"Si quieres ser alguien famoso, mata": Mark David Chapman

"Si quieres ser alguien famoso, mata": Mark David Chapman

A cuarenta años de la muerte de John Lennon, una mirada a la psiquis de su asesino

Por: Carlos de Urabá
diciembre 09, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Chapman era su más ferviente admirador, lo conocía mejor que nadie, se sabía de memoria las letras de sus canciones, los álbumes editados, la historia de los Beatles, en fin, John era su álter ego. Realmente lo amaba y lo amaba con adoración. Pero, entonces, ¿por qué lo asesinó a sangre fría? Los médicos hablaron de “suicidio psicológico”, es decir, que quiso matarse a sí mismo al disparar contra Lennon.

A Chapman le ha sido denegada la libertad condicional en once ocasiones debido a la “naturaleza inusual” de su delito. A pesar de su buen comportamiento los jueces no han tenido clemencia. La opinión pública insiste en que debe cumplir la totalidad de la pena. Es lo que merece un criminal como él, ¿no? El ser más odiado y que destruyó la carrera de uno de los genios musicales del siglo XX.

Tras pasar más de media vida en una celda del correccional de Attica, todavía hay muchas dudas sobre las verdaderas razones que lo llevaron a cometer el crimen.

Pero en todo caso han aparecido una serie de manuscritos anónimos —que según los grafólogos— pertenecen a Chapman y que nos brindan claves para descifrar este sin igual asunto.

Tú nos mandaste a las manifestaciones contra la guerra mientras hacías el amor con Yoko en tu suite de Dakota. Allí acostado en tu “bed peace”, en tu “hair peace”, tarareabas la letra de give peace a chance, acorralado por la prensa del mundo entero que no quería perderse ni uno sólo de tus caprichos. Si una mañana cualquiera te despertabas estornudando, medio mundo se preocupaba hasta la desesperación; si bebías leche, si te enamorabas o te desenamorabas, si la idiota de Yoko te dejaba o si volvía, si te empelotabas como un payaso diciendo que lo hacías para luchar por la paz, cualquier cosa, era trasmitida a los cinco continentes en menos de lo que canta el gallo. Más que Cristo, ¿recuerdas cuando dijiste que los Beatles eran más populares que Cristo? Y algunos te dieron la razón.

Pero yo apenas he sido uno más del montón. ¡A quién le importaba mi situación! Y luego te exigen que seas responsable, que te portes bien, que seas correcto. Si al menos me hubieses mirado. Tú sólo te limitaste a gruñir en el vestíbulo del Dakota, tu dulce hogar. Te esperaba allí desde hacía horas. Hacía frío. Hace frío en New York en diciembre, ¿sabes? Desde el Central Park llegaba una brisa que calaba los huesos. En pleno corazón de Manhattan, un corazón helado, sabes. Te molestaste sobremanera, no quisiste esperar medio minuto. No me atendiste. Tal vez ibas apurado a cumplir una cita. Pero llevaba seis horas aguantando ese aire gélido. Un minuto, sólo uno, que me hubieras podido dedicar buenamente. Hacía años que te buscaba. No hemos tenido nunca a nadie. Solo a ti. Pensábamos que era inútil encontrarte, que no saldrías, que estarías cambiándole los pañales a tu bebé o viendo la tele, saboreando un delicioso vaso de leche. Pero, Yoko asoma y va hacia la limusina, y tú tras ella, trotando cual perrito faldero. Sí, sí aparece el gran John por fin frente a mis ojos, que alegría, que calor en el cuerpo, adiós frío. Y doy un paso hacia ti, con toda la ilusión latiendo en mis venas, ¿y tú que haces? ¿El esbozo de un saludo, de una sonrisa? No, nada de eso. Sólo, tan sólo, un infinito desprecio como si fuera un perro vagabundo. Y al ver que te vas, me pongo a tu lado y te muestro tu último álbum “doble fantasía”. Y te solicito un autógrafo. ¿Me miraste? ¿Qué hora era? ¿Las cinco o las seis? No sé. Parece que comenzaba a oscurecer. Me acerqué a ti con… con amor. ¿Firmaste? Algo pusiste ahí, sí. Pero, ¿era tu firma, eso? Y entonces volviste la espalda y te alejaste. Sí, vienes y cruzas y pasas de largo, te subiste a la limusina que te aguardaba a unos metros y te perdiste en el tráfico de Manhattan. Y yo empiezo a decirte adiós como si agitase un pañuelo al viento, adiós, adiós. Me quedé con el disco entre mis manos, viendo como tú y Yoko se besaban en la imagen, tan amorosos, tan tiernos. Recuerdo que caminé por los senderos y atajos del Central Park, sin ver por dónde iba o venía, extraviado, sin saber dónde me hallaba, en qué lugar, en que pueblo, en que tiempo, como un niño solo, como un viejo solo, como si hubiese sido abandonado en un desierto oscuro y mortecino.

