Y mataron al Santo

Y mataron al Santo

Un amigo de Óscar Dario, el abogado que fue asesinado en Barranquilla mientras paseaba a su mascota, lo recuerda

Por: RICARDO VILLA
junio 16, 2020
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Y mataron al Santo
Foto: Facebook @oscardario.santodomingopayeras

Jesus Cristo/ Jesus Cristo/ yo estoy aquí: Roberto Carlos.

Corría el año 1998, no sé si fue en la recuperación de la clase de derecho romano o en el paradero de las busetas (bajando la Circunvalar en Bogotá, donde quedaba la pizzería que nos salvaba la vida con sus combos de porción y gaseosa a $1500) donde conocí a este personaje peculiar, polémico e inolvidable. Apenas lo escuché hablar, me dije a mí mismo, con la rivalidad ancestral de las ciudades vecinas, este es el propio barranquillero, especialmente cuando contaba que siempre viajaba en primera clase en Avianca, así hubiera comprado el boleto más barato, mostrando la fotocopia de la cédula de un hermano suyo que se llamaba Julio Mario. Ese era nuestro amigo Óscar Darío Santodomingo Payeras.

Después, otro día, en un sitio que se llamaba Qué viva changó o algo así, sentados en las banquitas al lado de una mesa, con solo escuchar cantar al mismo tiempo el mismo vallenato y darse cuenta uno que el otro se lo sabía, con solo esa mirada, ya uno se volvía amigo, para siempre, de esos amigos caribes, que como bien lo dice Gabriel García Márquez en sus memorias, desde el primer momento se tratan de tú, pero cuando ganan confianza se hablan de usted y que así tarden años en verse siempre vuelven a hablar la misma vaina.

La última vez que hablé con él por teléfono me habría llamado desde una línea de esas que marca privado en la pantalla y que uno casi nunca quiere contestar porque piensa que es los zumbidos de las moscas en el oído, de los bancos, o quien sabe para venderle qué o robarle qué. Me contó que estaba en un proyecto de dirigir una revista literaria, que le enviara alguno de mis escritos, así fuera un refrito, yo le escuché su perorata, pero cuando empezó a hablarme con cierto fanatismo fantasioso de su nuevo credo político, le colgué. Le perdí la pista, hasta una tarde que fui a Barranquilla con mi hijo menor que quería mirar juegos de video, en una reconocida librería de un centro comercial, me lo tropecé en un café, nos dimos un abrazo, mamamos gallo un rato, me dijo con brillo en los ojos y un poco de artistada, como siempre: "Villa, ya es hora de que se lance a la Alcaldía de Santa Marta, nuestra generación tiene que llegar al poder". Yo le contesté muerto de la risa: "Nojoda, Santo cuando me financie usted la campaña". Después de reírnos del cuento, él me invitó a que nos tomáramos un tinto, yo tenía afán porque mi hijo quería entrar a la librería, solo alcancé a afirmarle, viendo en sus ojos que no me creía: "La próxima vez que venga te busco, Santo". La próxima vez que ya no será.

No volví a saber del hombre, hasta el pasado sábado en la mañana, cuando a través de las redes sociales, en un artículo que parecería justificara su temprana y, por demás, violenta muerte, para que luego, con esa cultura de Circo Romano, sentir un profundo dolor, cuando viralizaron, en Twitter y en mensajes de WhatsApp, con total morbosidad, el video en que lo asesinan y las fotografías dantescas, de su cuerpo inerte, oliendo a plomo y pólvora, aún humeante, entre el andén y la calle, con la sopa espesa de la sangre coagulada, que dejaba su cuerpo por los orificios de las balas, sin pensar en el dolor de sus deudos, en que era un ser humano, con memoria, dignidad y derechos.

Michel Forst, relator de Naciones Unidas, sostuvo en febrero de este año que Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para la defensa de los derechos humanos. Las cifras solas no muestran la tragedia humana que hay detrás de cada caso. Por eso un grupo de columnistas, hemos querido recuperar los rostros y las vidas de algunos líderes asesinados, y contar su historia. En este caso, contar la historia del amigo que se nos fue pronto, quizás el primer abogado asesinado de nuestra generación o quizás de nuestro combo, en aquellas épocas del estrésnado, cuando nos prestábamos las fotocopias a las que se le deshacía la tinta, en nuestras manos, cuando poder tomarse una cerveza escuchando salsa y vallenato, los viernes por la tarde, en la panadería de Genaro o en cualquier chuzo de La Candelaria, era, quizás, la única diversión de la semana.

