¿Y si Escocia se independiza de Reino Unido?

¿Y si Escocia se independiza de Reino Unido?

"La decisión está en las manos de al menos 4 millones de votantes"

Por: Daniel Hernández Rodríguez
septiembre 17, 2014
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¿Y si Escocia se independiza de Reino Unido?
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Para un cinéfilo empedernido, la película “Corazón Valiente” es una síntesis de la representación heroica de una persona que lucha contra las injusticias, en este caso protagonizado por el patriota escocés del siglo XIV William Wallace. Tal vez la escena más memorable sea la final, donde antes de ser decapitado, un envalentonado Mel Gibson proclama el grito de “Libertad”. Esta imagen de un héroe en kilt que lucha contra los invasores ingleses ha permanecido inmutable en el tiempo y se ha convertido en el símbolo, aún siete siglos después del hecho, de la independencia escocesa y su potencial escisión del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Si bien este ha sido un tema espinoso entre Londres y Edimburgo, el asunto ha cobrado fuerza debido al referendo que se realizará el 18 de septiembre de este año en el cual los escoceses decidirán si seguir siendo parte de la Union Jack o bien, declarar su plena autonomía y encaminarse a la existencia como nación totalmente independiente. Como se diría popularmente, formar rancho aparte.

En una Europa que no termina de recuperarse de una de sus peores crisis económicas y que por cuenta de ella está experimentando un renacido brote de movimientos de extrema derecha, que abogan por una mayor autonomía y menor lastre político y económico de la Unión Europea; es natural que numerosas entidades territoriales de varios de los países miembros del club europeo vean la oportunidad ideal para lograr un mayor nivel de autonomía y así lograr el tan anhelado sueño independentista. En un continente culturalmente tan diverso, estos movimientos están muy presentes y cuentan con una gran base regional. Desde Cataluña y País Vasco en España hasta los flamencos en Bélgica, pasando por los bretones en Francia y el movimiento de la Lega Nord en Italia. Sin embargo, nunca en la historia contemporánea del viejo continente se ha visto que una entidad territorial como lo es Escocia en el Reino Unido haya llegado a la siguiente fase: la de a través de vías democráticas, consultar a la población de si desean seguir siendo parte de un Estado o bien crear uno nuevo, con todas las instituciones gubernamentales, económicas y sociales pertinentes.

Inglaterra y Escocia comenzaron su historia en común en 1603, cuando al morir sin descendencia la reina Isabel I de Inglaterra, el trono inglés pasa a ser ocupado por Jacobo, cuya madre María de Escocia era prima lejana de Isabel. A continuación, pasa a ser conocido como Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia bajo una figura conocida como unión personal, en la cual un jefe de estado gobierna distintos territorios totalmente independientes. El acercamiento entre ambos reinos tuvo lugar en 1707 con la firma de las Actas de la Unión, con las cuales se unieron los parlamentos de ambos países bajo un nuevo estado llamado Reino de Gran Bretaña. En 1801 se incluyó también a Irlanda, con lo cual se formaría el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y que aún perdura en la actualidad. Es con la adhesión de Irlanda cuando se conciben los símbolos británicos que serían – y son – representativos del nuevo ente estatal europeo, de los cuales el más famoso, de lejos, es la Union Jack, la bandera británica que representa la suma de las tres banderas de los estados preexistentes a las Actas y sintetizan la Unión.

Así se vería la bandera del Reino Unido tras la salida de Escocia:

Union-Jack-without-Scotland

Sin embargo, estas acciones nunca tuvieron una reacción positiva en Escocia, donde los locales vieron un movimiento paulatino del poder de Edimburgo a Londres y una marginalización de la vida política y económica de la isla, si bien conservaron una amplia autonomía en muchas instituciones nacionales tales como servicios administrativos, educativos y salud. De ahí que el movimiento de autonomía siempre tuviese fuerte calado en todas las esferas sociales escocesas y fuese visto como un fin que se iba transmitiendo de generación en generación. Ahora con esta oportunidad del referendo independentista y la gran fuerza que tiene el movimiento, cabe preguntarse los pasos que tendría que asumir Edimburgo si logra convertirse en la más reciente pieza del rompecabezas europeo de países.

Para empezar, el reconocimiento internacional. Si bien es poco probable que Escocia no sea reconocido como un nuevo estado, el asunto se complica en cuanto a organizaciones internacionales. El nuevo gobierno tendría que presentar una candidatura de inscripción a las Naciones Unidas, aunque esa sería la menos incierta; por el contrario, las membresías de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) demorarían más tiempo en ser tramitadas. En cuanto a la Unión Europea, el hecho de escindirse de un estado miembro no le garantiza una membresía automática; el nuevo gobierno de Edimburgo deberá someterse a los procesos burocráticos necesarios para el ingreso a la misma, que podrían tardar años y conllevarían a arduas reestructuraciones. También se debe tener en cuenta posibles bloqueos de países que tienen problemas con movimientos secesionistas como España, Bélgica e Italia. La creación de un cuerpo diplomático escocés también es vital, así como la pertenencia a otras organizaciones internacional además de las ya mencionadas.

La reestructuración de las Fuerzas Armadas británicas, así como la partición de tropas, arsenal y bases militares será un proceso arduo pero primordial para organizar la defensa del nuevo estado escocés. En este caso, un punto sensible son las bases navales que tiene Londres en costas escocesas y constituyen la piedra angular de la defensa del país, así como de los países miembros de la OTAN; si se da la independencia, se tendrían que negociar tratados de propiedad y concesiones para su continuidad en suelo de un nuevo estado.

