¿Y usted qué ha escrito?
Opinión

¿Y usted qué ha escrito?

Quizás ser adulto es aprender a domesticar al mentiroso que nos habita, nos confronta y nos define.

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enero 22, 2024
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Pasó hace unos años. Un viejo amigo celebraba su cumpleaños en la terraza de su edificio. Era el primero de junio aunque parecía una de esas tardes de enero de soles presumidos. Ese día me crucé con personas del colegio a las que les perdí el rastro por voluntad mutua. De todas formas, nos saludamos efusivamente sabiendo que sería una de las pocas veces que nos volveríamos a ver en la vida. Buscando refugio del sol bajo una pérgola pintada de negro, pude reconocer al papá de mi amigo. Siempre lo consideré un tipo amable muy a su manera. Su hermetismo lo hacía ver adusto y lejano y por esa distancia nunca llegué a saber mucho de él. Me acerqué a saludarlo con confianza y cruzamos un par de palabras y al preguntarme sobre lo que hacía, mi dedicación específica, le dije, sin pruebas o evidencias, que yo “escribía”. Me miró con sospecha y rompió mi falsa seguridad con una pregunta contundente: ¿y usted qué ha escrito? Tartamudeé con la respuesta. Seguimos hablando un rato aunque la conversación, después de la pregunta, había desaparecido por completo.

No quiero ser defensor de oficio de la joven que esta semana inventó haber trabajado en la animación de una película del impresionante Hayao Miyasaki, pero me bastó reconocer algo de su mentira y su exageración en un comportamiento muy común de los demás -incluyéndome- para darle algún beneficio a su actitud. Es probable que su mayor pecado haya sido la codicia y no la mentira: haber abarcado tanto en su invento y haber abusado de su derecho a la fantasía. Y es probable que eso es lo que haya traído tanta exasperación de la horda de juicios sumarios en las redes y medios. Así como sucedió con el papá de mi amigo, que desenmascaró un oficio que, para esa época, yo no ejercía y solo deseaba, los seres humanos - por fortuna- nos hemos acostumbrado a vivir con un pie en el fango y otro en las nubes. Este comportamiento, por mucho tiempo, nos ha servicio como una suerte de salvación ante lo prosaico de nuestras vidas que pasan sin que mucho suceda alrededor. 


Los seres humanos - por fortuna- nos hemos acostumbrado a vivir con un pie en el fango y otro en las nubes


También es probable que en ese fantaseo, tan inevitable y tan cruel, sobre todo en la juventud, podamos anticiparnos a la realidad e incluso, si se le pone juicio, podamos perseguir horizontes que en el ahora solo habitan en nuestra imaginación.  Muy similar al niño que juega al astronauta o al detective, en el adulto perviven esas costumbres de desprenderse de lo terrenal y tomar vuelo. Con el tiempo nos convertimos en cometas enredadas en cable de luz. Al madurar comprendemos que somos dueños de nuestras mentiras hasta que salen de nosotros y empiezan a agujerear la credibilidad en los otros. Quizás ser adulto es aprender a domesticar al mentiroso que nos habita, nos confronta y nos define.

Hace poco le conté a mi amigo lo que años atrás me había dicho su papá. De paso, le dije que escribiría sobre eso y se burló de mí y del tono de mis escritos. Confesó que siempre trata de leer todo lo que publico y que hay cosas que le gustan y otras que no. Como siempre, me gustó la desfachatez de su sinceridad. Al otro día regresó a Alemania donde vive hace años. De vez en cuando recuerdo a su padre cuando me siento a escribir. Un poco por agradecimiento y un poco por revancha. Al fin y al cabo eso que pretendí ser lo estoy siendo ahora. El tipo que vivía paralizado por el pudor para escribir, mientras miraba una calle desolada de Centro Habana desde un balcón y añoraba una vida entre las palabras, se convirtió en un padre de familia con rutinas específicas y deudas con el banco.  Ese que hoy ya no inventa o imagina al escritor sino que siempre está a su acecho y cuando lo atrapa lo agarra fuerte por la garganta.

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