Un amor llamado Junior de Barranquilla

Un amor llamado Junior de Barranquilla

"Hoy yo también siento una tristeza grande porque van a pasar siete años sin la anhelada octava; siete años de intentos guerreros que el fútbol nos ha negado"

Por: Bryan Alcazar Marenco
diciembre 04, 2017
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Un amor llamado Junior de Barranquilla

De niño pensaba que la vida era simplemente estar arropado bajo los brazos de mis padres; que la inocencia que no percibía duraría un buen trecho de mi existencia. De niño me encantaba ver el cielo, aun hoy lo hago, sin razón alguna, me da paz. Y si bien soy un hombre que no cree en el Dios cristiano y que tengo conflictos con esa clase de espiritualidad, observar lo que llamamos cielo, me llena de esa espiritualidad que todos alguna vez necesitamos.

Pero en la infinitud de nuestras vidas, hay muchas fuerzas que nos sobrepasan sin que nos demos cuenta. Podría nombrar diversas de ellas, pero hoy nombraré una que, aunque muchos la desprecian, es vital para el alma de millones de personas: el fútbol.

Sabemos que, desde hace aproximadamente 150 años, este deporte ha venido calando en la mentalidad de los seres humanos. Eric Hobsbawm, prolífico historiador ya fallecido, dijo un día que "lo que ha hecho del deporte un medio tan singularmente eficaz para inculcar sentimientos nacionales, en todo caso para los varones, es la facilidad con que hasta los individuos menos políticos o públicos pueden identificarse con la nación tal como la simbolizan unas personas jóvenes". En mi opinión, una sociedad que quiera ser modelo a seguir debe inevitablemente construir espacios idóneos para la práctica de cualquier deporte.

Ese juego que hipnotiza a millones de personas a nivel global tiene algo que emboba, tiene algo que nos hace sentir una de las felicidades más plenas que pueda sentir un ser humano. ¿Cómo explicar que alguien sumido en la pobreza, sonría ante el gol de su equipo?, ¿cómo explicar que ante una sociedad cada día más violenta, haya espacios de paz en noventa minutos?

Pero también hay tristezas. Porque cada vez que mi equipo gana, cada vez que se termina un torneo, pienso en aquellos que han muerto por esta pasión, por aquellos quienes jamás volverán a sentir el corazón entumecido por el nervio; por aquellos que jamás, volverán a temblar de emoción. Desde Heysel, a Chapecó, un deporte tiene sus mártires, aquellos que dieron la vida por la felicidad y la tristeza de otros. A ellos debemos tener siempre en cuenta, porque un día también seremos mártires apoyando desde otra dimensión.

Es aquella tristeza que embarga hoy a la ciudad de Barranquilla y que la embargará hasta el próximo triunfo. A los que no les importa, no lo ven, no lo sienten, no lo ven palpitar. Pero ahí está. Latiendo. Se nota en el aire. Se siente en nuestro suelo. Hoy yo también siento una tristeza grande porque van a pasar siete años sin la anhelada octava; siete años de intentos guerreros que el fútbol nos ha negado; no desmerezco los títulos de Copa, alegrías importantes, pero no llenan nuestros corazones exigentes y furibundos.

Como juniorista, comprendo a quienes piden la cabeza del cuerpo técnico, de ciertos jugadores, pero eso no sería lo ideal cuando ya un equipo está debidamente conformado. Es fácil pedir cabezas sueltas, pero ninguno de nosotros sabe el esfuerzo que los jugadores hacen cada día, en cada entrenamiento. Los que vivimos y sentimos el fútbol como cualquier otro sentimiento, sabemos que nuestras semanas tienen días especiales, aquellos donde nuestro equipo juega. Las semanas tienden a ser cortas cuando se gana, e infinitamente largas cuando se pierde. Aquí no vale la pena hablar de política, los dirigentes del equipo saben muy bien a que juegan, pero yo no apoyo al Junior por una bandera política; lo apoyo por un amor de tres colores, de 93 años siendo la querida de Barranquilla, como bien lo dijo Cepeda Samudio.

No es día para desfallecer, seguiremos alentando, hasta que el fútbol deje de existir.

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