Entre todas las decisiones polémicas adoptadas por el presidente Trump en sus tres meses de gobierno, la más arriesgada y sin embargo la que mejor define los límites de su estrategia económica, es la de pedir la cabeza de Jerome Powell, el actual presidente de la Reserva Federal. Que yo sepa ningún presidente de los Estados Unidos se había atrevido a tanto desde la fundación en 1913 de este cártel de bancos privados que, como ha declarado Kash Patel- actual director del FBI- “no es una entidad gubernamental pública sino privada que manipula la moneda en su propio beneficio”. Thomas Jefferson, el tercer presidente de la potencia del norte, advirtió en 1802 sobre el peligro que suponía para las instituciones democráticas de la recién nacida república dejar en manos privadas el privilegio de imprimir moneda. Y el presidente Andrew Jackson, impidió durante su mandato (1829-1837) que se realizara el proyecto de la Banca Rothschild de crear un cártel de grandes bancos con capacidad de controlar todo el sistema bancario del país y de imponer una política monetaria congruente con sus intereses particulares. Compartía los temores de Jefferson y pagó con una brutal campaña de desprestigio llevada a cabo por el periodismo de la época, financiada por Rothschild, sus socios y cómplices. Hoy su retrato oficial cuelga al lado del escritorio del presidente Trump en el Salón Oval de la Casa Blanca. Una auténtica declaración de intenciones.
Trump, y su equipo de asesores económicos, dan por hecho que la viabilidad de su estrategia económica depende en buena medida del control que logren de la política monetaria por la Reserva Federal. Jeremy Powell se niega a bajar los tipos de interés, como pretende el presidente, con el fin de abaratar los créditos tanto a las empresas norteamericanas que decidan regresar a casa, como a las del resto del mundo que decidan hacer lo mismo. Y sobre todo con el propósito verdaderamente urgente de abaratar la desaforada deuda pública norteamericana qué, de aquí al verano, exige el pago de nueve mil doscientos millones de dólares de bonos vencidos. Una exigencia que agrava las dudas sobre la solvencia estadounidense inducidas por el hecho de que el pasado 20 de diciembre el Congreso estadounidense aprobó in extremis una ley que permitió la ampliación por tres meses del gasto público con el fin de evitar el cierre del gobierno federal. Estas noticias, añadidas a las fuertes caídas de Wall Street de la semana pasada, evocan el fantasma del default, la posibilidad antes inimaginable de que Estados Unidos resulte insolvente.
La situación la complica aún más la decisión de Powell de mantener los actuales tipos de interés
Escudándose en la lucha contra la inflación que continúa deteriorando seriamente la capacidad de compra de los asalariados estadounidenses, confía en que los actuales problemas de deuda se resuelvan como desde hace tiempo se vienen resolviendo en Estados Unidos: contrayendo deuda para pagar deuda. Pero los modestos resultados obtenidos hasta la fecha en la venta de nuevos bonos, con tasas de interés más altas que el índice de inflación, ha socavado la confianza del presidente de la Reserva Federal en esta solución. Otro indicador de que los grandes inversores comienzan a desconfiar de la capacidad del gobierno de Washington de cumplir a cabalidad con sus obligaciones crediticias. Cierto, el relativo incumplimiento de las expectativas de Powell, así como las ventas masivas de bonos del Tesoro de China y Japón, han precipitado una devaluación del dólar que, según diversos analistas, es un objetivo perseguido por Trump con el fin de abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones, en beneficio de su plan de reindustrialización.
En cualquier caso, el problema de la deuda - como el dinosaurio de un célebre cuento de Augusto Monterroso- sigue allí y explica por qué Trump ha anunciado “aranceles recíprocos” a las exportaciones a Estados Unidos de los países de prácticamente todo el mundo. En un arrebato de euforia, cuando todavía no había decidido aplazar por 90 días la vigencia de los mismos, se atrevió a afirmar que, gracias a ellos “estamos recaudando 6.000 millones de dólares al día”. O sea que con solo dos días de recaudaciones aduaneras se podría pagar los 9.200 millones de dólares. Creo sin embargo que ni él mismo cree en tan milagrosos resultados de su plan de aranceles.
Es cierto que ya varios países importantes, como es el caso destacado de Corea del Sur, han declarado su decisión de negociar tales aranceles. Como podrían hacerlo México y Canadá, si es que aceptan la exigencia de Trump de restringir al máximo posible el comercio que actualmente mantienen con China. Y en el caso de la Unión Europea, si acepta además duplicar o triplicar de inmediato la compra de armamento sofisticado al complejo industrial-militar norteamericano. Que para eso también sirve la prolongación sine die de la Guerra en Ucrania.
El conflicto entre Trump y la Reserva Federal tiene un trasfondo que sobrepasa el marco de la gestión inmediata de la deuda pública
El conflicto entre Trump y la Reserva Federal tiene un trasfondo que sobrepasa el marco de la gestión inmediata de la deuda pública. Tiene que ver con el futuro de la estrategia de reindustrialización del actual inquilino de la Casa Blanca. Si Estados Unidos se des -industrializó rápidamente desde los 80 del siglo pasado fue debido al traslado de las fábricas al Sur global - y en particular a China - por parte de las empresas dispuestas a contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancias, la legislación laboral y las cargas impositivas existentes en la metrópoli, con los bajos salarios, débil o nula legislación laboral y la práctica exención de impuestos en el Sur global
Pero también por el hecho de que los capitales han sido fuertemente atraídos por la especulación financiera, capaz de ofrecer durante este período tasas de beneficio superiores o, en el peor de los casos, iguales a las ofrecidas por las inversiones en la industria manufacturera. ¿Para qué entonces molestarse en montar fábricas, con todos los problemas que supone la puesta en marcha y el funcionamiento de las mismas? Mejor especular en Wall Street. Sobre todo, si la Reserva Federal continúa incentivando la especulación. No es descartable que la administración Trump tenga este problema en mente.