Yoko ha entrado al Dakota y tú pasas a mi lado sin prisa rumbo a tu apartamento. Si me hubieses visto, si me hubieses sólo mirado, no me habría atrevido... Con el revólver, ahora con el revólver cogido entre mis dos manos y flexionando levemente las piernas cual si fuese un héroe de un filme americano. —¡Mr. Lennon!— te grité— te detienes y giras hacia mí y me miras. Ahora si me miras, me ves por primera vez, me quedas mirando. Me viste, ¿no? Ahora que llevo un arma me ves, ¿no? Y te hago sentir algo, algo al menos. ¿Despierto algo en ti, no es cierto? Fíjate estamos en medio de la noche más plena y en el centro mismo de la ciudad más soberbia, alta y fuerte del planeta. Los dos solos, perdidos, náufragos en un mar insondable. No creías que un don nadie como yo pudiese ser capaz de esto. Tu cara no era de fiesta. Te viste triste, desvalido el cantante más amado, el ídolo universal. Dabas pena.

Dicen que en los últimos momentos uno ve su propia vida como si se tratara de una película. Imágenes rápidas, imágenes tal vez simultáneas.

Todas las gentes solitarias, ¿de dónde vienen todas?
Todas las gentes solitarias, ¿a dónde pertenecen todas?
Eleanor Rigby recoge el arroz en la iglesia donde ha
tenido lugar una boda; vive en un sueño.
Espera tras la ventana, vistiendo la cara
que guarda en una jarra junto a la puerta.
¿A quién espera?

Lennon solía acertar al hacer las canciones. Pero solo acertaba cuando hacia su música, no en el trajín cotidiano de la vida. Como Eleanor Rigby, tal vez. Viviendo dentro de un sueño, junto a una ventana, esperando. Pero el caso es que Mark David Chapman igual se hallaba en la cima del abandono y la orfandad, igual de solo, igual esperando. Y John Wiston Lennon se daba de cabeza contra algo que nunca pudo saber qué diablos era. Estaba a la intemperie, viajaba a la deriva y los demonios de su infancia aparecían una y otra vez, acosándolo. No le quedaba otra sino agarrarse a un madero cualquiera. Y fue entonces que asomó Yoko, cabeza dura, japonesa, loca y astuta.

¿Cuántas ventanas tiene New York? Más que ciudadanos, seguro. Pero sin balcones. La gente se asoma nada más que por esa otra ventana tan abierta y tan cerrada haciéndola sintonizar con la realidad y la mentira del mundo. Tan importante, tan esencial es esto, que incluso los ataúdes son fabricados con esas pantallas para dar compañía y entretención en las fosas. Mientras Lennon canta “el papa fuma droga cada día”, Chapman empapelaba las paredes de su dormitorio con todo lo que tuviera que ver con los Beatles.

Sí, ustedes fueron los perros domesticados de un circo, pero ahora son los amos del circo. Pensábamos que hasta te acordarías de los más desamparados, que tratarías de proporcionar cobijo a los solitarios vagabundos, esos que aquí en New York pululan por todas partes. Qué incluso, fíjate, que hasta osarías atacar el gran mal del hambre ¿acaso no habías dicho que eras tanto como Cristo? ¿O que hasta tal vez mejor? Practicar, entiendes, poner en práctica lo que cantabas a la paz y el amor. Eras un gurú que se llenaba la panza y los bolsillos a costa de la ingenuidad de tus devotos. 500 millones de dólares de regalías, casas, apartamentos, castillos y comodidad suprema.

Qué fácil, ¿no? Si tú ni siquiera has luchado, me hablas de tus verdades que son un puñado de mentiras. Porque para triunfar hay que ser un hijo de… y los Beatles fueron los hijos de puta más grandes que pisaron la tierra. Pero así y todo han sido reverenciados por todo el mundo desde los mendigos a los reyes, desde los analfabetos a los intelectuales, desde los negros y los blancos, los muertos de hambre y los ahítos de manjares. No en vano hay una moda Beatles, una cultura y contracultura Beatles. Salidos de la nada, han demostrado que se puede alcanzar el infinito, aunque uno tenga que bajarse los pantalones.

Cualquier movimiento termina por ser absorbido por el poder o se convierte en poder. No eras más que una marioneta en manos de los fabricantes de noticias, de famas, de modas o de credos. Se acabó tu mal viaje de LSD, brother, se acabó esta triste mascarada de pequeños burgueses. Como decías, el dolor induce al placer. Girl, ¿no?

