Testimonio desde la arena de Corraleja

Testimonio desde la arena de Corraleja

Así se vive la fiesta de toros al estilo costeño

Por: Daniel Alexander Romero Salazar
octubre 03, 2013
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Testimonio desde la arena de Corraleja

Humo blanco con un fuerte olor a carne asada inunda el ambiente, música estridente que contagia la alegría y desparpajo propios de la gente sabanera; miro a mi alrededor y veo multitudes de personas dirigiéndose a una enorme construcción hecha en varetas de madera y techos de láminas de zinc, tiene forma de un estadio rústico; si, estoy en frente de una corraleja.

Mientras subía por una improvisada escalera de tabla hacia los palcos, el ritmo del porro “María Varilla” poseía mis sentidos. La algarabía era incontrolable y era imposible evitar contagiarse de esta carga de alegría que caracteriza las fiestas de mi región.

Existe una controversia entre las versiones acerca de la época y la forma en que las fiestas en corraleja nacen en el Caribe colombiano; lo cierto es que todas coinciden en aseverar que datan de la época de la colonia, aunque no exactamente como un espectáculo taurino sino más bien como una escuela de manejo del ganado, toda vez que había necesidad de herrar, descornar o curar los animales.

Tuve la oportunidad de leer un documento sin título que reposa en los archivos de Eliodoro Medina, un viejo amante de la fiesta brava y pude encontrar que las corralejas datan de unas faenas que se hicieron en las antiguas sabanas de Bolívar, hoy sabanas de Córdoba y Sucre, en el año 1827 aproximadamente, cuando el señor Sebastián Zubiría decide celebrar las primeras corridas de toros a imitación de las de España, luego se lograron expandir por todo el litoral Atlántico. Otros amantes de los toros como mi papá, Jorge Romero Díaz, veterinario de profesión y seguidor de las corralejas (hoy solo las ve en televisión) afirmó que: “me contaba mi abuelo que las primeras fiestas de toro se hicieron en Sincelejo el 3 de octubre de 1845 en honor a San Francisco de Asís, patrono de la catedral de la ciudad. Con los años les fueron añadiendo elementos que todavía hoy vemos como son los garrocheros, banderilleros y bandas que animan a los espectadores con sus aires musicales”.

Sale el primer toro de la tarde y el sol aprecia tanto que una cerveza bien helada fue lo único que pudo calmar la sed que sentí al emocionarme, al tiempo que los asistentes gritaban toda clase de cosas al ver a los improvisados toreros huir despavoridos para evitar ser embestidos por el brioso ejemplar de color negro que sale con ínfulas de valiente guerrero.

La plaza queda prácticamente sola ante la terrible amenaza que simboliza el temible astado. De repente, un hombre de aproximados 35 años se acerca al bravo animal; en sus manos, dos banderillas con los colores de la bandera de Colombia. Levanta los brazos ágilmente y en repetidas ocasiones para llamar la atención del toro, tal como lo haría un banderillero español. Entonces, llena de aire el pecho, le corre de frente mientras el furibundo ejemplar ataca sin piedad y es en ese preciso momento, ni un segundo más ni un segundo menos, cuando le pone el par de banderillas en el lomo, al tiempo que es lanzado por los aires como si hubiese sido atropellado por un camión. El público se enmudece por un segundo. El estremecedor grito de las mujeres rompe el silencio y el sonido de un porro reaviva al banderillero que se persigna y salta de felicidad por haber logrado semejante hazaña.

Es poco lo que cuento si de disfrutar una tarde de corralejas se trata. Mejor los invito a que se animen a sentir los olores, sabores, sonidos y emociones que se experimentan al estar en una “fiesta de toros”.
Publicado por Daniel Alex Romero S

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