Y mataron al Santo. Recuerdo en las bancas de los corredores de la universidad, cuando entre chanza y chanza, en serio y en broma, un grupo de amigos, decidimos tomarnos los organismos de representación estudiantil de la universidad, a pesar de que no alcanzamos a ser mayoría, sacamos la más alta votación, hasta esa fecha, para el consejo estudiantil y el consejo directivo, en cabeza de Santo. Era un tipo beligerante, de discurso elocuente, con ribetes de declamador, que se burlaba del arribismo, que se burlaba de todo, cuando vociferaba que él no era hijo de un gobernador, o de un senador costeño sino que era el hijo del poeta, ¡el hijuepoeta!; cuando en las correrías por las aulas, haciendo campaña, se paraba, señalando al profesor de turno, para decirles: ¡Cínicos! Cuando les preguntaba: ¿Se creen mucho porque tienen un BMW usado?, y se carcajeaba; o cuando entrábamos a la antigua biblioteca, que quedaba debajo de la oficina del rector de aquella época, y coreábamos, dizque con acento portugués: Fernandinho, eu estou aqui, Fernandinho.. con la letra cambiada de la canción de Roberto Carlos, y, seguro, estupefacto, el maestro Hinestrosa, nos escuchaba; o cuando, al actual rector de aquella universidad, que para esos tiempos era un simple profesor, recién desempacado de Westeros, (el que entendió, entendió) que daba un módulo de derecho administrativo, con su pelo largo, un cigarro sin filtro en la boca, siempre con unas gabardinas viejas, con pinta de no haberse bañado y hablando todo el día del daño en Francia, el Santo le mamaba gallo: Doctor, usted es como medio balín, ¿ah?, quiere que le traiga algo de La Sierra, mientras el hombre se ponía rojo, pero se reía. Después supe que, en el Consejo Directivo, por exigir lo impensable, para los estudiantes, lo habían sancionado con la suspensión del ejercicio de la palabra. Fue cuando Santo, todo serio, nos confesó que le habían diagnosticado un cáncer, a la semana siguiente apareció pálido, ojeroso y con la testa rapada, corte de cabello que usó hasta el día de su muerte. Nunca supe si eso fue cierto, o era otra más de sus travesuras. Fue también cuando decía que le estaban haciendo las preguntas más difíciles en los exámenes, así como coincidían los que lo habían apoyado. Algunos nos fuimos de la universidad, otros siguieron. Sin embargo, son épocas que quedaron labradas, en la mente y en el corazón, con tinta indeleble, para siempre.

Pasó el tiempo, cada quien cogió su camino. Una vez lo vi en un noticiero que armaba un escándalo porque habían esposado a su hija de 5 años, cuando hizo cerrar un almacén de cadena, acusándolos de publicidad engañosa, él se volvió Hulk, terminó fue arrestado. O en la época que yo escribía para los blogs de un periódico de Barranquilla, cuando abrí la página y estaba él, en una foto, algo flaco y desgarbado, él que siempre entrenaba, desde que había prestado el servicio militar, reseñado en un corto artículo, en que contaban que había hecho el record de presentación de acciones populares en los juzgados de la arenosa, más de 700, o lo que resaltan después, en los intentos de necrologías que publicaron en estos días, en los que además de mostrar cómo en los últimos tiempos habría asumido otra ideología, lejana a la mía, pero que en su twitter, seguía con su carácter crítico y valiente, para denunciar injusticias. Notas en periódicos y agencias de prensa de garaje, en las que parece que buscaran lo que había hecho, lo que había denunciado, por lo qué quizás “merecía” la muerte, o expresaran que militaba en el partido de gobierno, que tenía tendencia de derechas o que andaba en malos pasos y representaba a gente poco recomendable. Una persona que caminaba en camiseta, pantaloneta, y chancletas un sábado, paseando a su perro, con total tranquilidad, muy cerca de un CAI, en un barrio en Barranquilla en el que no permiten parrillero en motocicleta y que, para la posteridad, habría dejado, en sus últimos trinos, quizás algunas pistas para develar quienes estarían detrás de su muerte.

Ojalá las organizaciones en que militaba se pronunciaran rechazando esta oscura muerte; ojalá en la Universidad Externado pusieran una placa conmemorativa de quizás el principal líder del incipiente movimiento estudiantil de finales de los noventa; ojalá nunca más sea una profesión en peligro la abogacía (en tan solo en una semana asesinaron en Ciénaga y en Barranquilla a dos abogados, a Pierangelly Hugueth Henríquez y al Santo, que dejan hijos huérfanos, corazones rotos, historias por contar, procesos truncados de defensa de derechos humanos y de liderazgo social, independientemente de la orilla en que se miren). Vidas segadas, estela de sangre, dolor a cuestas. Ojalá nunca más en un país democrático y civilizado esto ocurra; ojalá volvamos a pensar en la paz y en la reconciliación nacional.

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