Síntomas de un guayabo Mundial
Opinión

Síntomas de un guayabo Mundial

Por:
julio 17, 2014
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Esta fiesta se acabó. Durante cuatro semanas fuimos un pueblo casi feliz, por sobre los tantos motivos de preocupación y tristeza que llevamos pegados a la piel como legión de escolopendras. Pero esa indescriptible sensación de liviandad desapareció tan de sopetón como apareció. Se esfumó, y punto. Desde el domingo. Ya no más esa borracherita deliciosa de goles. Se acabaron los tiros al arco, las apuestas con los amigos, el intercambio de ideas futbolísticas… Lo que sigue es la resaca.

(Más pasito, por favor. Lean en voz baja, que se me va a estallar la cabeza).

Desde el domingo, motivo pérdida de altura e iniciación de aterrizaje, se nos comenzaron a tapar los oídos. No fue sino que el árbitro italiano, luego de exhalar el último soplido, dejara caer el pito babeado sobre el pecho, para que el mundo sintiera ese arrivederci como un piano caído de lo alto, sobre hombros y ánimo. El giro de los 180 grados de regreso, que de la nube nos redirecciona a la tierra, arrancó con dicho pitazo final. Desde ese instante, los estragos del guayabo Mundial, que todavía no acaba, comenzaron a evidenciarse: cuerpo disgustado, jaqueca, ojos llorosos, intolerancia al ruido, ganas de consomé salado y de litros de jugo helado, dificultades para fijar la atención, desasosiego, malgenio, mareo, jartera…

Un guayabo bravo, dicen los que saben. Y como a la gente hay que creerle, yo, que pertenezco a la misma escuela del hijo que tiene Asunción (ni fuma, ni bebe, ni juega balón), les creo. Máxime porque, a pesar de ser zanahoria de solemnidad, llevo varios días acusando muchos de los síntomas citados por los expertos, además de alguno que otro adicional, que con gusto cedo al listado pos #MundialBrasil2014. Pesadillas, podrían ser.

Abro aquí un paréntesis: tras el alargue que dio la victoria al equipo alemán sobre el argentino, la prosaica realidad sacó de la cancha a la poesía. De taquito. Y nos refregó en la nariz lo demasiado humanos que somos los seres humanos. No importa cuán importantes o famosas pueden llegar a ser ciertas personas, a la hora de la verdad no son menos pedestres que nosotros dos. Un par de botones van de muestra: a Dilma se le olvidó que en su doble condición de presidenta y anfitriona debía ser amable con la Merkel y con el capitán alemán, a pesar del amargo 7-1 (¿o lo que se le olvidó fue que había cámaras?). A la primera ni siquiera la miró para felicitarla y al segundo, le entregó la copa sin mediar palabra. Y a Messi se le olvidó que en su condición de mejor jugador del mundo, y de ejemplo a seguir para millones de niños, debía saber aceptar la derrota sin dárselas de deidad ofendida. (¿Cuestión de cámaras, también?). Fue grosero al recibir el trofeo inmerecido de mejor jugador, ni un gesto de agradecimiento a quienes se lo entregaron; y muy grosero con los hinchas que quisieron saludarlo, pero, ignorados, se tuvieron que quedar con la mano estirada. Cierro el paréntesis.

Volviendo a lo de las pesadillas, mi gran aporte personal al cuadro clínico del guayabo Mundial, todas estas noches he estado despertando con una cantidad de imágenes superpuestas. En brazos de Morfeo y envuelta en la piyama de ovejas negras, repaso la alineación de Pékerman entonando con sentimiento el Himno Nacional: Yepes, Armero, Cuadrado, James, Aguilar, Ospina…, y la placidez del sueño termina en un sobresalto cuando, en lugar de esos rostros tan cercanos y queridos, aparecen los del procurador, la contralora, el fiscal, Benedetti, Pacho, Simoncito, Roy, los ñoños, los dueños de Interbolsa, los estafadores de Premium, los constructores de Space, Santos, Uribe, Óscar Iván, Abelardo, El Capo 3, María del Pilar Hurtado, Andrés Felipe, el cuñado de Petro, el novio nuevo de Sofía Vergara, Iván Márquez, Timochenko, los magistrados, los ministeriables, los que se van, los que se quedan, los candidatos a cualquier cosa, etcétera y etcétera. (Lo que pasa fuera de las fronteras patrias es material de otras pesadillas).

Me levanto de un brinco y siento que algo me quema en la boca del estómago. Es el país. Los aplausos de algunos pasajeros me indican que el aterrizaje concluyó de manera exitosa. En la tierrita estamos. Todo está igual o peor que hace un mes, nuestra geografía sigue siendo el paraíso de las componendas políticas, las escaramuzas de orden público, el raterismo de cuello blanco, los carruseles de la contratación, la politización de la justicia, la impunidad, las puertas giratorias (yo te elijo, tú me eliges), los intereses creados (hagámonos pasito) y las sociedades del mutuo elogio (yo te promociono, tú me promocionas). Colombia, el gran roscón.

COPETE DE CREMA: Me muero por Pékerman y compañía, lo de Yepes sí fue gol y ya voté por James. Ah, y no quiero que me inviten más a jugar Candy Crush. (Ustedes, los que tienen experiencia: ¿de esta sí se sale? Respóndanme pasito, please).

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