Ya sabemos que la política es transversal a la dinámica de cualquier sociedad. Las cuestiones del poder y la gestión de los asuntos colectivos están presentes en nuestra cotidianidad, donde los calendarios parecen sincronizarse con los ciclos de concertación y confrontación propios de las gestiones institucionales y los procesos electorales. Sin embargo, entre las ciudadanías contemporáneas, esta omnipresencia se ha vuelto asfixiante. Los procesos de elección y representación política colonizan casi todos los aspectos de las relaciones sociales. Apenas nos adaptamos a los cambios que traen los nuevos gobiernos nacionales, regionales o locales, cuando ya nos sumergimos en la dinámica previa de la próxima elección. Esta constante efervescencia electoral apenas deja espacio para reflexionar sobre las ejecutorias de los gobiernos salientes. Lo que importa, al parecer, es la siguiente gesta electoral. En este contexto, el espacio público, donde deberían discutirse de manera razonable los caminos virtuosos para la vida en común, se ve cada vez más reducido.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué origina esta aceleración y volatilidad política? ¿Cuáles son las consecuencias de este desmesurado electorerismo?
Vivimos en una época de distorsiones en la esfera pública. La política, en lugar de anclarse en la ética, la cultura y el conocimiento, pilares esenciales para la democracia, se aproxima cada vez más a una lógica de competencia económica, tecnológica y, en ocasiones, bélica. Este enfoque pragmático transforma la política en un casino de apuestas o en un teatro de operaciones cargado de violencia simbólica. En este panorama, la llamada "agenda pública" ha tomado un giro peligroso hacia la espectacularización y el esteticismo que se rige por excesos: personalismos mediáticos, contenidos banales y performances vacíos que generan percepciones y afirmaciones falsas. El discurso político se ha reducido a mensajes breves y “eficaces”, mientras se abusa de imágenes y narrativas que inventan “verdades” convenientes para inducir errores colectivos. Esta dinámica favorece liderazgos adaptados a una épica prefabricada, diseñada por industrias electorales que manipulan las necesidades humanas.
El desafío es trascender la lógica del electorerismo y poner el énfasis en la comunalidad, la cooperación y la deliberación
Este contexto se agrava por el uso irracional y descontrolado de las nuevas tecnologías, que alteran el sentido virtuoso de lo humano y dificultan el ejercicio reflexivo de la vida compartida. A esto se suma la crisis de los modelos de integración social y la creciente precarización de las condiciones de vida de las mayorías. Estas situaciones, lejos de fortalecer una ciudadanía crítica, son caldo de cultivo para la manipulación ideológica y la instrumentalización política, mientras el ritmo de vida productivista y consumista también juega un papel clave. Esta vorágine nos aleja de la experiencia primaria de vivir en comunidad y nos sumerge en una lógica individualista y comercial que reduce todo vinculo a una mera transacción.
Frente a esta hiperalienación surge la necesidad de recuperar el sentido profundo de la política, aquel que permita vislumbrar un horizonte de buen vivir. El desafío es trascender la lógica del electorerismo y poner el énfasis en la comunalidad, la cooperación y la deliberación. No se trata de renunciar a la representación gubernativa ni de dar la espalda a las instituciones democráticas; por el contrario, urge reinventarlas y resignificarlas. Esto requiere situar en el centro la pregunta por lo común, promoviendo la formación de una nueva voluntad democrática; para ello, es esencial crear condiciones que favorezcan la deliberación, el reconocimiento social y el fortalecimiento de estructuras colectivas como las comunidades, las organizaciones sociales, los gremios y los partidos políticos. Estas entidades, que han representado espacios de diferencia, resistencia y construcción colectiva, han sido en muchos casos cooptadas por la lógica instrumental. Al respecto, la gran pregunta es: ¿seremos capaces de recuperar estos espacios, trascendiendo el ciclo rutinario de la próxima elección y la siguiente coalición? Solo si logramos este objetivo, podremos devolverle a la política su verdadero propósito: la construcción de un proyecto común que nos incluya a todos, respetando las diferencias y superando las desigualdades.
Del mismo autor: Artefactos del tiempo