía?

Cualquier periodista podría decir “a mí nunca me han dicho que no publique algo”. Sin embargo, las formas de sesgar la información pueden ser más sutiles, empezando por la autocensura. Si el periodista tiene claro que el medio para el que trabaja y le paga por su trabajo es propietario de la empresa que aparece involucrada en algún escándalo, lo más probable es que ni siquiera proponga desarrollar la noticia. “Hay que cuidar la lonchera”, les he escuchado decir a algunos.

¿Cómo creer, por ejemplo, en lo que publica el periódico El Tiempo respecto al desplome del puente Chirajara, cuando una de las empresas responsables de su construcción (Coviandes) es de propiedad del mismo dueño de este medio de comunicación, el banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo? ¿Cómo creer en su independencia periodística, cuando decide seguir inclinándose por uno de los dos candidatos en elecciones presidenciales? (Ver: Motivos de un respaldo. La Casa Editorial EL TIEMPO apoya a Iván Duque para la segunda vuelta electoral).

Se le agradece, no obstante, que haya sido explícito. Lo propio debería hacer cuando publica noticias que vinculan a alguna de sus empresas, como lo hacen periódicos como El País (España): eso es transparencia con sus lectores.

¿Cómo creer en el eslogan de Blu Radio que dice profesar un periodismo sin concesiones al poder al cual asegura vigilar, cuando esta cadena radial es del grupo Santo Domingo, uno de los mayores conglomerados económicos del país, y su director en la franja de mayor audiencia (la de la mañana) es cuñado del actual presidente de la República? Es tan evidente la dificultad para el disenso en este espacio, que cuando algunos panelistas osan plantear opiniones que no comparte el director, por lo general, son interrumpidos y casi que “callados a sombrerazos”.

Autocrítica del periodismo

Otras formas sofisticadas de evadir la difusión de noticias incómodas es, simplemente, no cubrirlas, no darles el despliegue que amerita su relevancia, ubicarlas en las páginas menos leídas, los espacios menos escuchados, en los horarios de baja audiencia o registrarlas de forma breve.

Lamentablemente, en los últimos años ha venido quedando claro que no por ser periodistas todos ejercen la profesión bajo principios éticos ni con fines sociales. Es un asunto del que no se habla mucho porque el gremio y los medios son reticentes a asumir estas discusiones con sinceridad. Les podría costar su credibilidad. Sin embargo, pensar que la gente no se da cuenta de los sesgos informativos es un error porque sí lo hace, hasta el punto de que le ha costado la disminución de su confianza en los contenidos.

Las redes sociales, con todo y sus defectos, han generado fisuras en las versiones que los medios masivos antes difundían de manera unilateral. Al mostrar otras realidades, incluso contrarias a las que difunden los medios tradicionales, les quitaron su monopolio sobre la versión de lo que ocurría en la realidad.

Algunos, como El Espectador (aunque también es de propiedad del Grupo Santo Domingo) han entendido que la respuesta debe ser el buen periodismo para cuidar su mayor valor: la credibilidad. A otros, simplemente, parece que el tema no les interesa.

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