Y la minga no acabó con Bogotá

Y la minga no acabó con Bogotá

Aunque los indígenas van de regreso al Cauca, sus reivindicaciones siguen vivas y latentes en la cabeza del pueblo colombiano

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
octubre 22, 2020
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Y la minga no acabó con Bogotá
Foto: Las2orillas

En la noche del domingo, cuando la minga decidió marchar desde Cali a Bogotá —después que el presidente Duque se negara a dialogar con ellos—, me despertó la llamada de mi amigo Bernardo Ordóñez (con 43 y de residencia en Bogotá), que quería plantearme la preocupación generalizada entre conocidos de que los indígenas llegaran a hacer daños peores que los que vándalos y policías hicieron semanas atrás, cuando saquearon y quemaron varios CAI y comercios, en medio de la rifa de balas oficiales, que dejó a varios transeúntes muertos y heridos.

Y no era para menos, pues el gobierno nacional, invocando razones de salubridad —ante el posible incremento de contagiados del coronavirus y tras las filtraciones de los “servicios de la inteligencia”— y pregonando por los medios que la marcha estaba infiltrada por el ELN y las disidencias, sembró terror y prevención contra los mingueros, asociándolos a los apestados y apaches de las películas del oeste. Por ende, muchos rolos esperaban grandes revueltas y daños, pero no fue así, todo gracias a la sólida organización alcanzada por las comunidades indígenas desde 1971 (cuando fundaron el Cric). Las movilizaciones a lo largo de varias ciudades y su acampamiento en Bogotá transcurrieron en orden, sin que la Policía y el Esmad intervinieran con métodos de choque, pues la Guardia Indígena se encargó de mantener el orden interno y evitar la intromisión de vándalos y ladrones.

Para caucanos y payaneses fue un alivio que la tradicional movilización anual de los indígenas no se confinara en la carretera entre Santander de Quilichao y Popayán, con prolongado bloqueo del tránsito de vehículos, personas y mercancías. También, que en unión con organizaciones indígenas de otros departamentos, campesinos, comunidades negras y estudiantes del Cauca se movilizara primero hacia Cali y después a Bogotá, dando a conocer los motivos políticos de la minga; que, a diferencia de las anteriores, no se centró en la exigencia del cumplimiento de acuerdos firmados hace años, y estaba centrada en exigir al presidente garantías del gobierno para evitar que en medio del incumplimiento a los acuerdos de paz —sobre todo en lo relacionado con la Reforma Agraria Integral— creciera el asesinato de líderes indígenas y de comunidades campesinas, defensores de derechos humanos y los recursos naturales, en medio de la tardía militarización de territorios en los que conviven disidencias de las Farc, guerrillas del Eln, paramilitares gaitanistas, bandas asociadas a mineros ilegales y carteles colombo-mexicanos, y la Policía, Ejército y la Armada.

El comisionado de paz del gobierno conminó a los mingueros a convertirse en partido político, queriendo demeritar sus propuestas que exigían protección y respeto a la vida, cumplimiento de los acuerdos de paz con las Farc, continuación con las negociaciones para desmovilizar al Eln, pues mientras permanezcan poderosos grupos armados, sobre todo en el campo, peligran sus vidas y proyectos comunitarios.

La unión de los mingueros con la jornada de movilización de sindicatos de trabajadores, maestros y empleados del estado y diferentes empresas continuó en orden, demostrando que, sin abusos de autoridad y violencia desbordada de la fuerza pública, movilizaciones como la programada para el 21 de noviembre pueden transcurrir en orden.

A pesar de que el gobierno quiso continuar criminalizando la protesta social y la oposición democrática, y diversos grupos políticos quisieron capitalizar la minga con miras a las próximas elecciones, los organizadores pudieron mantener los objetivos centrales de su movimiento, especialmente en lo relacionado con la defensa y el respeto por la vida de sus dirigentes, por la aplicación de la Reforma Agraria Integral y otros puntos del acuerdo de paz, que permitan recuperar para el campo el breve periodo de tranquilidad que siguió a la desmovilización y entrega de armas de los desmovilizados de las Farc.

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