El municipio de Soacha atraviesa un periodo de incertidumbre y frustración bajo la administración de Julián Sánchez Perico Jr., un alcalde cuyo mandato comenzó con el pie izquierdo y, al parecer, no ha encontrado aún el rumbo. Lejos de responder a las urgencias de la ciudadanía, su gobierno parece ser una mera extensión de los intereses del gobernador de Cundinamarca, Jorge Emilio Rey, a quien le debe no solo la candidatura, sino en gran medida, la alcaldía. Esta dependencia política ha convertido a Soacha en un municipio sin voz propia dentro de la recién creada Región Metropolitana de Bogotá-Cundinamarca, de la cual es el único municipio cundinamarqués en integrarla, y cuya entrada se hizo de manera apresurada y desarticulada.
La gestión de Sánchez Perico Jr. es, en esencia, una muestra de improvisación y falta de liderazgo. Viene de una tradición política heredada, sin grandes logros ni apuestas estructurales desde su paso por la Asamblea de Cundinamarca, con una formación en Planificación Urbana y Regional del CIDER de la Universidad de los Andes, por ello, cabría esperar que entendiera la importancia de construir sobre lo ya establecido en lugar de dinamitar los avances. Sin embargo, su decisión de devolver el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), una herramienta vital que el municipio clamaba desde hace años, en lugar de corregir y optimizar su contenido, demuestra que su visión está guiada más por el ego que por la técnica y la necesidad ciudadana.
Si bien la administración anterior, bajo el mando de Juan Carlos Saldarriaga, dejó una estela de cuestionamientos y decisiones polémicas, hasta los más críticos han tenido que reconocer que, al menos, intentó transformar la ciudad. Sin embargo, hoy, paradójicamente, ha llevado a la ciudadanía a añorar su regreso, aunque esta comparación no exime a Saldarriaga de sus errores, pero expone con crudeza la falta de dirección y capacidad de la actual administración.
A todo esto se suma el manejo político interno, marcado por alianzas con sectores de izquierda que en el ámbito municipal, se han visto reducidos a una serie de pactos de conveniencia, que se disfrazan de control político “propositivo”, mientras se llenan los bolsillos. Además, la falta de coherencia y la entrega de puestos a actores sin experiencia han convertido el gabinete en una arena de intereses personales y con poco compromiso con la ciudadanía. Sin embargo, el mandatario nos mostró lo quebrada que está la izquierda municipal con su Gobierno nacional, pues ahora enfrenta una creciente vigilancia que no le permiten ocultar sus desaciertos, dejando en evidencia cada uno de sus tropiezos.
Como si fuera poco, Soacha se encuentra inundada, tanto en inseguridad como en agua, la crisis de seguridad es un flagelo diario que azota a la comunidad, mientras que las recientes lluvias han evidenciado la precariedad del sistema de drenaje urbano; en medio de esta emergencia, el único "premio" que ha recibido el municipio es un factor que, irónicamente, es una gestión con la Gobernación. Y para colmo, las autoridades se resisten a estrenar, dejando a la población sumida en la desesperación ante las crecientes inundaciones.
Además, el alcalde se encuentra rodeado de intereses frustrados por el poder, su círculo político está compuesto por personajes que, bajo los resultados de esta administración, jamás lograrán llegar a la alcaldía, pues, son figuras que han demostrado ser más bien políticos nefastos, incapaces de gestionar con eficiencia y sin una visión real de progreso para este territorio cundinamarqués.
Soacha no puede seguir siendo el escenario de caprichos políticos ni de decisiones tomadas al vaivén de intereses ajenos, la ciudadanía exige una administración con carácter, que entienda las necesidades reales del municipio y que actúe en función del desarrollo y bienestar de la comunidad. La paciencia se agota y la historia juzgará con dureza a quienes desaprovecharon la oportunidad de transformar el municipio para bien.
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