Venezuela: cayéndonos encima
Opinión

Venezuela: cayéndonos encima

Con un juicioso análisis de la actualidad y la fácil prosa de sus memorias, la excanciller Holguín califica a Venezuela de estado fallido, a pedazos sobre nosotros

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septiembre 07, 2021
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Un político puede destruir un país y convertir esa misión en una cruzada patriótica. Para que esa tarea tenga éxito se necesita que el sistema político se haya desintegrado como las truchas viejas, con partidos políticos corruptos que no representen las necesidades de la gente; que se utilicen los mecanismos formales de una democracia frágil para acabar de desmontarla, a nombre de la democracia; y que la oposición sea incapaz de detener ese proceso de desmonte. Es lo que ha sucedido en Venezuela como lo ilustra con detalle el testimonio de primera mano de María Ángela Holguín en su libro La Venezuela que viví (Planeta, 2021).

Embajadora de Colombia en Caracas (2002-2004) y canciller de Colombia (2010-2018), recoge en su libro no solo los hechos de los cuales fue testigo y a veces protagonista, sino también la realidad venezolana de los últimos 20 años, un cuadro de desintegración social que convierte el país más rico de Sur América en el más pobre. Dos figuras de personalidades muy distintas presiden sobre esa tragedia, Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Una sombra protectora los cobija a ambos, Fidel Castro.

Lo interesante del libro es que esos sucesos conocidos se narran desde el punto de vista colombiano. Cómo la actividad cotidiana de la Cancillería colombiana estaba copada por el tema venezolano; cómo mantener las relaciones con un vecino incómodo que era imposible ignorar, cuyos designios sobre Colombia eran inaceptables; cómo enfrentar el hecho estruendoso de que el derrumbe institucional, económico y político de Venezuela, nos caía encima.

Cuenta Holguín que pesar de enfrentamientos ocasionales entre los presidentes Uribe y Chávez, personalidades explosivas que estuvieron a punto de irse a las manos un par de veces, hubo siempre una buena relación entre ambos. Hasta cuando en julio de 2010, en los días finales del gobierno Uribe, ya electo Juan Manuel Santos, luego de que Colombia presentara ante el Consejo de Seguridad de la OEA las pruebas de la presencia en Venezuela de guerrilleros de las Farc y el ELN, tolerada por el gobierno venezolano, Chávez ante semejante “calumnia” rompe las relaciones, con una lágrima en el corazón, según dijo, y acompañado por Diego Maradona.

La situación con los vecinos del otro lado era parecida. En marzo de 2008, luego del bombardeo al campamento de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, Ecuador rompe relaciones con Colombia; el presidente Rafael Correa le cuenta luego a Holguín, que lo que más le molestó fue que Uribe le hubiera dicho que se trataba de una persecución en caliente de guerrilleros que habían entrado a territorio ecuatoriano cuando se trataba de un campamento en su territorio hasta donde llegaron aviones a bombardear y helicópteros a rescatar cadáveres y evidencia. No parecería que Correa fuera tan desconocedor de esa presencia guerrillera en su país.

El 10 de agosto de 2010, durante la reanudación de relaciones con la mediación del presidente argentino Néstor Kirchner, los presidentes de Venezuela Hugo Chávez, de Colombia Juan Manuel Santos, y los cancilleres Nicolás Maduro y María Ángela Holguín

Así que llega Santos a la presidencia y Holguín a la Cancillería, sin relaciones con Venezuela ni Ecuador, los vecinos más importantes, con el agravante de que Santos viene de ser el ministro de Defensa del anterior gobierno, quien ha recogido las evidencias y ordenado los ataques. La reanudación de relaciones es producto de un delicado tejido, mezcla de prudencia, tacto, contactos personales, realismo político y una inocultable dosis de encanto femenino. Una demostración de para qué sirve la diplomacia y una enseñanza de que por tremendos que sean los acontecimientos hay canales que deben mantenerse entre países que tienen humana, geográfica e históricamente vínculos indisolubles. Chávez, clave en el despegue del proceso de paz.

Esa tarea fracasa de nuevo en el caso venezolano cuando en febrero de 2019, ya en el gobierno Duque, Nicolás Maduro rompe por completo relaciones con Colombia, pues su presidente no solo no lo reconoce, sino que apoya una presidencia alternativa sin poder y ha formado un cerco diplomático para tumbarlo: una insólita intromisión internacional en asuntos internos de otros países y un portazo a los recursos de la diplomacia para solucionar entuertos con realismo y buenas maneras, de los cuales el libro de Holguín es un útil manual.

Y así estamos. Sin embajador en Caracas desde hace años, sin cónsules que puedan atender las necesidades de miles de colombianos residentes en Venezuela (había 15 consulados), con una migración sin control, con las fronteras cerradas, con la economía fronteriza desaparecida en manos del contrabando y la ilegalidad. Como si Venezuela y sus 2.219 kilómetros de frontera no existieran.

Después de un juicioso análisis de la actualidad venezolana, que se suma a la fácil prosa personal de sus memorias, califica Holguín a Venezuela de estado fallido: el gobierno civil en manos de los militares, la oposición enfrentada o ausente o encarcelada, la industria petrolera deshecha, la hiperinflación sin control, la democracia representativa desaparecida, Maduro atornillado al poder. Venezuela cayéndose a pedazos encima de nosotros, como si no pasara nada.

 

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Llega Santos a la presidencia y Holguín a la Cancillería, sin relaciones con Venezuela ni Ecuador, Santos viene de ser ministro de Defensa del anterior gobierno, quien ha recogido las evidencias y ordenado los ataques

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