El Dakota Building queda situado en la calle 72 de la zona oeste de New York. Es un complejo señorial donde tienen sus nidos un montón de pajarracos celebres y millonarios. El edificio es sobrio, gris y sin mayor personalidad. La verdad es que por la noche da la impresión de algo así como un mausoleo de grandes dimensiones. Ahí se alza la vertical del Central Park West, una de las zonas más exclusivas de la ciudad de los rascacielos.

Imagínate un millar de soles
juntos en el cielo.
Déjalos brillar por una hora.
Luego déjalos apagarse
lentamente en el cielo.
Hazte un bocadillo de atún
Y comételo.

Tu firma la garabateaste sobre el álbum con infinito desprecio. Me lastimaste, me heriste, hermano; me heriste con una lanza en el costado. ¡Actué en legítima defensa, señor juez! Él disparó primero. Aprende a respetar hasta la flor más pobre y silvestre, cualquier gota o grano de vida porque tú no vales más que aquello.

Chapman era un fanático de los Beatles que se pasaba todo el día cantando sus canciones, que también se casó con una japonesa y comenzó a firmar como John Lennon, portavoz de la paz y del amor, el genio universal.

Ahí estás junto a tus compinches, los más guapos, los más ambiciosos, y en medio del derroche beben cerveza, fuman yerbas, injieren barbitúricos o viajan felices en las alas de placer y del engaño llevando una jeringa en sus manos. Cómplices de la publicidad y del consumo. ¡Traidores!

Como decías “abandónalo todo”, “sigue al Maharashi”, “deja tu familia”, “sal de tu casa” y nos embarcas a todos y usted se queda en la playa. Lo acuso de incitarnos a romper con todo lo establecido, mientras usted se divertía en las discotecas de New York o de Londres, lo acuso de haber ganado 500 millones de dólares a costa de nosotros, de obligarnos a dejar nuestras casas cuando él se compraba edificios enteros y una serie de mansiones en distintos paraísos terrenales, lo acuso de haber empujado a toda una generación a la bebida y a la droga mientras juraba haberse convertido en un abstemio y en un honorable amo de casa, lo acuso de cantar contra lo establecido hasta ganar el dinero suficiente para establecerse, lo acuso de utilizar la paz y el amor, sus amistades y hasta su madre para obtener el número uno en los rankig del éxito, lo acuso de haber dicho “uno tiene que perder toda la dignidad para ser lo que eran los Beatles”. Lo acuso de aceptar el despojo, el crimen, la burla. “De renegar de los líderes cuando él tenía como líder a Dios y a Elvis Presley y, en el colmo, llegar a afirmar lo siguiente: “yo manejo a la gente, eso es lo que hacen los líderes, fabrico situaciones que redundan en mi propio beneficio, así de sencillo, manipulación, no hay que avergonzarse de ello, todos lo hacemos”. Lo acuso de confundir el amor con la dominación. “Yo he trabajado para ganar dinero, para hacerme rico; de todas formas sigo siendo socialista”. Hipócrita.

Lo sé, viejo, pero con un revólver 38 en la mano es difícil que no me tengas en cuenta. ¿cómo me mirabas, hermano? Me mirabas con respeto ¡Confiésalo! Con respeto y también con amor porque te arrodillas ante el poder y en ese momento yo era el hombre más poderoso del mundo. Ni más ni menos. Cuando te disparé obedecí un impulso atávico. Después de escuchar el disco Sargeant Peppers Lonely Hearts, supe que eras un farsante, un vil farsante.

Flores de celofán amarillo y verde,
Amontonándose sobre tu cabeza.
Buscas a la chica con el sol en los
ojos se ha ido.

Con nuestro amor,
con nuestro amor
podríamos salvar el mundo.
Sólo que lo supiéramos...

En realidad no me importa
si estoy equivocado. Estoy bien.
Allí de donde soy, estoy bien.
Allí de donde soy...

Los parias, los miserables los muertos de hambre son los míos y son más que los tuyos.

Te olvidas que comprar un arma es más barato y fácil que comprarse una corbata. Te llamé para comunicarte el veredicto inapelable, ¡Mr. Lennon!, y cuando volteaste la cabeza, sin que me temblara el pulso, apreté el gatillo, una, dos, tres, cuatro, cinco veces. "¡Me han disparado, me han disparado!", fue tu postrer despedida.

John Lennon murió a las 23:20 horas del día 8 de diciembre de 1980, en brazos de Yoko Ono y en un auto patrulla que lo conducía al St.Luke's-Roosevelt.Hospital Center. Había perdido cerca del 80% de su volumen sanguíneo. Allí, sentado en el andén, se quedó Mark David Chapman leyendo su novela favorita El Guardián del Centeno. “Si quieres ser alguien famoso, mata”.

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