La nueva forma de gobierno también es un asunto crucial para la recién independizada Escocia. El dilema de si conservar o no a Isabel II como jefe de estado del país (de manera similar al de otros países de la Commonwealth como Canadá o Australia) o bien constituir una república. Asimismo, las responsabilidades fiscales y tributarias tendrían que ser divididas entre ambos países, asunto especialmente sensible por temas como la deuda externa británica, que tendría que ser reestructurada y hacerlo resultaría muy costoso en términos de gasto público. Asimismo, la partición parlamentaria entre los palacios de Westminster y Holyrood (respectivas sedes del poder inglés y escocés) sería fundamental para definir las nuevas formas de conformación gubernamentales en ambos estados, así como otros aspectos como la escisión presupuestal anual asignada a Escocia, y la fijación limítrofe. Este último aspecto tiene también un tinte económico, y es la existencia de numerosas plataformas petroleras en el mar del Norte. Si se definiesen los límites marítimos, aproximadamente el 85% de dichas plataformas quedarían en manos de Edimburgo, lo que convertiría al país en la potencia energética de Europa al ser actualmente el Reino Unido el principal abastecedor de crudo en el continente. Pero a su vez se necesitaría una renegociación con las empresas petroleras que extraen los yacimientos bajo la legislación inglesa. Los límites marítimos también enfrentarían a las nuevas aguas territoriales escocesas por los ricos bancos de pesca en el Mar del Norte y el Atlántico, no sólo con el Reino Unido, sino también con Irlanda y Noruega.

Mención aparte merecen los bancos y el sistema financiero, la City de Londres es el mercado accionario más importante del mundo y en el cual cotizan muchas empresas y bancos escoceses y que con la independencia generarían incertidumbre y altas especulaciones, poniendo en riesgo temporal sus ingresos y replantear el hecho de si trasladar todas sus operaciones a suelo escocés o bien continuar en Londres, afectando a mediano y largo plazo el desempeño de una de las economías más sólidas del mundo. Se tendría que pensar en un sustituto a la libra esterlina o bien continuar con la unión monetaria, pero a este último hecho se ha opuesto férreamente el gobierno británico, por lo cual a Escocia le vendría bien una unión al euro o seguir manejando la libra de forma no oficial. El Bank of England cesaría sus funciones como banco central, ergo se vislumbra el traspaso de funciones al Royal Bank of Scotland en cuanto a la regulación de políticas macroeconómicas, si bien el Bank of England siga siendo tenedor de varios de los activos escoceses. Como nota aparte, la libra esterlina ha sufrido una devaluación estas últimas semanas por el alto grado de incertidumbre que genera el movimiento independentista escocés, afectando el desempeño económico británico.

Inclusive temas de la vida cotidiana cambiarían. El tradicional dominio de internet británico “UK” corre el riesgo de desaparecer y las páginas web escocesas deberían solicitar uno nuevo. El sistema postal sufriría una reestructuración importante. El indicativo telefónico del país debe ser modificado. Aunque sean asuntos menos importantes que los políticos y económicos, también acarrean altos costos operativos. Por otra parte, la representación escocesa en los Juegos Olímpicos también deberá ser creada y reconocida ante la Comité Olímpico Internacional. Sin embargo, el aspecto deportivo en estas circunstancias se encuentra bien desarrollado, puesto que Escocia cuenta con su propia liga de fútbol, rugby y otros deportes.

Los cambios se verán también en la cultura y estereotipos. James Bond dejaría de formar parte del servicio secreto de Su Majestad y pasaría a ser parte de la inteligencia de Edimburgo, puesto a que su familia (de acuerdo al autor Ian Fleming) tiene orígenes en las tierras altas escocesas. Harry Potter tendría que ir a otro país a estudiar porque la escuela Hogwarts se encuentra en la parte norte del muro de Adriano (frontera tradicional entre Inglaterra y Escocia). Los duques de Cambridge Guillermo y Catalina tendrían que hacer una convalidación en Inglaterra de sus títulos universitarios de la universidad de Saint Andrews, cuya alma mater –una de las más tradicionales de Gran Bretaña- está ubicada en el condado de Fife. El estandarte real escocés (un león rojo sobre un fondo amarillo) debe ser removido del estandarte del monarca británico. El regimiento militar escocés, célebre en el mundo por sus marchas militares animadas con gaitas, dejaría de tocar en el palacio de Buckingham y sería transferido a Holyrood al servicio del nuevo gobierno de Edimburgo. La multimillonaria industria del whisky –elemento asociado a Escocia– sufriría de debacles en cuanto a las ventas y comercialización. Inclusive el título de cortesía del príncipe Felipe, esposo de la reina Isabel “duque de Edimburgo”, tendría que ser modificado por uno más adecuado a la nueva dicotomía inglesa-escocesa.

Estos aspectos mencionados son solo algunos de los que deberá enfrentar el gobierno del actual primer ministro escocés Alex Salmond, el cual hasta el momento ha cumplido a cabalidad el hecho de buscar la independencia escocesa, promesa que cumpliría si su partido político, el Scottish National Party salía vencedor de las elecciones generales escocesas de 2011. Ahora que son mayoría parlamentaria en Edimburgo, es solo cuestión de los votantes determinar la continuidad con Londres o la formación del nuevo estado escocés, que si bien ya tiene ciertas bases de autonomía formadas, en cuanto a la determinación de otros elementos necesarios en un estado del siglo XXI y dejar las cuentas claras con Londres, el camino por recorrer es lo suficientemente largo y complicado. La cuestión es que, con los argumentos expuestos, la realización del sueño de libertad de William Wallace pueda ser en realidad un tortuoso y costoso despertar para los ciudadanos escoceses. La decisión está en las manos de al menos 4 millones de votantes este próximo miércoles. Por ahora, solo queda esperar y que Scotland the Brave siga sonando mientras se pasa la tarde un buen Buchanan’s en las rocas.

 

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