Una sociedad que le da la espalda a la verdad

Una sociedad que le da la espalda a la verdad

Si una persona que trabaja de modo honesto y un hombre que compra algo que le gusta son considerados criminales, queda claro que ignoramos lo importante

Por: Marcos Velásquez
febrero 22, 2019
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Una sociedad que le da la espalda a la verdad
Foto: Pixabay

Alfred Eisenstaedt murió el 23 de agosto de 1995 a sus 96 años en su cama. Tuvo que emigrar a Estados Unidos en los años 30, huyéndole a la victoria del nacismo por su condición de judío.

Al llegar a América salva su vida y puede a partir de 1936 dedicarse a ejercer y perfeccionar su técnica como fotógrafo, la que lo consolidó como uno de los fotoperiodistas de la Revista Life más emblemáticos, no solo por dedicarle 40 años de su vida, sino por el ojo crítico que permitió hacer de las fotos de las portadas de la revista que contaban con su sello, un icono de la radiografía del instante de la humanidad.

Eisie, como lo llamaban sus amigos más cercanos, hoy es recordado por su trabajo fotográfico conocido como: V-J Day.

Esta fotografía captura el momento en que un marinero de modo espontáneo toma en sus brazos a una enfermera que pasa por su lado en Times Square el 14 de agosto de 1945, fecha en que Japón da al mundo su rendición para poner fin a la Segunda Guerra Mundial, y la besa.

Si la fotografía es la que se encarga de congelar el tiempo y exponer lo real del instante, Eisenstaedt narra en su foto la magnificencia del fin de la guerra que sentían no solo los soldados, sino la humanidad en sí misma.

Sin embargo, el hombre lo pervierte todo.

A raíz de una entrevista que concedió Greta Zimmer, el 23 de agosto de 2005 a la revista Veterans History Project, en la que dice que sintió que un hombre muy fuerte: “… solo [la] estaba abrazando fuerte, y no estoy segura de que yo ... sobre el beso porque, ya sabes, era solo alguien realmente celebrando. Pero no fue un evento romántico. Fue solo un evento de agradecimiento a Dios porque la guerra se ha terminado porque estaba justo enfrente de la señal […] Y, de repente, me agarró un marinero y no fue un beso, fue más un acto de júbilo que no tuvo que volver, lo descubrí más tarde, estaba tan feliz de haberlo hecho. No tienen que volver al Pacífico donde ya habían pasado por la guerra. Y la razón por la que agarró a alguien vestido como una enfermera fue que se sintió muy agradecido con las enfermeras que cuidaron a los heridos”.

Hoy, algunas personas plantean que su entrevista esboza cómo ese instante de júbilo es un acoso y no un acto memorable de celebración del fin de la guerra.

No es extraño entonces que en Colombia la Policía imponga la sanción que contempla el Código de Policía por uso indebido del espacio público a Stiven Claros por comprar una empanada.

Si un acto espontáneo de júbilo hoy es considerado como acoso, una persona que trabaja de modo honesto y un hombre que compra algo que le gusta pueden ser considerados criminales de una sociedad que se desgarra en normas y le da la espalda a la verdad.

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