Vivir para contar lo que fue el COVID-19

Vivir para contar lo que fue el COVID-19

¿Lograremos contarles a las futuras generaciones los acontecimientos que precedieron la pandemia y los que ocurrieron durante su arrasador paso?

Por: Carlos Iván Mantilla Velásquez
abril 08, 2020
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Vivir para contar lo que fue el COVID-19
Foto: Pixabay

¿Viviremos para contarles de modo coloquial a los bebes nacidos por estos días, en 10, 20 o más años —a no ser que lo encuentren en Google, aunque quién sabe si aún exista— lo que fue la pandemia desatada por el COVID-19? ¿Viviremos para contarles los acontecimientos que la precedieron y los que ocurrieron durante su arrasador paso por este mundo?

Si Dios nos pone a salvo y salimos ilesos de esto, algunos que coincidan con mi memoria y la forma de contarlo, nos sentaremos en un escaño al aire libre y les referiremos a los menores —si aún escuchan a los abuelos— algo así:

A ver, hijo, por aquel entonces… estamos hablando de comienzos del año 2020, cuando el país era dirigido por el joven e inexperto presidente Duque, cuyo gobierno fue errático en muchas decisiones, bien complicado. El mundo era muy violento y seguía gobernado por la ley implacable de los más fuertes, a pesar de haber superado varias guerras mundiales años y siglos atrás con millones de muertes. Si me alcanza la vida, poco a poco, te iré ilustrando de esas guerras. Pero, sigamos, el hombre seguía obstinado por el tener y el poder, se vivía una competencia demencial por conseguir lo material, la gente en las ciudades no se miraba, el afán no los dejaba, el corre, corre fue costumbre. Tanto así que las parejas tenían las relaciones de forma virtual a través de sus computadores y móviles... hombres y mujeres, y multiplicidad de géneros extraños. Las caricias eran excepcionales, tal vez en las pequeñas ciudades, pueblos y en el campo sí se amaban cuerpo a cuerpo.

Muy pocos engrandecían su vida intelectual y espiritual; pero qué raro, algunas iglesias protestantes, muy pocas católicas, estaban atestadas a la hora de sus oficios de fanáticos religiosos, que con sus ofrendas enriquecieron a los pastores y sacerdotes. Muchos jóvenes, con muy poco esfuerzo, querían tenerlo todo, lo que impusiera a la sociedad los creadores del consumismo, las potencias mundiales: vestuario de marca importada o de contrabando, accesorios, automóviles, viajes, etc. Lo básico y esencial de la vida casi todos lo olvidaron.

Éramos un país en vía de desarrollo, como desde tiempos atrás nos habían catalogado los dueños de este mundo —subdesarrollados por ende tercermundistas—. No te confundas, seguimos siéndolo, solo que ahora nos llaman de otro modo. Moriré y continuaremos siendo de la misma condición. En esa época, la desigualdad y pobreza crecían vertiginosamente, la miseria aún existía a causa de la inequidad practicada por los poderosos y por el calentamiento global generado en gran medida por los mismos devastadores, (sequías, huracanes, hambre y destrucción) los países potencias del mundo: Estados Unidos (superpotencia), Japón, China, India, Arabia Saudita, Alemania, Rusia, entre otras.

En fin, durante la pandemia, las fábricas chinas como las de otras naciones industrializadas pararon sus chimeneas por unos meses, una buena cantidad de vehículos quedaron estacionados en todo el mundo. El firmamento recobró sus auténticos colores, los ríos corrieron cristalinos, el aire recobró su pureza. Pero la gente siguió atrincherada frente al televisor, el computador y las paredes de sus casas por largo tiempo.

Pasada la crisis, con miles de muertos en todo el mundo, algo cambió de ese tiempo a hoy: ahora, por lo menos, en nuestra bella Colombia varios rescatamos lo esencial, como lo ves: vivimos en austeridad con lo necesario y muy pocas veces nos damos algunos merecidos gusticos. Aquí en el campo, somos cuidadores de la maravillosa naturaleza. En mi caso, logré traerme varias cajas con mis valiosos libros y otros que recogí en las calles, la gente los tiraba, qué extraño. Sigo leyendo y escribiendo, no olvido ni dejo de viajar a mi querida ciudad natal una o dos veces al mes y con suerte tomo el café en la cafetería que aún existe. A propósito, hijo: ¿terminaste de leer El Quijote?

Vivir para contarlo...

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