Venezuela con Maduro, al abismo

Venezuela con Maduro, al abismo

La cancillería en cabeza de Maria Angela Holguin no ha cumplido con su deber ni siquiera a la hora de defender a los colombianos del maltrato en el vecino país

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noviembre 16, 2016
Venezuela con Maduro, al abismo

Venezuela y Colombia comparten historia. Allá nacieron Bolívar, Sucre y muchos otros próceres de la independencia. Ambos países enfrentaron dictaduras hace más de medio siglo, y en los dos la restauración de la democracia en 1958 tuvo prohombres al frente, Rómulo Gallegos en Venezuela, y Alberto Lleras en Colombia. Desde la restauración de la democracia los partidos tradicionales se alternaron en el poder, allá en aparente competencia entre Acción Democrática y Democracia Cristiana, acá en abierto contubernio de liberales y conservadores. En ambos casos los procesos de urbanización fueron rápidos, y las estructuras sociales producto del cambio son frágiles.

La abundancia en la economía minero energética de Venezuela por el aumento de los precios del petróleo desde la crisis mundial de los setenta política alimentó la corrupción, que erosionó la confianza de las bases en los políticos tradicionales. Apareció el Coronel Hugo Chávez Frías, primero como militar golpista fallido y después como aspirante a liderar cambio en las elecciones presidenciales de 1998. Su pueblo lo escogió. El estilo improvisador engañó a muchos que pensaron posible la conciliación entre el capital tradicional y el nuevo gobierno, pero las cosas quedaron claras desde la Constitución de 1999, con las actuaciones en pro de la Revolución Bolivariana, que desembocó en el llamado Socialismo del Siglo Veintiuno, mezcla de retórica de izquierda y acumulación de propiedad y dinero fuera del país en manos de quienes tienen acceso al poder. Con precios del petróleo muy elevados el pueblo recibió bienes y servicios en cantidad sin precedentes, y con ayuda del gobierno de Cuba se lograron mejoras en calidad y cobertura en educación y salud. Además el dinero alcanzó para aportar recursos a los gobiernos de Cuba, Bolivia e incluso Argentina, cuya retórica tenía alguna afinidad con el chavismo. Los servicios sociales provistos por el gobierno y el relativo bienestar material de las clases populares fruto de la bonanza petrolera robustecieron el poder del chavismo, enfrentado a EEUU. La destreza histriónica del gobernante fue elemento aglutinador de una ideología que sedujo a más de la mitad de la población pero alienó al resto, que anticipaba malas perspectivas como consecuencia de la desmesura en el gasto y la corrupción. El régimen se caracterizó por medidas populistas en la economía, con controles de precios, intervención en la tasa de cambio y gasto público desmedido, con grave daño a la producción nacional y freno al proceso de construcción de instituciones económicas  y sociales sostenibles.

El líder murió de cáncer a principios de 2013, a los cincuenta y ocho años, tras casi catorce en el poder. Dejó al país en niveles de deuda externa muy elevados. Sobrevino la adversidad: el precio del petróleo colapsó a finales de 2014, desde más de cien dólares por barril a menos de la mitad, y sin perspectivas de regresar a los precios anteriores, pues si hoy alcanzara los sesenta dólares por barril, los depósitos de petróleo contenido en las rocas de esquisto en EEUU serían competitivos para atender las necesidades del mercado. Nicolás Maduro, sucesor escogido por Chávez antes de su muerte, no tiene la gracia de su predecesor y se ha convertido en caricatura, en medio de inflación desbordada, agotamiento de bienes esenciales, colapso de la producción por falta de divisas, y crisis política, pues la oposición obtuvo victoria arrolladora en las elecciones para la Asamblea Nacional, cuerpo legislativo unicameral, y reclama  espacios que el gobierno chavista y sus esbirros en el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por el chavismo, no quieren ceder. Las medidas de represión a la oposición incluyen el encarcelamiento abusivo y la inhibición de expresiones democráticas, como la celebración de referendo para revocar el gobierno. La crítica situación del país, empobrecido y paralizado en alto grado, obliga a intentar diálogo entre gobierno y oposición, pero no hay perspectivas claras, porque la confrontación entre las dos partes ha sido muy radical, porque la oposición no tiene propuestas claras diferentes de cambiar el chavismo, y porque las fuerzas armadas podrían optar por preservar el statu quo, pues muchos de sus miembros serían vulnerables a imputaciones de corrupción en un escenario diferente.

Hay afinidades culturales fuertes entre los dos países e instituciones políticas pésimas en ambos, que podrían ser oportunidad de buscar solución para los problemas de ambos países mediante la integración, que permitiría tener más capacidad de negociación ante los países de mayor tamaño y ante el capital internacional, bajo un marco estatal apropiado a los requerimientos del siglo veintiuno. Sin embargo, no se ha dado ni siquiera el primer paso; por el contrario, sorprende la indiferencia del gobierno de Colombia ante el maltrato a nuestros connacionales en  el vecino país y ante el impacto negativo acá del colapso económico allá. Lo cierto es que mirar lo que acontece en Venezuela nos recuerda que el camino de la retórica, en el cual Colombia también está embarcado desde hace tiempo, no lleva a final feliz.

*Gustavo Moreno Montalvo
Miembro fundador de Consorcio Ciudadano, cuyo portal publicó versión reducida de este artículo. Economista y abogado. Director de Crédito Público del Ministerio de Hacienda y Presidente del Banco Central Hipotecario (1991-1994). Asesor financiero desde 1995. Columnista del diario El País de Cali

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