Si digo valor, digo Jineth
Opinión

Si digo valor, digo Jineth

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junio 07, 2015
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Ella quería morir. Ella quiso matarse. Ella pensó que la única paz a la que podía aspirar después de sufrir lo indecible era dormirse y no despertar jamás. A ella la mataron ya una vez hace 15 años y esta semana que pasó la han vuelto a matar. Primero la mataron los paramilitares cinco lustros atrás, ahora la mató el fallo de la justicia colombiana que le dio la libertad (breve fue, pero libertad) a uno de sus victimarios contra todo pronóstico y razón. Ella siente que ha pasado ya por dos muertes. Y aún respira. Y eso —que ella respire— aún es incómodo para algunos. Y eso —que ella respire— es necesario para muchos. Para muchas.

Jineth Bedoya Lima es la voz que dijo fuerte y claro No es hora de callar el día en que hizo una bandera con su dolor para señalar de manera visible que ninguna mujer puede ni debe pasar por el horror que ella ha vivido.

Pudo quedarse callada, habría sido doloroso. Y más fácil.
Decidió hablar, es doloroso. Y más difícil.

El 25 de mayo, en Colombia, es el Día Nacional por la Dignidad de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual. El 25 de mayo. Y es así porque el 25 de mayo del año dos mil fue la fecha en que Jineth fue secuestrada, torturada y abusada —violada— por el bloque Los Centauros de las AUC cuando se presentó a la puerta de la cárcel La Modelo en medio de su investigación sobre el comercio de armas al interior de ese penal. Por el hecho hay tres paramilitares plenamente identificados en un crimen aún impune que involucra no solo al bloque Los Centauros de las AUC sino también a miembros de la fuerza pública, por tanto también al Estado colombiano. La lucha de Jineth nunca ha sido solo por ella sino por las miles de victimas del bando que sea que han sido abusadas y sus cuerpos convertidos en campo y trofeo de guerra.

Si una víctima tiene nombre, no alias, habrá que tener presente que sus victimarios también tienen nombre y apellido: Alejandro Cárdenas Orozco, Jesús Emiro Pereira Rivera y Mario Jaimes Mejía. Ellos son los criminales que destrozaron físicamente la vida de Jineth. Que les sigan llamando “jotajota” y “huevo de pizca” y “el panadero” solo ayuda a los culpables permanezcan anónimos, escondidos detrás de mil mentiras que empiezan con sus alias, con apodos en los que esconden su identidad.

Cuando el pasado primero de junio la Fiscalía 44 de Derechos Humanos ordenó archivar (precluir) la investigación en contra de Alejandro Cárdenas atendiendo una declaración reciente en la que el paramilitar contradice su propia confesión y la plena identificación hecha por Jineth del hombre que le dijo antes de ultrajarla “míreme bien la cara hijueputa; míremela porque no se le va a olvidar nunca” se escucharon mil voces de indignación y un llanto que dejó en cama y encerrada en casa a Jineth porque las fuerzas con que lucha cada día por los demás no fueron suficientes para levantar su propio cuerpo.

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La justicia, está visto en tantos casos, reacciona según la notoriedad y el volumen que un caso logre en los medios de comunicación. Este nuevo abuso contra la periodista Jineth Bedoya Lima fue primera plana en prensa, tema de análisis en radio y titular en televisión. Celebridad y celeridad riman en nuestro sistema judicial. La consecuencia fue la recaptura días después de Alejandro Cárdenas justo cuando se aprestaba para huir a Brasil vía Venezuela —según dice el fiscal Eduardo Montealegre—. Tan inocente habrá de ser que ya tenía listo el plan de huida cuando fue detenido por el CTI en Kennedy al suroeste de Bogotá.

La receta del asunto penal no debe sentar de nuevo a Jineth a declarar lo ya sabido para hacerle pasar por lo mismo una vez más, como señalaban hace poco pidiéndole una nueva denuncia contra sus torturadores. Así solo se logra revictimizarla como si no hubiera pasado un día, quince años, desde que era una periodista de 26 años que cumpliendo su tarea de informar sobre la guerra se convirtió en una víctima más del conflicto armado del que pasó tristemente de ser testigo a convertirse en protagonista.

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Hace poco vi El deber de Fenster la obra del Teatro Nacional escrita por Humberto Dorado, digida por Nicolás Montero y protagonizada por Jairo Camargo en la que se narran los horrores de lo que se conoce como La Masacre de Trujillo —en el Valle— y que, realmente, es un documento sobre las maneras de esconder un crimen casi hasta el punto de negar que haya sucedido. Cuando escucho a Jineth contar su historia no puedo dejar de ver el asombroso parecido entre la forma en que se pretendió borrar la evidencia de la muerte de más de 300 personas y la casi muerte suya: testigos declarados locos para poner en duda su credibilidad, páginas y folios que se desaparecen, miembros de las fuerzas armadas utilizando su influencia para silenciar los casos… Una vez más estamos, más que ante una coincidencia, delante de un modus operandi que siembra de impunidad un paisaje de sombra y sangre que reclama verdad, justicia y reparación. Verdad, pedimos. Justicia, exigimos. Reparación, reclamamos.

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Si digo valor, digo Jineth.
Si hablo de su abrazo, digo fortaleza.
Si aplaudo una lucha, es la de mujeres como ella.

Yo he llorado en su hombro. Y he encontrado consuelo en las lágrimas que juntos hemos compartido. Nos hemos tomado la mano fuerte como quien sabe que la esperanza es algo que debe compartirse para resistir las horas más difíciles. Si debo mencionar tres sentimientos que describen lo que sucede al conocer a Jineth Bedoya Lima entonces escribo agradecimiento, amor y admiración. Ojalá y pronto sea el día en que su nombre sea sinónimo de Justicia. Para ella y para tantas más.

@lluevelove

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