¡Sin caudillos autoritarios!

¡Sin caudillos autoritarios!

Por cuenta de estos personajes el debate colectivo puede convertirse fácilmente en una pugna de egos y personalidades. ¿Qué hacer?

Por: Lilia Solano
agosto 10, 2020
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¡Sin caudillos autoritarios!
Foto: Flickr www.audio-luci-store.it - CC BY 2.0.

Ya nos había advertido en el año 1947 Jorge Eliecer Gaitán, uno de los caudillos más importantes que ha tenido el país, que “el pueblo es superior a sus dirigentes”, frase en la que resume su pensamiento y el sentimiento de su liderazgo.

En un artículo reciente publicado en El Espectador, William Ospina lamenta que el ejercicio político (esto es aquella “conciencia de lo que pasa en el mundo” y que es responsabilidad de gente como uno, de ciudadanos comunes y corrientes) se haya convertido en “un oficio, una profesión” ejercida por rivales que se ocupan en desprestigiarse mutuamente.

Esta es una reflexión que invita a imaginar el tipo de colectivo que tenemos que construir ahora que intentamos desarmes, firmamos acuerdos de paz y exigimos que las ilusiones de ocuparnos en la forja de una sociedad de postconflicto que está pendiente, puedan avanzar. En el horizonte aparecen disyuntivas. Por ahora, este escrito está marcado por una flecha que apunta a un sendero ya recorrido, es el del mesianismo, o la personalización de la complejidad política en una persona de carácter fuerte. Otro camino alternativo, nos marca una ruta en la que se privilegia el respeto al liderazgo que se construye colectivamente y en contextos diversos.

La atención debe centrarse en este segundo horizonte. Los debates, experimentos e intentos políticos buscan acceder al ejercicio del poder. Las preocupaciones democráticas, que son las que nos animan, nos llevan a participar activamente en esfuerzos que apuntan a que el ejercicio de ese poder sea plural.

Vuelve, entonces, a ponerse una vez más sobre el tapete el problema que plantea la mecánica de esos esfuerzos democráticos. Así, por ejemplo, Gramsci nos advierte que, dado que lo que se busca es construir una hegemonía, esto es dirección antes que dominación, el componente ético-político prima sobre un interés meramente personal.

Es este rasgo ético-político el que está en juego en la Colombia de hoy. La polarización entre dos sectores diametralmente antagónicos parece copar los escenarios social y político. Colombia parece no sacudirse de la marca profunda que ha dejado en su historia la figura del caudillo, del hombre fuerte, del mesías.

Aunque el término mesías, proveniente del hebreo antiguo significa “ungido de lo Alto para una misión específica, “su trasiego a lo largo de los siglos y a través de diversas lenguas lo ha llevado a designar al líder incontrovertible cuya palabra ha de tomarse como proveniente del ámbito divino. El caudillo autoritario se convierte en la persona que piensa que tiene el derecho a orientar un colectivo en procura de alcanzar su hegemonía, entendida en los términos de Gramsci. Los caudillos se apropian de la representación de las identidades colectivas. Como resultado, el debate colectivo en procura de participar en el poder político se convierte también en una pugna de egos y personalidades.

La polarización política en sí misma no es un rasgo negativo del debate público. Debe darse por cuanto las colectividades que antagonizan en la arena pública lo hacen a partir de agendas que responden a ejercicios racionales. Los participantes en el debate de ideas, lo hacen desde perspectivas dispares de ordenamientos sociales, políticos y económicos. En Colombia se lucha por desmontar un andamiaje neoliberal que impone regímenes reglamentarios que atentan contra los colectivos sociales y los derechos fundamentales de los ciudadanos.

En los colectivos afines al engranaje neoliberal se hace patente uno de los polos. En esa polarización van a surgir actores sociales y políticos que se autodefinen como habitantes de zonas intermedias. La polarización del país en las dos décadas recientes los ubica en polos cada vez más conservaduristas.

Siendo ese el panorama, ¿cuál es la función de los líderes políticos de los diferentes actores sociales en debate? La realidad inmediata nos advierte del peligro de que esos voceros se apropien de las identidades colectivas y terminen endiosándose, erigiéndose en caudillos y mesías incontrovertibles. Esperamos que la comunidad le abra “camino a sus sueños, y para eso la política tiene que crear un sentido profundo de comunidad”. Coincido con esa aspiración. Es Gramsci quien me aporta los elementos para vislumbrar ese horizonte, pues de él hemos aprendido que son los grupos sociales, los colectivos, las comunidades, los intelectuales orgánicos, toda vez que se dinamizan desde una estructura social.

Una política con un “un sentido profundo de comunidad” será terreno estéril para el surgimiento de liderazgos mesiánicos y caudillistas. Esa política se consigue cuando los líderes sociales se constituyen en voceros de la sabiduría y plantean las perspectivas y agendas que provienen de las orillas alternativas que buscan subvertir un andamiaje neoliberal y empujar las posibilidades de una transformación estructural. Tenemos que avanzar en la construcción de una verdadera democracia, es hora de reconocer el liderazgo político de quienes han luchado sin descanso para ver el amanecer de un nuevo día.

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